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America Latina: Visita de Obama

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A América Latina y el
Caribe les falta mucho: sólo Chile y Barbados están entre las cincuenta
economías más competitivas. Sus universidades producen seis científicos sociales por cada dos
ingenieros. Y el aluvión de dinero que se nota en estos países se debe en parte
a la demanda china por sus "commodities". Pero ha habido un notable salto hacia
adelante gracias a la inversión y el comercio. La pobreza ha caído a un tercio de la población —30 millones de brasileños
engrosaron las filas de la clase media en ocho años— y Perú, Colombia y Panamá viven una bonanza, mientras que
Chile está otra vez en forma tras su terremoto del año pasado.

            La última vez que Estados Unidos
planteó a la región una visión común fue con el Tratado de Libre Comercio de
las Américas. Una vez fracasada esta propuesta, Washington perdió interés. En
cierto sentido, el despegue económico ha tenido lugar a pesar de algunas
políticas norteamericanas: seis productos de
exportación brasileños padecen barreras proteccionistas en este mercado y el
Congreso estadounidense nunca ratificó el Tratado de Libre Comercio suscrito
por Colombia hace cinco años. El progreso se debe sobre todo a un amplio
consenso político en favor de las democracias de mercado. Como ha dicho el
reformado ex guerrillero salvadoreño Joaquín Villalobos: "Los recursos
naturales, la ayuda exterior, los acuerdos de libre comercio y los préstamos no
tienen el efecto de la madurez política".

            Una
consecuencia de este consenso ha sido la menguante influencia de la izquierda
antediluviana, o sea Cuba y Venezuela, apoyada por Bolivia, Ecuador y
Nicaragua. Uno de los anfitriones de Obama, Mauricio Funes, ha frustrado los
esfuerzos de su partido, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional,
por alinear al país con Venezuela, mientras que el uruguayo José Mujica, un ex
guerrillero tremebundo, ahora es un aburrido socialdemócrata. Incluso el
paraguayo Fernando Lugo, que alguna vez tocó las puertas del aquelarre
revolucionario, está seduciendo al capital extranjero.

            Hugo Chávez padece la debacle crónica
que incubó. Su principal aliado sudamericano, el boliviano Evo Morales, es
ahora odiado por dos terceras partes del país. El nica Daniel Ortega trata de
hacerse reelegir a pesar de una prohibición constitucional, pero eso en parte
se debe a una cortesía de la oposición dividida.

            También en este caso puede decirse que
el encogimiento de la izquierda lunática —aun más trascendental que el despegue económico— debe
poco a influencias de Estados Unidos

            La otra cara de la moneda es la
pesadilla de orden público alimentada por la guerra contra las drogas. Aquí la
política estadounidense sí es un factor. En los 90´, bajo presión de
Washington, el cultivo de coca saltó del Perú y Bolivia a Colombia. Cuando
Colombia ajustó las clavijas, saltó de nuevo al Perú, donde la superficie
cultivada se ha incrementado un 70 por ciento y la producción se ha triplicado.
El mismo juego de las sillas musicales se ha dado en relación a las rutas
comerciales. Cuando Estados Unidos cerró el corredor del Caribe, México lo
sustituyó. Tras la muerte de miles de personas en los enfrentamientos ocurridos
en México, algunos de los carteles —¡oh sorpresa!— la emprendieron hacia el sur. Ahora Los Zetas
y el cartel de Sinaloa están causando estragos en Guatemala, donde la tasa de
violencia es cuatro veces mayor que la de México, y Honduras, donde la tasa es
aún peor.

            A pesar de que varios estados
norteamericanos permiten la marihuana medicinal y el consumo personal ya no es
objeto de intensa persecución en Estados Unidos, la política antidrogas de
Washington en América Latina no ha cambiado un ápice. Los llamamientos de un
amplio espectro de personalidades políticas e intelectuales latinoamericanas,
así como de importantes instituciones, para corregir el enfoque represivo han
caído en saco roto. Tres ex Presidentes

            —el brasileño Fernando Henrique Cardoso,
el mexicano Ernesto Zedillo de México y el colombiano César Gaviria—
presentaron
sin éxito un inteligente documento al respecto en 2009.

            El resultado es un infierno que tiene
lugar en países donde el flujo de armas procedentes de Estados Unidos no tiene
fin (México ha confiscado más de 100.000 armas automáticas que ingresaron desde
el otro lado de la frontera). La demanda de drogas en Estados Unidos, mientras
tanto, se ha mantenido estable y los precios han caído debido a la oferta
imparable.

            Obama sabe todo esto,
pero no tiene estomago suficiente, en este momento, para la prolongada lucha
que supondría un cambio de la política antidrogas. Y hasta ello que suceda,
como tuve ocasión de oírle decir hace poco al Presidente Felipe Calderón en
México, no es realista esperar que algún país latinoamericano serio desafíe a
Washington por su cuenta.

           

© 2011, The
Washington Post Writers Group

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