El lío de la reforma migratoria
El ex presidente George W. Bush expresó recientemente que "el motivo para aprobar la reforma migratoria no es reforzar" a un partido político, sino "arreglar un sistema fallido. Una buena política a seguir produce buena política".
Es una lástima que Bush, odiado por la izquierda, fuera el que lo dijo, en lugar de Bill Clinton. Clinton, una figura ultra influyente, probablemente podría causar su efecto en los prolegómenos a las deliberaciones sobre la inmigración en la Cámara de Representantes, recordando a los demócratas que deben intentar llegar a un acuerdo en cuanto a la reforma, en lugar de concentrarse en celebrar la derrota republicana, que esperan que condene al Partido Republicano en pleno.
Ambos partidos deben cesar de calcular qué significará una victoria o una derrota para sus perspectivas en las elecciones de mitad de período de 2014 y en la elección presidencial de 2016. Más valdría que comenzaran a encontrar la manera de impedir que la inmigración sea uno más en la larga lista de fracasos legislativos que convencen a los estadounidenses de que su gobierno es incapaz de resolver nada.
Pero eso requeriría el tipo de pensamiento sensato al que ninguno de los bandos parece inclinado. Y aunque el presidente Obama ha pasado meses afirmando que nadie obtendrá todo lo que desea, es difícil imaginar que ninguno de los dos bandos ceda demasiado.
Desde el comienzo, todos los involucrados han sabido que uno de los principales puntos de discusión en la Cámara es el camino a la ciudadanía —principalmente, porque los republicanos conservadores se oponen a él y en segundo lugar, por las ridículas suposiciones sobre la ciudadanía y el potencial electoral latino en que se incurre.
La sabiduría convencional sostiene que el Partido Republicano necesita aprobar una reforma que incluya la ciudadanía, a fin de tener una mínima posibilidad de atraer futuros electores hispanos. Y los demócratas desean lo mismo para poder cobrar lo que se percibe como el apoyo automático de los electores latinos por sus esfuerzos.
No importa que, en realidad, no se pueda contar con ninguna de esas dos aseveraciones. Peor aún, ignoran completamente la opinión pública, en la respuesta a la pregunta de si una reforma integral debe limitarse a la residencia legal o llegar a ofrecer la ciudadanía.
En marzo y mayo, el Pew Research Center for the People, que no es partidista, encuestó a adultos de diversos grupos demográficos sobre la manera de manejar a los inmigrantes que viven en Estados Unidos ilegalmente. Sólo el 60 por ciento de los encuestados que consideraron que debe permitirse que estos inmigrantes permanezcan en el país, favoreció la opción de la ciudadanía, mientras que el 34 por ciento, prefirió sólo la residencia permanente.
Esas cifras no se alejan mucho de la respuesta proveniente exclusivamente de hispanos —el 59 por ciento de los que quieren que los inmigrantes se queden, prefirió una camino a la ciudadanía, mientras que el 40 por ciento les otorgaría sólo residencia permanente.
Pero los comentaristas pro-inmigración más enérgicos, que blanden el voto hispano como arma (a pesar del hecho de que los hispanos votan en números más bajos que otros grupos raciales/étnicos) quieren hacer creer que pocos latinos —y ciertamente no la mitad de una muestra representativa— considerarían un acuerdo de sólo-legalización. Y sin duda, nunca admitirían que casi el 10 por ciento de los hispanos en esta encuesta dijo que no debe permitirse que dichos inmigrantes se queden legalmente.
De hecho, la conducta electoral de los latinos es tan confusa que los republicanos están comenzando a preguntarse si vale la pena luchar por estos electores que no acuden en grandes números a las urnas. En las últimas semanas, ha habido múltiples historias sobre cómo los republicanos de la Cámara, en sus distritos blancos y seguros quizás ni siquiera necesiten el apoyo hispano para mantener su poder mayoritario intacto.
Qué lástima que las historias sobre la diversidad en las actitudes políticas de los hispanos no se exhiban de la misma manera. Un artículo reciente en el sitio Web de la revista Pacific Standard, titulado "Hey GOP: Mexican Immigrants Aren't Necessarily Democrats" lo expresó mejor: "Nuevas investigaciones sugieren que los mexicano-americanos en los Estados Unidos se extienden por todo el espectro político —y hay más probabilidades de que los de derecha voten".
Lamentablemente, pocos lo hacen. Por eso, este último intento de reforma migratoria parece condenado al fracaso, debido a creencias erradas sobre la importancia de la ciudadanía para los hispanos y sobre cómo podrían reaccionar, en los comicios, ante los esfuerzos del Partido Republicano para denegar la ciudadanía a 11 millones de inmigrantes no-autorizados.
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