El Precio
Dice la historia de los pueblos que los libertadores fueron seres que
buscaron el silencio quemando sus horas en la noche, en espera de la claridad
de la aurora. En el silencio conocieron lo que había de hacerse, por qué, para
qué y cómo. Seres que tuvieron la visión de ver más allá de su piel y supieron
voltear hacia atrás, a los lados y marcar el rumbo hacia delante.
En el fuego de su espíritu tuvieron un sueño: un soñar despiertos. La
visión y la osadía de confiar y de creer que aquel sueño no sólo era posible,
sino que había que hacerlo realidad a pesar de las críticas, zancadillas,
golpes bajos, presiones y amenazas. Jamás se quebraron. En su larga travesía
mantuvieron la estatura de los robles que, entre más azotados por el viento,
más firmes en su propósito. Personas de convicciones, de ideales, de amor a la
patria, que arriesgaron la vida para salvar a su gente de la miseria,
ignorancia, dependencia.
Ser libertador de un pueblo es hacer un trabajo lento, metódico,
cuidadoso; hacerlo bien y con gran devoción. Pero, ¿qué hacer cuando un pueblo
tiene infinidad de recursos pero le falta coraje para ponerse de pié? ¿Cómo
echar a andar los talentos y habilidades del que se ha caído y cree que solo no
puede caminar? ¿De aquellos que se apoyan en otros porque no confían en sus
propios pasos? ¿De aquellos que buscan el camino fácil, y sacrifican libertad e
integridad en aras de una vida holgada, de poco esfuerzo, mucho riesgo y mucha
plata?
Mejorar la calidad de vida de una nación requiere gente que piense más
allá de sus intereses personales y que esté dispuesta a luchar y trabajar con
el mismo entusiasmo cuando se trata del interés de los demás como cuando se
trata de su propio interés. Gente que sueñe y se prepare en silencio, con objetividad.
Esto no es contradictorio: primero son los sueños, los ideales, las utopías, y
después se desarrolla un plan de trabajo para obtenerlos.
Después de un análisis sereno y realista se organizan los factores
teniendo en mente esa visión. Lo siguiente es incendiar el espíritu de la gente
para que se enamore del mismo sueño. La razón, la imaginación, y los datos auténticos
y confiables se presentan para tender puentes entre lo que es y lo que puede
ser. Un "sí se puede" es el lema de los libertadores. Hay peñascos en el
camino; muchos obstáculos de todos conocidos. Esos hay que enfrentarlos, pero
nunca detenerse a causa de ellos.
La valía de un libertador será medida por la cantidad de poder y
adulación que pueda soportar sin envanecerse. Sus afectos serán puestos a
prueba: aquellos por los que lucha serán los que menos lo comprendan. El
libertador es un ser solitario, consecuencia del mismo liderazgo, que camina en
el desierto y, aunque se eleva sobre los demás porque la responsabilidad eleva,
se separa de ellos de alguna manera. Renuncia a sus deseos personales —aunque
legítimos— por una causa superior; una forma de entrega que va contra el
egoísmo. Más cómoda es una vida sin entrega, aunque no más feliz. Su férrea
voluntad, esa fuerza interior que lleva siempre consigo, es la que le da su
seguridad e independencia para lograr su propósito.
La globalización trajo sus beneficios pero también la crisis global.
Muchos países han sido afectados, no sólo México. Nuestra patria está en
problemas: económicos, éticos, políticos y de credibilidad. Muchos optan por culpar
al Presidente por nuestras aflicciones pero, en realidad, no hemos apoyado lo
suficiente las estrategias
gubernamentales para solucionar los conflictos: el nuevo modelo de desarrollo,
el nuevo sistema político, el nuevo pacto constitucional y el acuerdo de
seguridad con participación social.
¿Qué tesoros hemos
encontrado en nuestros silencios que podamos aportar a la nación? Los talentos
que se quedan encerrados asfixian. Siendo la solución de nuestra problemática
la máxima utilización de recursos y talentos, ¿quién o quienes están dispuestos
a pagar el precio de liberar su potencial, buena voluntad, agudeza,
perspicacia, clarividencia y genio para sanar la patria de sus heridas?
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