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Una educación que no encara lo principal

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Mi convicción de que las presentaciones de Power Point son la peor cosa que podría haberle ocurrido a la educación moderna fue confirmada hace unos meses, mientras observaba una sesión de capacitación sobre el arte de comercializar tecnología complicada. En un momento determinado, el maestro detuvo su presentación de Power Point para despotricar sobre la tiranía de las presentaciones de Power Point.

El instructor se lamentó sobre el efecto de atontamiento que la interminable lista de puntos explicativos e imágenes tiene sobre los oyentes.

Detalló minuciosamente lo que hay que evitar cuando se trata de impartir información importante mediante un método tan limitado: Mantener el número de slides al mínimo, utilizar la menor cantidad de texto posible en cada slide y nunca jamás recitar los puntos indicados en el slide textualmente.

Después nos dijo que la tendencia más reciente en las ventas de alto nivel es realizar una presentación sin ayuda electrónica. Aparentemente, los altos profesionales en ventas están aprendiendo a bosquejar, para poder ilustrar a mano las ideas más importantes, en pizarras, durante su charla frente a los clientes.

Esa iniciativa demuestra dos cosas, expresó el instructor. "Primero, le indica al cliente que uno sabe de qué habla, que uno no está simplemente regurgitando series de datos porque necesita tener slides y llenarlos. Y segundo, indica al público que uno está adaptando la manera de impartir la información en forma tal que sea relevante para ellos en ese momento."

"¡Caramba!", pensé. "Así solía ser exactamente la enseñanza".

Bueno así solía ser hace mucho tiempo, cuando los profesores eran maestros en su área y compartían sus conocimientos exponiéndolos en la clase y quizás escribiendo algunas notas en el pizarrón. Era la época en que se suponía que los estudiantes debían escuchar y hasta tomar apuntes.

Ese método se extinguió un poco después de que yo completara mis cuatro años de universidad y antes de que empezara mi capacitación de posgrado en Pedagogía, casi una década más tarde.

Como alumna realicé las observaciones de clases requeridas por el estado, y me senté en muchas aulas -tanto en escuelas urbanas como rurales, ricas y de bajos ingresos- donde todo el período de clase consistía en una sala de luz mortecina, un aparato de Power-Point para clip-art de 80 slides, cantidades de hojas impresas de la misma presentación (los "apuntes") y la monótona voz de un instructor que recitaba fielmente los puntos señalados en los slides hasta que sonara la campana.

Muerte educativa a manos del Power Point, solía llamarlo.

Volví a experimentarlo nuevamente durante la presentación final para padres y administradores preparada por la clase de mi hijo mayor, en la escuela de verano, la semana pasada.

Lo que deduje de las 13 presentaciones de Power Point casi idénticas sobre gigantes, generalmente fascinantes, de la Matemática, como Pitágoras y Fibonacci, es que se les ha enseñado, a estos muchachos que ingresan a la escuela secundaria, a presentar sus ideas en forma tan deficiente como la de sus maestros.

Cada presentación, maravillosamente animada, siguió diligentemente la misma fórmula: varios slides, seguidos por un video explicativo de YouTube -del teorema de Pitágoras o la secuencia de Fibonacci, por ejemplo- y más slides.

En cierta manera, fue magnífico ver toda una clase de estudiantes, mayormente de bajos recursos —muchos de los cuales no tienen acceso fácil a Internet ni a los últimos aparatos tecnológicos en casa— dar una presentación electrónica con la facilidad de un profesional corporativo.

Pero, lamentablemente, casi todas las presentaciones —que presentaban datos fáciles de regurgitar y contaban con la ayuda de un video para las explicaciones más complejas— dejaban el interrogante de si los estudiantes comprendían plenamente la información que estaban presentando tan elegantemente. No se les dio la oportunidad de explicar los conceptos al público en sus propias palabras.

La tecnología en las escuelas se ha convertido en un negocio de miles de millones de dólares para un número cada vez mayor de empresas que venden de todo: computadoras, tabletas y software educacional a escuelas desesperadas por mejorar los resultados educativos.

Las costosas "curas milagrosas" de la educación técnica aún no han sido demostradas. Nuestra mayor preocupación al integrar la tecnología a las escuelas debe ser que cuando proporcionamos a los estudiantes dominio de las herramientas normales de trabajo —ya sea presentaciones en slides, correo electrónico o medios sociales— arriesgamos olvidar una pieza central de la educación: la capacidad de comunicarse y ser comprendido.

Esa capacidad anticuada que no precisa de tecnología debe ser parte esencial de la política educativa, si esperamos que los profesionales del futuro puedan utilizar realmente sus destrezas informáticas.

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