Misericordia, verdad y la pertenencia a Jesucristo
A medida que el Sínodo de los Obispos sobre la Familia cierra su segunda semana en un enjambre de atención de los medios de comunicación y algunas interpretaciones muy diferentes, podría ser un buen momento para recordar un punto simple.
El punto es éste. La Iglesia puede ser veraz sin ser misericordiosa. Pero ella no puede ser misericordiosa sin ser veraz. Nuestra tarea como obispos en el Sínodo de este mes, y francamente lo que Dios pide de cada cristiano todo el tiempo, es decir la verdad con paciencia, humildad y amor. La verdad sin compasión hiere y repele; la misericordia sin verdad es una forma cómoda de mentir. Así, como prueba de nuestro amor, todavía necesitamos decir la verdad. Entonces necesitamos vivirla en nuestro servicio a nuestras familias, a la sociedad y a la Iglesia.
Romano Guardini —uno de los grandes teólogos católicos del siglo pasado y una gran influencia en la mente del papa Francisco— escribió maravillosamente que la misericordia es la virtud superior a la justicia, y que «antes de que uno pueda ser justo, uno debe aprender a amar». Sin embargo, escribió también:
«La verdadera enfermedad de la mente y el espíritu se establece cuando un hombre ya no aprecia la verdad... cuando en lo más profundo de su alma, la verdad deja de ser para él lo primario, la preocupación más importante.»
Si ser cristiano es simplemente acerca de pertenecer a una organización, pertenecer a ella puede ser tan fácil como queramos hacerlo. Pero si ser cristiano es pertenecer a Jesucristo, entonces las palabras de Jesús no pueden ser suavizadas o ignoradas, porque lo que él exige de nosotros es un amor que encarna la misma auto entrega total que él nos ofrece. No podemos negociar por una parte de Jesús. Solo podemos tenerlo cuando le damos todo. Si le ofrecemos sólo una parte de nosotros mismos, no conseguimos nada, ninguna verdad y no Jesús.
Todos sentimos el dilema de las buenas personas que se han divorciado y vuelto a casar civilmente pero desean el consuelo de la comunión, y otros que sienten atracción al mismo sexo. Nadie puede desestimar las dificultades que enfrentan a veces esas personas. Pero es el Evangelio el que necesita guiarnos en nuestro razonamiento. La cuestión central es, ¿queremos nosotros y ellos a Jesucristo en sus términos o en los nuestros? Si en principio no podemos aceptar la posibilidad de malestar, sufrimiento y aun martirio, entonces no somos discípulos. No podemos escribir de nuevo o pasar por alto lo que Jesús requiere para seguirlo. Jesús vio la sinceridad y la bondad en el joven rico (Mc 10:17-22), pero él, sin embargo, dijo la verdad acerca de lo que seguirle a él implicaba.
La cuestión de la verdad no es en última instancia sobre un código de conducta o un conjunto de afirmaciones del credo, aunque estas cosas son claramente importantes. La verdad en una vida cristiana es acerca de una relación con Jesucristo, fundada en la persona del hijo de Dios y animada por una voluntad de hacer lo que él pide de quienes desean seguirlo.
Podemos escoger incluirnos o excluirnos en el camino de seguir a Jesús. Él nunca dejará de amarnos, no importa lo que escojamos. Pero en todas las cuestiones morales difíciles de hoy, los términos de la relación no son nuestros para fijar.
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