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No hay respuestas fáciles

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Dada la manera interesada en que muchos reaccionaron a la noticia de la masacre en la Escuela Elemental Sandy Hook, en Newton, Connecticut, uno debe preguntar realmente a los defensores del control de armas: "¿No tienen decencia?" 

¿No correspondería dar a una nación horrorizada y desconsolada la oportunidad de llorar y enterrar a sus muertos? ¿No sería apropiado mostrar respeto hacia las víctimas que, según dicen, son importantes para ellos? ¿No sería adecuado dejar de lado la política, las causas favoritas y las maniobras partidistas hasta que enjuguemos nuestras lágrimas y volvamos a respirar? 

Díganselo al representante Jerrold Nadler, demócrata por Nueva York, quien expresó después del tiroteo: "Si éste no es el momento de tener una discusión seria sobre el control de armas y la epidemia de violencia causada por las armas de fuego que asola nuestra sociedad, no sé cuándo lo es". 

O a Piers Morgan, de CNN, quien preguntó en su programa a un defensor de la Segunda Enmienda: "¿Cuántos más niños deben morir antes de que ustedes digan, 'Queremos menos armas, no más'?" 

O el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, quien recientemente pidió que el Congreso aprobara legislación para el control de armas y dijo lo siguiente: "Si este momento pasa a la memoria sin que Washington actúe, será una mancha en el compromiso de nuestra nación para proteger a los inocentes, entre ellos, los niños". 

Tratando de capitalizar la tragedia, los que se oponen a las armas de fuego afirman que éste es, precisamente, el momento para intensificar las leyes de control de armas de la nación. Después de todo, dicen, es mejor tener un diálogo de ese tipo cuando la gente está pensando sobre ese tema. 

Sin embargo, ése es el problema. Muchos estadounidenses no estamos pensando aún. Sólo estamos sintiendo. Justo cuando parecería que hemos sido desensibilizados con respecto a la violencia, incluso cuando se trata de un asesinato masivo, el horror de Sandy Hook nos recordó que todavía hay cosas que son demasiado terribles para imaginar. En este momento, reaccionamos emocionalmente, no racionalmente. 

Quizás eso sea lo que desean los defensores del control de armas. "¿Ama a los niños? ¿Le resulta repugnante que les hagan daño? Entonces debemos prohibir las armas de fuego. Firme aquí". 

Hablando de sentimientos, estoy empezando a sentir algo que pensé que era imposible que sintiera: simpatía por los entusiastas de las armas. Eso es nuevo en mí. 

En primer lugar, he superado hace tiempo la cuestión de las armas. Y me impaciento con la gente que las ama. Me crié rodeado de armas. Fueron parte de mi niñez como los boys-scouts y los dibujos animados de los sábados por la mañana. Mi padre es un oficial de policía jubilado, que trabajó 37 años. Por eso, siempre había armas de fuego en la casa —un Winchester encima de la chimenea, el revólver del trabajo en el cajón de la cómoda de su cuarto, rifles en el armario. 

También apoyo medidas para un control más estricto de las armas. Me parecen bien los chequeos de antecedentes, los períodos de espera, el límite del número de armas y de la cantidad de municiones que se venden a individuos, acabar con las exenciones de las exposiciones de armas, limitar el número de vueltas en un cargador y prohibir totalmente la fabricación, venta y posesión de algunas armas específicas. 

Pero también me importan mucho la honestidad y la justicia, y reconozco una mala reputación injustificada. 

Comprendo —como todos lo hacemos en este momento— que los estadounidenses podrían prohibir totalmente las armas y sentirse compasivos e ilustrados en ese proceso, y los malvados cometerían aún actos de maldad y encontrarían la manera de hacerlo con alguna otra cosa. China tiene leyes muy estrictas para controlar las armas de fuego y, el mismo día de la matanza de Sandy Hook, un hombre mentalmente inestable atacó una escuela en la provincia de Henan, hiriendo a 22 niños y un adulto. Su arma: un cuchillo. 

Es importante conocer los hechos antes de presentar un argumento. Ni bien los defensores del control de armas sostuvieron que no debe venderse armas de fuego a los enfermos mentales, se supo que las armas utilizadas en la masacre de Connecticut pertenecían a la madre del atacante. No hay respuestas fáciles. 

Pasé el domingo buscando respuestas en un lugar al que no iba hacía tiempo —un banco en la iglesia de mi barrio. La mujer sentada a mi lado mostraba dolor en su rostro y no se sonrió durante la misa de una hora. Agarré a mis niños con fuerza. Durante la comunión, pedí al sacerdote que los bendijera. Mientras caminábamos al altar, susurré: "Esto es para que estén seguros". 

Ojalá la vida fuera tan simple. Nada en toda esta historia es simple, ni fácil de explicar —a pesar de los intentos de los oportunistas para hacerlo.

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