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Como
uno de los estrategas más brillantes de Estados Unidos y enviado especial a la
región Af-Pak, Holbrooke representó al gobierno – pero también se irritó ante
aspectos del enfoque de la Casa Blanca. En particular, se estremeció por la
dependencia excesiva en la fuerza militar porque le recordaba a Vietnam.

"Existen
similitudes estructurales entre Afganistán y Vietnam", notó, en reflexiones
dispersas, ahora en manos de su viuda, Kati Marton.

"Pensaba
que esto podría convertirse en el Vietnam de Obama", recordó Marton. "Algunas
de las conversaciones en la sala de situaciones le recordaban las
conversaciones en la Casa Blanca de Johnson. Cuando planteó eso, Obama no quiso
escucharlo".

Porque
fue extremadamente leal hacia su amiga Hillary Clinton, la secretaria de
Estado, Holbrooke se mordió la lengua y permaneció callado en público. Sin
embargo, murió en diciembre, y Marton y algunos de sus amigos (yo mismo
incluido) creen que es tiempo de levantar el cono de silencio y compartir sus
puntos de vista particulares. En este momento, con las relaciones con Pakistán
en crisis y Afganistán bajo revisión, nuestro país podría usar una dosis de su
sabiduría.

Holbrooke
se opuso al "aumento" militar en Afganistán y habría visto el deceso de Bin
Laden como una oportunidad para una marcha directa hacia la diplomacia. Creía
plenamente en que la única forma de salir del lío en Afganistán es con un
acuerdo de paz con el Talibán, y su equipo estaba comprometido secretamente a
acercarse a personajes vinculados con los talibanes, dice Marton.

"La
reconciliación; en eso estaba trabajando en Afganistán, y en forjar los
aspectos civiles y políticos que anegó el Ejército", recordó Marton. "Toda la
política está sesgada, demasiado militarizada. Richard nunca pensó que esta
guerra podría ganarse en el campo de batalla".

Su
objetivo, dice ella, era algo parecido al acuerdo de paz en los Balcanes, que
él negoció en una base militar en Dayton, Ohio. Estados Unidos presidiría el
proceso, pero también estarían todos los actores regionales, incluidos Pakistán
e Irán.

"Soñaba
con un lugar parecido a Dayton, en alguna parte aislada, sin medios, sin
burocracia de Washington", dijo Marton. "Estaba muy lejos de eso, pero soñaba
con eso".

Vali
Nasr, un integrante del equipo de Holbrooke en el Departamento de Estado, lo
expresa así: "Comprendía, a partir de su experiencia, que todo conflicto tiene
que terminar a la mesa de las negociaciones".

Nasr
dice que el objetivo de Holbrooke para Afganistán era "no retirarse
repentinamente, sino una solución viable y duradera", para terminar la guerra
civil ahí. Si Holbrooke siguiera vivo, dice Nasr, estaría viajando
frenéticamente de Islamabad a Kabul tratando de aprovechar el asesinato de Bin
Laden para preparar el terreno para el proceso de paz.

Sin
embargo, para hacer eso, tenemos que poner a la diplomacia y el desarrollo – y
no 100,000 tropas, con un costo de 10,000 millones de dólares mensuales – en el
centro de nuestra política para Afganistán. Holbrooke se quedaba perplejo al
ver que él llegaba a una reunión en taxi, mientras que el general David
Petraeus lo hacía escoltado por lo que parecía un batallón de asesores. Y
Holbrooke se estremecía cuando Petraeus se refería cálidamente a él como su
"piloto de flanco" – con la intención de un gran cumplido – en lugar de ver a
la fuerza militar como el complemento de la diplomacia.

En
cuanto a Pakistán, Holbrooke me dijo, así como a otros, que, debido a su tamaño
y armamento nuclear, es un escenario central; Afganistán es un espectáculo de
sombras.

"Un
Afganistán estable no es esencial; un Pakistán estable es esencial", notó, en
las cavilaciones que dejó. Creía que un paso crucial para reducir el
radicalismo en Pakistán es aligerar la disputa con India por Cachemira, y
apoyaba presionar más a India para lograrlo.

Holbrooke
estaba frustrado por la duplicidad de Islamabad. Sin embargo, también se dio
cuenta de que Pakistán da refugio al Talibán afgano porque desconfía de Estados
Unidos, en particular después de que éste se retiró en 1989, a la salida de los
soviéticos de Afganistán. Y las renovadas amenazas de abandono no forjan
confianza.

Más
bien, Holbrooke metió el alma en la construcción de una relación no sólo con
los generales paquistanís, sino también con el pueblo paquistaní, y hubo
dividendos modestos. Ayudó a mejorar el acceso de la CIA a Pakistán, lo cual
pudo haber ayudado en la redada contra el complejo de Bin Laden. Y aplacó la
oposición contra los ataques teledirigidos, notó Nasr.

"Los
trataba como actores serios, no como si sólo fuera una aventura de una noche;
como si realmente habría un matrimonio al final de la relación", dijo Marton.

Es una
concepción de diplomacia concienzuda para un objetivo estratégico – la paz – y
es algo de lo que necesitamos más. El presidente Barack Obama dijo cosas
maravillosas sobre Holbrooke en el servicio funerario. Sin embargo, el mejor
tributo sería escuchar su consejo.

© 2011 The New York Times News Service

 

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