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Viviendo el Evangelio de la vida

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Hace exactamente 15 años este otoño, los obispos de Estados Unidos emitieron una carta pastoral llamada Vivir el Evangelio de la vida. Incluso hoy en día, con el paso del tiempo, éste sigue siendo un texto no ordinario de la Iglesia. Yo creía entonces, y ahora creo, que es el mejor documento emitido por los obispos de Estados Unidos sobre las prioridades del compromiso católico en la vida pública de nuestro país. Al escribirlo, los obispos trataron de aplicar la gran encíclica Evangelium Vitae del papa Juan Pablo II (Evangelio de la vida) a la situación americana. El corazón de su declaración en el párrafo no. 23, subraya que:

«La oposición al aborto y la eutanasia no excusa la indiferencia a quienes sufren de pobreza, violencia e injusticia. Cualquier política de la vida humana debe trabajar para resistir la violencia de la guerra y el escándalo de la pena capital. Cualquier política de la dignidad humana debe abordar seriamente cuestiones de racismo, pobreza, hambre, empleo, educación, vivienda y cuidado de salud. Por lo tanto, los católicos con diligencia deben involucrarse como defensores de los débiles y marginados en todas estas áreas. Los funcionarios públicos católicos están obligados a abordar cada uno de estos temas mientras tratan de construir políticas coherentes que promuevan el respeto de la persona humana en todas las etapas de la vida.

Pero estar 'correcto' en estas cuestiones no puede excusar una elección equivocada con respecto a los ataques directos contra la vida humana inocente. De hecho, el fracaso para proteger y defender la vida en sus etapas más vulnerables hace sospechosa cualquier postura "correcta" en otros asuntos que afectan a los más pobres y menos poderosos de la comunidad humana. Si entendemos que la persona humana es «Templo del Espíritu Santo» —la casa viva de Dios— entonces estas últimas cuestiones caen lógicamente en su lugar como los travesaños y las paredes de esa casa. Todos los ataques directos contra la vida humana inocente, como el aborto y la eutanasia, atacan la fundación de la casa. Estos directa e inmediatamente violan el derecho más fundamental de la persona humana: el derecho a la vida. Descuidar estas cuestiones es equivalente a construir nuestra casa sobre la arena. Estos ataques ayudan adormecer la conciencia social de modos destructivos que últimamente destruyen otros derechos humanos».

Por esta razón el derecho a la vida no es sólo uno entre muchos temas urgentes, sino más bien el fundacional. Constituye la piedra angular para toda una arquitectura de la dignidad humana.  Nada ha cambiado en estos últimos meses o años en el pensamiento católico sobre la santidad de la vida humana. Tampoco puede. Como los obispos de Estados Unidos han insistido tantas veces, tenemos la obligación de trabajar por la dignidad humana en todas las etapas y en cada circunstancia de la vida humana. Aquí en Filadelfia, nuestros ministerios sociales católicos modelan esa dedicación a los pobres y desfavorecidos de manera extraordinaria.  

Pero cuando revocamos la protección jurídica de los niños por nacer –cuando aceptamos la íntima violencia que el aborto inflige tanto en las mujeres como en sus hijos nonatos; cuando licenciamos y sacralizamos el aborto como parte de lo que el papa Francisco llama una «cultura desechable», violamos el primero y más importante derecho humano, el derecho a la vida misma. Y una que vez hacemos esto y además creamos un sistema de excusas para justificarlo, comenzamos a poner cada uno de los derechos humanos y civiles en riesgo.

Octubre es el Mes Nacional de Respeto por la Vida. Es un buen momento para recordar lo preciosa que es toda vida humana, comenzando en el vientre y continuando hasta la muerte natural.

En realidad hay dos tragedias en cada aborto: el asesinato de un niño por nacer; y el asesinato de una oportunidad de amar. Dios nos hizo para ser mejores que eso.

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