¡Aguas! Se prohíben los libros
He estado siguiendo de cerca el cumplimiento de las escuelas en Arizona con el Proyecto de Ley 2281, una medida que retiró libros de historia y literatura mexicoamericana del plan de estudios. Algunos de los grandes nombres de la ficción y la poesía latina de los EE.UU. han desaparecido de los estantes en las aulas.
Como la ley de inmigración, nociva y controvertida, de ese mismo estado, este proyecto de ley es claramente antilatino. A diferencia de la ley SB 1070, sin embargo, esta decisión no se molesta en disfrazar su prejuicio con la excusa de restringir a los indocumentados. No, este proyecto de ley busca solamente asegurar que a los estudiantes latinos —ciudadanos y no ciudadanos por igual— no se les ocurra darse su taco.
Porque eso promete el educarse. Eso es lo que pasa cuando vemos nuestra historia y patrimonio incluidos en los textos académicos. Eso es lo qué pasa cuando los protagonistas literarios se parecen a nosotros, y hablan y viven como nosotros. Nos convertimos en unos malditos arrogantes y se dificulta el engañarnos o privarnos de nuestros derechos.
Nos da voz.
La poeta Lorna Dee Cervantes dio prueba de esto durante una manifestación de protesta por la prohibición de los libros. No fue hasta que ella leyó las obras de escritores latinos en los Estados Unidos, dijo, que se sintió capaz de escribir. Luego se convirtió en una profesora de universidad, y en una de las poetas latinas mejor conocidas de los Estados Unidos.
La importancia del ejemplo de Cervantes no puede ser subestimada. Los jóvenes latinos crecen bombardeados con imágenes de películas o televisión en qué los latinos trabajan como niñeras, amas de casa y trabajadores agrícolas —y no como escritores, intelectuales y académicos. Entiendan, no estoy menospreciando la primera serie de trabajos —todos son empleos honorables que requieren habilidades mucho más especializadas de las que les atribuimos normalmente— pero lamento la falta de visibilidad para el segundo listado.
Arizona institucionaliza esa falta de visibilidad. Además, cuando quita de las aulas los libros escritos por historiadores, escritores e intelectuales latinos, le quita a los estudiantes latinos la evidencia que ellos también, algún día, puedan ser autores de un análisis histórico o alguna obra literaria no anglocéntrica.
En su decisión, Arizona niega que la historia de EE.UU. es lo suficientemente grande como para incluir la historia de sus ciudadanos latinos y el legado de sus antepasados, que incluye (pero no se limita a) una tradición académica que precede a cualquier otra en Norteamérica. (La primera universidad en México se abrió 100 años antes que la universidad de Harvard —la primera universidad en los EE.UU.— y 127 años antes que la primera universidad en Canadá.)
Ninguno de los estudiantes discutirá en clase los méritos literarios de las novelas escritas por "las Girlfriends" (Sandra Cisneros, Chávez, Denise, Julia Álvarez y Ana Castillo), consideradas por muchos como las más brillantes estrellas latinas literarias de la nación, porque el proyecto de ley prohíbe cursos o clases que "están diseñados principalmente para los alumnos de un grupo étnico en particular" y porque las juntas escolares en lugares como Tucson cree que sólo a los latinos les interesaría tal literatura.
Este proyecto de ley es un desastre —no sólo para los estudiantes latinos, sino para todos los estudiantes de secundaria en Arizona.
Han habido algunas reacciones maravillosas e ingeniosas a la prohibición. Tony Díaz (www.librotraficante.com), armó una caravana con los libros prohibidos, los entregó a los estudiantes y creó cuatro bibliotecas "underground". Gina Ruiz, escritora y bloguera de Banning History in Arizona (www.banninghistory.blogspot.com), promovió en YouTube la lectura por video de los libros prohibidos. Y casi todos los escritores cuyas palabras han sido extirpadas siguen abogando por que la prohibición se anule. Lo han hecho en persona, de forma impresa o por medio de los redes sociales e internet.
Todos ellos, alzando la voz.
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