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El último jalón

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Inesperada fue la aparición desgraciada de Sandy, ese monstruo, que en los últimos días de octubre, dejó una estela de muerte y destrucción en el Noreste del país.

El huracán, degradado a tormenta, provocó, además del saldo fatal en vidas humanas, zonas urbanas y rurales inundadas, viviendas destruidas e incendiadas, millones de hogares y negocios sin energía eléctrica, y daños a la infraestructura de metrópolis y pueblos costeros.

Sandy puso de rodillas a 15 estados y al Distrito de Columbia, generando emergencias en al menos una planta nuclear y en una zona de Maryland que quedó cubierta de aguas fecales, al impactarse una procesadora de desechos residuales.

Hace más de dos décadas viví en la capital del mundo, la vibrante Nueva York, de la que tengo recuerdos imborrables.

Tras ver por la televisión: los túneles anegados, las estaciones del metro cubiertas de agua, el aislamiento aéreo, las evacuaciones de los hospitales, y los barrios en llamas, en la noche en plena actividad de Sandy, leí en Facebook, mensajes de amigos y parientes radicados en la zona de la Gran Manzana que me conmocionaron.

"Sandy me ha mantenido en la oscuridad por cerca de una hora... No puedo decir que no es como estar desconectado del resto de la humanidad", escribió, mi amigo Miguel Pérez, excolumnista del New York Daily News y del Bergen Record.

"En esta área de Teaneck, NJ, se cortó hasta la electricidad que proveía el Hotel Marriot con su propia planta", contó Víctor Javier Solano, mi excompañero, expresentador de CBS Telenoticias

Y Memes La Rotta, una parienta querida, del pueblo colombiano de Paipa, de donde yo soy, describió la situación con evidente preocupación: "¡Da miedo mirar por la ventana! ¡Los vientos están enfurecidos! ¡OMG!

Yo, que sobreviví terremotos en Los Ángeles, huracanes en Miami y una tenebrosa y larga tormenta de nieve en Washington D.C., confié en que nada malo le podría pasar a los míos en Nueva York.

Igualmente he pensado que mis amigos de las montañas de Carolina del Norte, también saldrán avantes de la nevada provocada por el choque de Sandy con frentes fríos.

Antes de que Sandy empezara a causar estragos en el Norte, el presidente Barack Obama suspendió campaña y se afincó en la Casa Blanca, para apersonarse de la situación como mandatario de la nación.

Para aminorar los efectos de la ausencia del fragor electoral, Mitt Romney, transformó un evento de campaña en un acto de recaudación de vituallas y enseres para los damnificados por el fenómeno atmosférico.

No sería sincero si no confieso que al ver la destrucción de los puentes, de los diques, de los muelles, de las autopistas, no pensé en el tema electoral, que es inevitable, aún en medio de la tragedia.

Las proyecciones de los daños causados por Sandy varían en la cifras, pero todas apuntan a que el saldo será de miles de millones.

La firma EQUECAT, que se especializa en asesorías económicas debido a catástrofes, señaló que el impacto económico podría llegar a los 20 mil millones de dólares.

Siempre he creído que es correcta la vía escogida por el presidente Obama de estimular la economía al dar trabajos en la reconstrucción de la infraestructura de la nación.

Eso fue lo que hizo Franklin Delano Roosevelt para sacar al país de la Gran Depresión, en la década de los treinta del siglo pasado.

No es dándole gabelas a los ricos como se solucionan los problemas del país. No es dándoles estímulos económicos para que terminen enviando sus empresas y los empleos a China, o destruyendo corporaciones para luego revenderlas u ocultando millones de dólares en paraísos financieros del Caribe.

Las elecciones son el próximo martes 6 de noviembre y hay que echar el último jalón. Los que puedan deberían votar anticipadamente.

Necesitamos en la Casa Blanca, a alguien que de verdad, tenga por principios la concepción de reparar lo destruido por Sandy.

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