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La salud de la mujer: Una historia que se pasa por alto

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Además
de la desalentadora brecha en la paga de los dos sexos, la escasa atención de
los medios al primer informe integral federal sobre la mujer desde 1963 se
concentró en los notables avances de la mujer en éxitos académicos. Sin
embargo, la historia más importante no recibió atención: la salud de la mujer.

            Es
cierto, las mujeres viven aún más que los hombres —aunque esa brecha ha ido
reduciéndose— pero observen el tipo de vida que es.

            Las
mujeres, en todos los grupos etarios, tienen un 40 por ciento más de
probabilidades que los hombres de tener dificultades para caminar, en parte
debido a que las mujeres tienen niveles más altos de asma, bronquitis crónica y
enfisema, cáncer, artritis e hipertensión, una enfermedad que afecta casi a la
cuarta parte de todas las mujeres adultas.

            Aunque
las mujeres están teniendo hijos en edad más avanzada debido a oportunidades de
educación superior y carreras, hay más complicaciones durante el embarazo. Es
asombroso que la tasa de cesáreas haya aumentado de un 21 por ciento en 1996 a
un 32 por ciento en 2008 —la tasa más elevada que se haya reportado en Estados
Unidos— y los efectos físicos pueden durar para toda la vida.

            A
medida que revisamos la lista de problemas, encontramos que más de la tercera
parte de las mujeres de 20 y más años son obesas, una situación que amplifica
otros problemas de salud. Y aunque todos reconocemos que la nación tiene
dificultad en comer adecuadamente, la falta de actividad es igualmente
epidémica. El informe señala que en 2009, menos de la mitad de todas las
mujeres de 25 y más años cumplió con las normas de actividad física relativas
al ejercicio aeróbico, comparado con el 51 por ciento de los hombres.

            El
motivo, creo yo, es simple: las mujeres no hacen suficiente ejercicio porque
tienen demasiadas responsabilidades y no cuentan con tiempo suficiente.

            Las
mujeres continúan teniendo más probabilidades de vivir en la pobreza que los
hombres, aunque en las últimas cuatro recesiones, la tasa de desempleo entre
las mujeres se elevó menos que entre los hombres. Y la vida es diferente para
las mujeres cuando el "día de trabajo" termina. La tasa de familias encabezadas
por mujeres solas es más del doble de la de aquellas encabezadas por padres
solos. Pero incluso en las llamadas "familias nucleares" y en los matrimonios
sin hijos aparecen disparidades.

            En
2009, en un día de trabajo promedio, las mujeres casadas empleadas pasaron una
hora más que los hombres realizando actividades de la casa y cuidando de
miembros de la familia, entre ellos hijos y padres. Los esposos también
ocuparon media hora más de cada día laboral disfrutando del ocio y los
deportes, que sus esposas.

            ¿Es
de asombrar que en todas las edades, las mujeres experimenten tasas más
elevadas de depresión que los hombres?

            Lo
que agrava esta lista de penurias es la falta de recursos disponibles para que
las mujeres las encaren. Desde 1984, el número de mujeres entre 18 y 64 que
carecen de seguro médico ha aumentado de un 13 a un 18 por ciento. Y una de
cada siete de ellas tiene poco o ningún acceso constante a una asistencia
médica preventiva.

            Pero
incluso entre aquellas para quienes la pobreza no es el factor más importante
que impide una salud estable, es obvio que las mujeres están demasiado ocupadas
anteponiendo a los demás para poder cuidar de sí mismas. Eso debe cambiar.

            La
deficiente salud de la mujer no es nada menos que una crisis nacional con
implicancias generacionales. Y mientras la Casa Blanca ha expresado que este
informe ayudará a establecer la política a seguir, las que tienen que prestar
más atención son las mismas mujeres.

            Una
encuesta del National Women's Health Resource Center de 2007 halló que las
actitudes de las mujeres hacia la salud han cambiado hasta el punto de que la
mayoría considera que cuidar de sí mismas es una prioridad. Pero la mayoría de
las mujeres dijo que carecía de tiempo para llevar un estilo de vida saludable.

            Eso
ya no puede ser una excusa. Ha llegado el momento de que las mujeres —desde las
más ricas a las más pobres—tomen la molesta decisión de colocarse a sí mismas
por encima de los demás y buscar la ayuda necesaria para que su propia salud
sea su principal inquietud, independientemente de lo ocupadas que estén.

            Después
de todo, ¿de qué sirven las victorias de la mujer en la educación y las
carreras si vienen a cambio de una calidad de vida decente? 

© 2011, The Washington Post
Writers Group

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