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            En
la primera década del siglo, Brasil cosechó los frutos de las reformas del
mercado de los 90'. Unos 30 millones de personas engrosaron las filas de la
clase media. Pocos hechos ilustran mejor lo ocurrido que la evanescencia del
otrora poderoso Movimiento de los Sin Tierra, cuyas violentas tácticas
atemorizaron a vastas regiones del interior del país. Hace una década, el grupo
controlaba unos 285 campamentos en tierras invadidas. Hay apenas tiene treinta.
Luciano de Lima, coordinador para el estado de Sao Pablo, pudo a duras penas
reclutar a 27 personas para invadir una parcela de tierra en manos de la
compañía de ferrocarriles Ferroban. Los organizadores admiten que la creación
de empleo, especialmente en la construcción, y en mucha menor medida el
programa Bolsa Familia, han dejado sin oxígeno al movimiento.

            El
crecimiento del consumo nos habla de una clase media en ascenso……en un país cuya
economía se basa principalmente en el mercado interno. Las empresas de venta
minorista y de bienes raíces, e incluso proveedores de servicios como la
educación, están en auge.

            Sin
embargo, el gobierno del ex Presidente Lula da Silva, que merece parte del
crédito, eludió modernizar el laberíntico y clientelista sistema político
brasileño, cuyas estructuras federales, estatales y locales se superponen. Y
sucumbió a la superstición de que el poder económico proviene de la promoción
estatal de grandes campeones industriales. Como muestra Mansueto Almeida en su
libro "O Novo Estado Desenvolvimentista e Governo
Lula", decenas de miles de millones de dólares fueron
canalizados a ciertos productores de carne, celulosa, mineral de hierro,
petróleo, etc. El Banco Nacional de Desarrollo (BNDES) fue el principal
instrumento. Incluso financió adquisiciones internacionales. Los productores de
carne JBS y Marfrig recibieron ingente ayuda.

            Inevitablemente,
el modelo produjo resultados mediocres y corrupción. La Caixa Económica
Federal, otro gigantesco instrumento financiero del Estado, compró o
subvencionó a bancos y empresas constructoras. Beneficiarios como el Banco
Panamericano terminaron involucrados en escándalos de fraude. Otros, como el
Frigorífico Independencia, donde el BNDES también "invirtió" recursos, se
volvieron insolventes. Queda por verse qué traerá del aumento de la
participación del Estado en Petrobras.

            El
resultado ha sido triple. Primero, una colosal factura fiscal. La nueva
Presidenta, Dilma Rouseff, ha anunciado 50 mil millones de dólares en recortes
(para apoyar su campaña electoral el año pasado, vaya ironía, Lula aumentó las
transferencias discrecionales a los gobiernos estatales y locales en un 51 por
ciento). Segundo, las industrias de "commodities" –la vieja economía— han
empequeñecido a las de servicios. Tercero: como el gobierno dictó la naturaleza
de la expansión económica, las empresas desatendieron la inversión en
investigación y desarrollo. Según la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual,
las solicitudes de patentes brasileñas cayeron un 20 por ciento el año pasado
en comparación con incrementos del 50 por ciento en China y 20 por ciento en
Corea.

            Por
culpa de este énfasis en grandes campeones industriales, Brasil no trató de
corregir la desconexión entre los centros de investigación académica y la
economía productiva. Si bien Brasil está entre los once países líderes en
ciencias —un 2,4 por ciento de
los artículos publicados en revistas científicas están escritos por
brasileños—, anda muy por detrás en producción de tecnología. Sólo hay
veintitrés ingenieros por cada diez mil personas; en el pequeño Israel hay tres
veces más.

            En
la década de 1990, el Gobierno consumió un cuarto de la riqueza nacional. Hoy
consume el 40 por ciento. Una joven empresaria que importa juguetes de China me
dijo lo mismo que oí decir a ejecutivos de grandes empresas: "Paso mi tiempo
luchando con una montaña de impuestos y reglamentos. Es un milagro que sea
capaz de hacer algo".

            Hay
algunos indicios de que Dilma Rousseff entiende esto. Está preparando la
segunda versión de la Política de Desarrollo Productivo. La primera versión
engendró el sistema descrito anteriormente. Pero la Presidenta dice desear,
esta vez, más disciplina fiscal, menos campeones industriales, más innovación y
servicios en la economía privada. ¿Aceptará que para lograr esto su gobierno
debe retirarse de los espacios que su predecesor invadió durante la última
década? Su partido, una mezcla de centro-izquierdistas y radicales, ¿la dejará?
Lula, que goza aquí de una condición semi-divina ¿lo consentirá?

            Si
la respuesta es no, el ascenso de Brasil al primer mundo no ocurrirá muy
pronto.

© 2011, The
Washington Post Writers Group

 

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