Un corazón que escucha y 'La alegría del Evangelio'
«El dos por ciento de la gente piensa; el tres por ciento piensa que piensa; y el noventa y cinco por ciento preferiría morir antes que pensar.»
Esas palabras de George Bernard Shaw fueron de un humor seco. Pero a veces tienen un incómodo toque de verdad. La continua fascinación del público con casi todo lo que el papa Francisco dice y hace es merecida y muy refrescante. Este Santo Padre es un hombre no sólo de inteligencia, sino también de sencillez, energía, apertura y esperanza. Nada es más convincente que una persona que irradia alegría. Y dado el carácter de Francisco el hombre, no es de extrañar que el primer gran texto escrito enteramente por él mismo como obispo de Roma es titulado Evangelii Gaudium –(La alegría del Evangelio).
Pero el punto de escribir el texto, por supuesto, era que los católicos realmente lo lean, todo él en su totalidad —no para que lean «acerca de él», o lean selectivamente, o lean a través del lente de una agenda. El contenido de la creencia católica no puede reducirse a fragmentos sonoros. Cuando los intérpretes lo hacen, imponen expectativas imposibles y falsas percepciones sobre el público. El resultado es confusión y resentimiento, que están muy lejos de la «alegría del Evangelio».
Nada ha cambiado en lo esencial de la fe católica sobre la prioridad de la santidad de los temas de la vida; sobre la naturaleza de la sexualidad humana; sobre la urgencia de defender el matrimonio y la familia; o sobre la necesidad de llevar la lucha por la justicia y la caridad a la plaza pública. Es importante destacar estas líneas de Evangelii Gaudium:
Sobre los por nacer, en parte citando a Juan Pablo II:
Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo. Frecuentemente, para ridiculizar alegremente la defensa que la Iglesia hace de sus vidas, se procura presentar su postura como algo ideológico, oscurantista y conservador. Sin embargo, esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades. Si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y permanentes para defender los derechos humanos, que siempre estarían sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno. La sola razón es suficiente para reconocer el valor inviolable de cualquier vida humana, pero si además la miramos desde la fe, «toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se configura como ofensa al Creador del hombre»(213).
Sobre el matrimonio y la familia:
La familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales. En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus hijos. El matrimonio tiende a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno. Pero el aporte indispensable del matrimonio a la sociedad supera el nivel de la emotividad y el de las necesidades circunstanciales de la pareja. Como enseñan los obispos franceses, no procede «del sentimiento amoroso, efímero por definición, sino de la profundidad del compromiso asumido por los esposos que aceptan entrar en una unión de vida total»(66).
Sobre la política, en parte citando a Benedicto XVI:
Si bien "el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política", la Iglesia "no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia". Todos los cristianos, también los pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor(183).
Sin embargo, estos buenos pasajes capturan sólo una parte de la potencia de Evangelii Gaudium. Lo que hace este texto tan memorable es el celo extraordinario del Santo Padre por los pobres. El amor por los pobres no es un mensaje nuevo de los sucesores de Pedro, pero Francisco trae una apasionada humildad y elocuencia a la tarea que mueve tanto el corazón como la mente.
Hace algunos años pedí a una audiencia a la que me dirigía, repetir tres veces en voz alta, estas palabras: Si ignoramos a los pobres, nos iremos al infierno. Fue un momento aleccionador para todos en la sala. Más importante sin embargo, lo contrario también es cierto: cuanto más amamos a los pobres, más plenamente humanos llegamos a ser; mientras más generosamente nos encontramos con los más necesitados y servimos aquellos que sufren, más empezamos a experimentar la alegría del cielo. Evangelii Gaudium captura esta libertad, esta alegría, de encontrar a Dios en la lucha diaria de los pobres con notable poder.
Los críticos que afirman que Francisco ha atacado a las personas adineradas, o condenó el capitalismo o desestimó la dignidad del negocio como una vocación simplemente no han leído La alegría del Evangelio con un corazón que escucha. El texto está vivo con el espíritu de la misericordia. Es una invitación profunda a cada uno de nosotros a dar la espalda a la codicia personal y al ansia de consumo que dividen a unos de otros, que descomponen nuestras familias y comunidades, y que nos anestesian a las necesidades urgentes de los demás.
Al entrar más profundamente en el Adviento, mientras somos acosados por el comercialismo que ahora marca estas celebraciones, vale la pena reflexionar sobre estas palabras de Francisco:
Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos.
La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial, que afecta a las finanzas y a la economía, pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo.
La alegría que buscamos en la Navidad y durante todo el año no se puede obtener de las cosas. Viene de la experiencia del amor que compartimos con Dios y con otras personas. La alegría del Evangelio destila y expresa esa simple verdad con belleza poco común. Léala. Ore sobre ella. Entonces hágala parte de su vida.
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