Hermanas del alma y padres fallidos
La pobre Iglesia Católica. No ha tenido muchas victorias en relaciones públicas últimamente. Por últimamente me refiero desde el año 2002, cuando el escándalo de los abusos sexuales del clero irrumpió por primera vez en Boston. No mucho tiempo después, al parecer, todas las arquidiócesis en la nación enfrentaban escándalos similares. Y en los años que han seguido, se ha comprobado que el abuso sexual en el clero es tan global como la Iglesia misma.
En todo momento, los funcionarios de la Iglesia han pedido a los católicos ordinarios que las acciones graves relacionadas con el escándalo —incluyendo que los obispos, cardenales y los administradores de la curia, incluso el difunto Papa Juan Pablo II, trazaran un círculo de protección alrededor del sacerdocio institucional— no se conviertan en acusación de la estructura jerárquica de la Iglesia.
Sin embargo, en el reciente juicio en Filadelfia, el abogado que ha defendido al Monseñor William Lynn (ex secretario del clero de la arquidiócesis acusado de permitir que sacerdotes acusados tuvieran contacto con niños) ha basado la mayoría de sus argumentos en el hecho de que precisamente la estructura jerárquica le impedía al monseñor aplicar medidas reales para proteger a los niños. Por cierto, el costo de la defensa del prelado está a cargo de la arquidiócesis, lo que significa que esta está pagándole al abogado para argumentar que, en efecto, la estructura jerárquica de la Iglesia estaba profundamente viciada.
No es de extrañar que muchos de nosotros católicos estamos confundidos.
Y recientemente, en una maniobra inexplicable, la Congregación para la Doctrina de la Fe emitió un informe diciendo que — ¡agárrense! — las monjas estadounidenses han ejercido una influencia negativa global en la Iglesia. Ni una palabra acerca de la influencia negativa global ejercida por los curas administradores, quienes por medio de una falta de atención repetida o un olvido voluntario han permitido daño físico actual, psicológico y espiritual en los niños y jóvenes confiados a su cuidado.
Así es, parece que el problema "real" de acuerdo con los funcionarios del Vaticano es que las hermanas —la gran mayoría de ellas metidas en las trincheras con las personas que necesitan de su ayuda— están demasiado atentas a la justicia social.
Talvez las hermanas abogan demasiado para que el cuidado de salud esté disponible incluso para aquellos que no pueden pagarlo. Talvez ellas se afanan demasiado con la abolición de un sistema de pena capital que usurpa el juicio de Dios y se burla de Su misericordia. Talvez se esmeran de sobremanera en ofrecer ayuda física, psicológica y espiritual a las personas vulnerables a las políticas de inmigración que dejan a los niños sin padres y a los detenidos sin recursos.
Como no, "ese" es el problema, señores.
Para los católicos como yo, que seguimos creyendo en la Iglesia aún después de las revelaciones desagradables, los disimulos, y la actitud defensiva precipitada por el escándalo de los abusos sexuales del clero, este último edicto es tan ridículo como es perturbador.
Yo diría que me perturba el alma, pero el edicto es demasiado mundano para eso. Más que todo, se asemeja a un memorándum de empresa, escrito por los administradores de nivel superior (Congregación de Doctrina) que están preocupados que los miembros bajo su mando (las monjas) no gasten demasiado tiempo en escuchar y ayudar a los clientes. Según ellos sería más eficaz si, en vez, a los clientes les tocara el sistema de respuesta de voz automatizada.
Mientras tanto, estos mismos directivos y administradores en formación se van a tomar un día libre. Esperen —del 2002 al 2012— hmmm, talvez es una década libre la que se quieren tomar.
Si no estuviera llorando, me estaría riendo.
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