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Una cuestión de honor

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El sargento de los Marines, Rafael Peralta, dio su vida por su país. Y sin embargo, él y sus heroicos actos en el campo de batalla han sido tratados en una manera que sólo puede describirse como vergonzosa. 

Sus actos deberían ganarle una Medalla de Honor póstuma. Si hubiera justicia, el premio ya estaría en una repisa, en casa de su familia, sobre una foto de él en su uniforme. 

El hecho de que no lo haya recibido, y el hecho de que el secretario de Defensa, Leon Panetta, y el presidente Obama podrían corregir esta injusticia fácilmente, le hace a uno hervir la sangre. 

Lo único que causa consuelo es que la familia de Peralta también sabe mucho sobre el honor y no ha renunciado a la lucha para que se le reconozca a Rafael el mérito que le corresponde. Junto con los miembros del Congreso de la zona de San Diego y las senadoras de California, Dianne Feinstein y Barbara Boxer, están apelando al secretario de la Marina, Ray Mabus, para que vuelva a peticionar la candidatura de Peralta para recibir el más alto honor militar de la nación. 

La familia tiene puestas sus esperanzas en un informe de un perito forense independiente, el patólogo de Texas, Vincent Di Maio, que contradice las conclusiones de un patólogo del Ejército sobre la forma en que Peralta murió. Basándose en el informe del Ejército, el entonces secretario de Defensa, Robert Gates, decidió no conceder a Peralta la Medalla de Honor. En lugar de eso, le ofreció el premio consuelo, la Cruz de la Marina. La familia la rechazó. 

La brigada de Peralta tiene algunos notables refuerzos. El Cuerpo de Marines y el Comando Central de Estados Unidos están de acuerdo con que Peralta cumple los requisitos para recibirla, y sus camaradas de la Compañía Alfa se han unido al esfuerzo para asegurar que el marine que salvó sus vidas reciba el reconocimiento apropiado. 

Aunque Peralta ingresó en los Estados Unidos por México sin documentos cuando era adolescente, se incorporó a los Marines el día que recibió su tarjeta verde y finalmente se convirtió en ciudadano estadounidense. También se convirtió en lo que sus camaradas denominaron como "un Marine de los Marines", con la reputación de siempre cuidar a sus hombres. Estuvo a la altura de esa reputación el 15 de noviembre de 2004, cuando —mientras se batía a fuego con el enemigo en Fallujah, Irak— presuntamente sofocó una granada para salvar la vida de otros Marines. 

Digo "presuntamente" porque casi ocho años más tarde, están los que dicen que es probable que Peralta no se tirara voluntariamente sobre la granada. Sostienen que se cayó sobre ella después de que un fragmento de bala le pegara en la parte posterior de la cabeza, incapacitándolo. 

Ésa fue la opinión del patólogo del Ejército quien realizó la autopsia de Peralta y quien insistió en que el fragmento que le pegara "hubiera sido inmediatamente discapacitante y casi instantáneamente fatal" y le hubiera impedido ejecutar "todo movimiento significativo". Una panel civil comisionado por el Departamento de Defensa concluyó lo mismo, y Gates aceptó esa opinión. 

En el bando opuesto: Cuatro médicos quienes han examinado las pruebas forenses y concluido que el fragmento de bala estaba desplazándose a tan "baja velocidad" que Peralta podría haber agarrado la granada, colocándola en su pecho. También hay siete Marines que estuvieron en el lugar del hecho y que sostienen que eso es exactamente lo que hizo Peralta. 

Normalmente, el acto de utilizar el cuerpo de uno para absorber la explosión de una granada a fin de salvar vidas de camaradas se considera como el máximo acto de valor y generosidad, que prácticamente garantiza el otorgamiento de la Medalla de Honor. 

El sargento Peralta dio todo lo que podía dar a su país. Lo menos que puede hacer su país a cambio es reconocer su sacrificio y  el mérito que le corresponde. 

Este tipo de cosa es difícil de tragar en la comunidad latina, que se jacta de tener la proporción más elevada de condecorados en relación con el porcentaje de la población. Hasta la fecha, los latinos han recibido por lo menos 43 Medallas de Honor, las primeras tres durante la Guerra Civil. Se les debe una más.

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