No hay qué hacer sobre el desempleo?
Ni
tampoco la situación muestra una mejoría rápida. Es una tragedia que continúa,
y en un mundo racional, poner fin a esta tragedia sería nuestra más alta
prioridad económica.
No
obstante, algo extraño ha pasado en la discusión política: a ambos lados del
Atlántico, surgió un consenso entre la gente poderosa e influyente en cuanto a
que no se puede hacer nada ni debería hacerse nada sobre el empleo. En lugar de
una determinación para hacer algo sobre el sufrimiento en curso y el
desperdicio económico, uno ve una proliferación de excusas para la falta de
acción, vestida con el lenguaje de sabiduría y responsabilidad.
Entonces,
alguien necesita decir lo obvio: inventar excusas para no volver a poner a
trabajar a los desempleados no es ni sabio ni responsable. Más bien, es una
grotesca abdicación de la responsabilidad.
Sin
embargo, ¿quién habla seriamente de la creación de empleos hoy día? No el Partido
Republicano, a menos que se cuenten sus llamados rituales a la reducción de
impuestos y la desregulación. No el gobierno de Obama, que más o menos abandonó
el tema hace año y medio.
El
hecho de que nadie en el poder hable sobre el empleo no significa, no obstante,
que no se pudiera hacer algo.
Hay que
tener en mente que los desempleados carecen de trabajo no porque no quieran
trabajar o porque les falte la capacitación necesaria. No hay nada malo en
nuestros trabajadores; hay que recordar que apenas hace cuatro años la tasa de
desempleo estaba por debajo de 5%.
El
núcleo de nuestro problema económico está, más bien, en la deuda –
principalmente la deuda hipotecaria – que se acumuló en los hogares durante los
años de la burbuja en la década pasada. Ahora que reventó la burbuja, esa deuda
funciona como una carga persistente sobre la economía, evitando cualquier
recuperación real en el empleo. Y, una vez que uno se da cuenta que el exceso
en la deuda privada es el problema, uno se da cuenta que hay diversas cosas que
podrían hacerse al respecto.
Por
ejemplo, se podrían tener programas de gestión de obras (del tipo WPA) para
poner a trabajar a los desempleados haciendo cosas útiles, como reparar
carreteras – que, también, al incrementar los ingresos, facilitarían que los
hogares liquidaran su deuda. Podríamos tener un programa serio de
restructuración hipotecaria para reducir las deudas de los propietarios en
problemas. Podríamos tratar de bajar la inflación de nuevo a una tasa de 4% que
prevaleció durante el segundo mandato de Ronald Reagan, lo que ayudaría a
reducir la carga real de la deuda.
Así que
hay políticas que podríamos seguir para bajar el desempleo. Estas políticas no
serían ortodoxas – pero tampoco lo son los problemas económicos que
enfrentamos. Y quienes advierten sobre los riesgos de actuar deben explicar por
qué estos riesgos deberían preocuparnos más que la certeza del continuo
sufrimiento generalizado si no hacemos nada.
Al
señalar que podríamos estar haciendo muchísimo más sobre el desempleo,
reconozco, claro, los obstáculos políticos para seguir realmente cualquiera de
las políticas que pudieran funcionar. En Estados Unidos, en particular,
cualquier esfuerzo por tratar de resolver el desempleo se topará con un muro de
piedra de la oposición republicana. No obstante, eso no es razón para dejar de
hablar sobre el tema. De hecho, al volver a revisar mis propios escritos del
último año, más o menos, está claro que yo también he pecado: el realismo
político está muy bien, pero he dicho demasiado poco sobre lo que realmente
deberíamos estar haciendo para resolver nuestro problema más importante.
Como lo
veo, los formuladores de políticas se están hundiendo en una situación de
impotencia aprendida en cuanto al tema del empleo: entre menos hacen algo sobre
el problema, más se convencen de que no había nada que pudieran haber hecho. Y
los que sabemos por qué, deberíamos estar haciendo todo lo que podamos para
romper el círculo vicioso.
© 2011 The New York Times News Service
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