OP - ED: Los electores latinos ocupan un lugar secundario con especto a los obreros blancos
La gente siempre se queja de que los inmigrantes latinos desplazan a los estadounidenses nacidos en el país de sus puestos de trabajo y de sus barrios.
Pero este año, los latinos fueron desplazados en la jerarquía política por un nuevo grupo: los obreros blancos.
¿Qué pasó? Se suponía que la elección presidencial de 2016 permitiría que los latinos pusieran de manifiesto su fuerza. Tras años de crecimiento económico, los latinos estaban listos para elegir un presidente. Es una cuestión de números; se calcula que unos 12 millones de latinos emitirán su voto, de aproximadamente más de 26 millones de latinos habilitados para votar. Y de desagravio: hace cuatro años, la autopsia del fallido intento presidencial de Mitt Romney sugirió que el Partido Republicano debía recompensar a los latinos a fin de sobrevivir.
Considerando el candidato que ha escogido, el Partido Republicano debe haber decidido que la supervivencia no es tan importante. Ahora está embelesado con los obreros blancos.
Esos electores son el sustento de Donanld Trump. En su nombre, el candidato del Partido Republicano promete renegociar los tratados comerciales y traer de vuelta los puestos de fabricaciones.
Y Hillary Clinton también está interesada en esos electores. Muchos de ellos son miembros de sindicatos y los sindicatos son una piedra angular de la coalición demócrata. Clinton ya no da discursos en Wall Street; ahora comenzó a hablar de cómo el Sueño Norteamericano está fuera del alcance de muchos estadounidenses de clase obrera.
Sin embargo, el cortejo se vuelve complicado cuando Clinton para despreciar a Trump, ataca a sus seguidores. La mitad de esa gente, dijo Clinton en una función de recaudación de fondos en la ciudad de Nueva York, la semana pasada, entra en la “canasta de deplorables” porque son “racistas, sexistas, homofóbicos, xenofóbicos, islamfóbicos”.
Los comentarios fueron vergonzosos y condescendientes y Clinton nunca debería haberlos hecho. Y a pesar de las manipulaciones de sus compinches de los medios, Clinton nunca se disculpó. Lo que dijo en una declaración fue: “Anoche fui ‘sumamente generalizadora´ y eso nunca es una buena idea. Siento haber dicho ‘la mitad’—es incorrecto.” Después cambió de tema y dio una lista de características de Trump que para ella son deplorables. No precisamente una disculpa.
Clinton quiere escoger entre los electores de Trump y tratar de atraer al 50 por ciento que “siente que el gobierno lo ha defraudado” y que está “desesperado por cambiar”. Son los que, dice ella, necesitan empatía de las elites ilustradas de Manhattan.
La ex secretaria de Estado hasta visitó a la clase obrera en su hábitat natural. En julio, hizo una gira de una fábrica de productos de cable de acero, en el Condado de Cambria, Pennsylvania, cuya población está compuesta de más de un 90 por ciento de blancos. Dijo a ese público que defenderá “lugares que fueron excluidos y abandonados”.
Entonces, ¿cuándo fueron los latinos excluidos y abandonados en esta elección?
Para los republicanos, el interés disminuyó tal vez en febrero, después del debate del Partido Republicano en Carolina del Sur, donde Ted Cruz y Marco Rubio se pelearon verbalmente sobre quién era el más macho, donde Cruz en verdad desafió a Rubio a debatir en español. El desagradable espectáculo sugirió que los latinos no están listos para desempeñarse en al más alto nivel.
Mientras tanto, los demócratas probablemente dejaron de cortejar a los latinos un par de meses más tarde, cuando quedó claro que Trump obtendría la candidatura republicana. El empresario ya había ofendido tan profundamente a los latinos que éstos alegremente se volcaron al Partido Demócrata sin pedir nada a cambio.
En un plano más amplio, los latinos y los blancos de clase obrera se han enfrentado durante décadas. Cuando los obreros se quejan por perder un puesto de trabajo, culpan en general a un inmigrante latino o a un acuerdo comercial realizado con países latinos.
Escuchen lo que dijo este lector blanco, furioso con la columna que escribí para el Día del Trabajo, en que decía a los obreros que dejaran de quejarse. “Quizás si el 1 por ciento no fuera tan codicioso como para enviar los puestos de trabajo a México, los obreros blancos podrían contar aun con sus empleos,” escribió.
Otros echan la culpa de los puestos perdidos a los inmigrantes—especialmente a los que vienen de México y América Latina. En su discurso sobre la inmigración, en Phoenix, Trump presentó la dudosa afirmación de que “la mayoría de los inmigrantes ilegales son trabajadores poco especializados, con menos educación, que compiten directamente contra obreros estadounidenses vulnerables.”
Esa tesis es simplista y contraproducente. Los estadounidenses no tenemos acuerdos comerciales perjudiciales. Y no atraemos a inmigrantes malos. Pero sí tenemos algunos nacidos en el país que tienen una mala actitud, algunos de los cuales tomaron decisiones erradas y cometieron errores, como pensar que tenían derecho a mantener el mismo trabajo durante 30 años. Ahora buscan a alguien para echarle la culpa. Y, en el largo plazo, eso será perjudicial para ellos y para el país.
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