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Valor, perseverancia, y ninguna autoconmiseración

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No encontrarán la palabra "pobrecita" en la reciente autobiografía de la jueza Sonia Sotomayor titulada "My Beloved World".

Y tan sólo eso, les dice todo lo que necesitan saber sobre esta mujer que se crió casi en la pobreza, en un hogar lleno de ira, con una madre distante y un padre alcohólico, que murió cuando ella tenía 9 años. Sotomayor no tuvo más remedio que hacerse cargo de su diabetes, de su familia y de su educación, ganada con tanto esfuerzo, prácticamente sola.

No encontraran ningún atisbo de autoconmiseración en esta historia de valor y perseverancia.

Escogí específicamente esas dos palabras porque el cliché me irrita enormemente. En general, no leo autobiografías ya que su intención es, a menudo, colocar al autor bajo la mejor luz posible para cualquiera sea el próximo estadio de fama que desee alcanzar.

Sin embargo, Sotomayor cuenta su propia historia con la seguridad de alguien que ya ha logrado su fin y que no necesita adornar su historia. En este aspecto casi exagera en la serenidad, proporción y freno con que describe su meteórico ascenso al estrellato judicial.

A veces, describe la paciencia con que supera todo obstáculo —desde el temor a las agujas de insulina hasta el desdén de los administradores de la escuela secundaria, que no podían creer que la que terminó siendo primera de su clase se las hubiera arreglado para entrar en Princeton— y el asombro con que recibió cada distinción académica y profesional, y a uno le da ganas de agarrarla de las desgastadas solapas y gritarle:

Pero así es Sonia Sotomayor: dedicada, sin pretensiones y con los pies en la tierra —casi en extremo. Considerando todas las veces que menciona su falta de interés por la ropa, las carteras o los zapatos de estilo, es sorprendente ver lo bellamente acicalada que aparece en la tapa del libro.

En verdad, la sobriedad pedestre con que Sotomayor cuenta lo que prácticamente es un triunfo al estilo mitológico griego —que fácilmente podría haberse relatado como otra triste historia de "una pobre victima perteneciente a una minoría"— es a la vez refrescante y edificante.

Entonces, aclaremos algunas cosas de la mujer que ascendió como un meteoro a la categoría de ícono hispano cuando se autodenominó "latina lista".

En primer lugar, y lo que a mí me pareció más importante, es que tras abordar las profundidades de la personalidad de Sotomayor, queda claro que su comentario no fue el rugido de una feminista liberal de color, sino meramente, tal como expresara ella después del hecho, "un adorno retórico que no encontró eco".

Ésta es una mujer que trabajó horas extras todos los días de su vida para alcanzar la excelencia académica y profesional, bajo las más difíciles circunstancias personales.

Sin embargo, lo hizo sin amargura hacia una familia menos que perfecta, sin ira por la falta de entusiasmo de sus maestros ni resentimiento hacia el que, en los inicios de la era de la igualdad racial, étnica y de género, no la considerara precisamente destinada a ningún tipo de grandeza.

Lejos de ser la estereotípica latina fogosa, la silenciosa, y un poco torpe Sotomayor comparte libremente, sus defectos e inseguridades personales y académicos. Y lo que es más importante, detalla el rigor y la disciplina necesarios para superar esas dudas mediante el arduo trabajo.

En lugar de ser la activista étnica que pareció ser tras ese comentario socarrón de la "latina lista", Sotomayor expresa abiertamente —y con una honestidad que decepcionará a muchos izquierdistas— que no se sintió marginada por el racismo y que careció de todo deseo de unirse a los estudiantes latinos radicales que gritaban "abajo los blancos", en sus campañas contra sus opresores.

Sotomayor narra eso, sin embargo, con la misma suavidad que utiliza para describir lo importante que fue tener compañeros hispanos en la universidad. Se juntaron para asistir a latinos necesitados y finalmente asumió un papel de líder en una organización puertorriqueña de servicios sociales, que asistía a la comunidad de donde ella provenía y de la que nunca se fue hasta convertirse en jueza.

Aunque algunos se han quejado de que no hay nada de política en el libro, las lecciones que se extraen trascienden la política: una creencia firme y sólida en la responsabilidad personal, integridad y una esencia moral; además de independencia intelectual, así como también política, combinadas con el razonamiento y la inclusión del contexto, para no hablar de un amor de toda la vida al conocimiento y un afán de mejorar—valores que todo el mundo debería respetar.

Si están preparados para comprender todos los factores que destruyen los estereotipos en la vida de una de las personas más exitosas del mundo, quedarán recompensados con esta bendición: "Estoy orgullosa de ser una prueba viviente de que los grandes sueños no son inalcanzables".

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