La complicidad de Paquistán
Los
cínicos tendrán la tentación de pensar que las más altas autoridades de
Paquistán, tal vez incluso el Presidente Asif Ali Zardari, le otorgaron un
santuario al jefe de al-Qaeda, o al menos que no quisieron actuar contra él
cuando se les cruzó en el camino la información de su paradero. Pero se
equivocará quien creo eso. Si la complicidad de Paquistán con al-Qaeda hubiera
sido una política aplicada desde arriba, habría sido fácilmente neutralizada
hace mucho tiempo y Paquistán sería un animal político muy distinto del que es.
No, ese nunca fue el problema: ni con el dictador Pervez Musharraf durante gran parte de la última década,
ni con su sucesor, elegido democráticamente. El vicio de raíz es que, a
diferencia del mundo árabe, donde el Ejército y los fundamentalistas musulmanes
han sido enemigos acérrimos durante mucho tiempo, en Paquistán ambos están
entrelazados desde la época del dictador Zia ul-Haq, a finales de la década de
1970 y a lo largo de los años 80'. Esa profunda imbricación se convirtió en una
característica permanente de Paquistán mientras entraban y salían los jefes del
gobierno.
El Ejército empleó al fundamentalismo para legitimar su régimen autoritario
del mismo modo que utilizó el desarrollo de armas nucleares para reforzar el
orgullo nacional. El contexto de la Guerra Fría, durante la cual el islam
radical paquistaní estuvo dirigido contra la ocupación soviética de Afganistán,
impulsó el crecimiento del fanatismo religioso, santificado por el gobierno. El
surgimiento de la Liga Musulmana de Paquistán, uno de los movimientos civiles
poderosos del país, con el impulso de los cuarteles consolidó el matrimonio
entre el fundamentalismo y las instituciones oficiales.
He
mencionado en columnas anteriores lo obvio que resultaba esto para cualquiera
que visitaba Paquistán en la década de 1990, como lo hice yo tres veces, cuando
los soviéticos ya habían abandonado el vecino Afganistán. En los países árabes,
los dictadores por lo general se apoyan en el ejército para contener a los
grupos religiosos violentos. En Paquistán, el liderazgo civil, en particular el
de Benazir Bhutto en diversas ocasiones, estuvo férreamente limitado a la vez
por el "establishment" militar y los musulmanes fundamentalistas. En tiempos de
dictadura militar, el mandón de turno, voluntaria o involuntariamente, se
desenvolvía también dentro de esos parámetros. Ninguna fuerza fue capaz de
disolver esta estructura diabólica: ni siquiera los 20 mil millones de dólares que Estados Unidos ha entregado
a ese país para de lucha contra el terrorismo desde el "11 de septiembre".
Esto
no significa que todo el mundo es un fundamentalista en el Ejército, que todos
son debiluchos en el gobierno y que la totalidad de la Inter Services Agency ha estado protegiendo
a Bin Laden desde hace diez años. Pero los esfuerzos realizados por muchos
soldados y civiles paquistaníes, que han ayudado a atrapar o matar a
importantes líderes terroristas y conducido una ofensiva contra el enemigo en
diversas partes del país, se dan en un entorno en el que la capacidad de
triunfo está gravemente comprometida desde adentro.
En julio de
2010, la Secretaria de Estado Hillary Clinton dijo: "Creo que Osama Bin Laden
está aquí en Paquistán". En una entrevista posterior, añadió: "Hemos atrapado,
con la cooperación paquistaní, a gran parte de la cúpula de al-Qaeda. ...
Supongo que alguien en este gobierno, de arriba a abajo, sabe dónde se
encuentra Bin Laden". Estaba expresando en pocas palabras el problema de
décadas con el Estado paquistaní. Es mucho peor Estado en el que la cúpula
política no tiene control sobre vastos segmentos de un "establishment" militar
peligroso que otro en el que la cúpula controla al Estado peligroso. En el
primer caso, nunca se sabe quién es exactamente el enemigo. En el segundo, las
cosas están claras.
Que Islamabad tardase once horas en reaccionar ante la muerte de Bin Laden
y que la primera declaración no fuera ni siquiera del propio Presidente indica
la enorme vergüenza que esto acarrea para Pakistán. Pero también sugiere lo
inseguro e impotente que se siente el mandatario ahora que el vicio esencial
del Estado que supuestamente dirige ha quedado expuesto.
En
muchos sentidos, atrapar a Bin Laden fue lo fácil. Lo realmente difícil es
rehacer al Estado paquistaní. No hay "Navy Seal" que pueda hacer eso.
© 2011, The
Washington Post Writers Group
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