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 Chicago: Estereotipo de los electores hecho añicos

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Se
suponía que la contienda era una prueba definitoria del poder racial y étnico
en esta ciudad históricamente segregada y llamada en una época "Beirut a la
vera del Lago", después de las batallas políticas entre concejales del aparato
político establecido y una coalición liberal compuesta en su mayoría por
concejales negros e hispanos, tras la histórica elección en 1983 de Harold
Washington, el primer alcalde negro de Chicago.

            Salta
al ruedo Rahm Emanuel, ex jefe de personal del presidente Obama, que acabó
convirtiéndose en el primer alcalde judío de la ciudad.

            A
él se le unieron tres candidatos afroamericanos, quienes iniciaron sus campañas
en el último minuto posible, tras un fallido intento de que los líderes negros
nominaran un "candidato por consenso" a quien apoyar. Dos de ellos aspiraban a
convertirse en la primera alcaldesa afroamericana.

            Y
también hubo dos candidatos latinos, los cuales, efectivamente, también querían
convertirse en el primer alcalde hispano de Chicago.

            Uno
de ellos es un hombre nacido en Puerto Rico, de hablar suave y con una larga
historia de servicio a electores diversos, mientras defendía asuntos latinos.
El otro, un político que integró por mucho tiempo el aparato creado por el
saliente alcalde Richard Daley, fue considerado el candidato blanco de facto
por un comentarista local, porque durante su larga actuación en la política de
la ciudad, este hombre de padre mexicano-americano y madre greco-lituana nunca
se identificó con la comunidad latina de la ciudad.

            Incluso
antes de que se estableciera este campo de juego, los medios locales y
nacionales escribieron y hablaron sobre la posibilidad de una animosidad racial
y étnica en toda la ciudad. Si uno leía algunos de estos informes, no podía
dejar de preguntarse si estallarían en las calles disturbios raciales entre el
32 por ciento blanco, el 32 por ciento negro y el 29 por ciento latino de los
residentes.

            Antes
del fracaso total del comité nominador del candidato negro por consenso, la
historia más sabrosa era por qué la comunidad latina de Chicago no se había
unido para apoyar a un candidato, a fin de no dividir el voto. Como si, en todo
caso, una persona pudiera unir mágicamente a un electorado sumamente diverso
mediante un color de piel compartido.

            Pero
la atención enseguida viró a la cuestión de si los latinos saldrían a apoyar a
Emanuel. Muchos pensaban que Emanuel había sido hostil con los inmigrantes latinos,
tanto en la época de Clinton como más recientemente, al encarnar la fuerza que
no permitió que Obama cumpliera las promesas de su campaña de encarar la
reforma migratoria integral.

            En
las últimas semanas de la contienda, el aire se sentía pesado con las
disquisiciones sobre cuál candidato era más favorable para los inmigrantes,
como si no fuera un hecho documentado que a los latinos les preocupan más la
educación, los puestos de trabajo, la asistencia médica y el déficit federal,
que la inmigración. En Chicago, la criminalidad es también una inquietud
prioritaria.

            Bueno,
ahora sabemos que Emanuel obtuvo una aplastante victoria, con el 55 por ciento
del electorado y 325.413 votos. Más específicamente, obtuvo 130.000 votos más
que ambos candidatos latinos combinados.

            En
los 19 municipios de la ciudad, donde se concentra la población hispana,
Emanuel ganó unos 13.000 votos más que los dos competidores hispanos juntos.

            Por
supuesto, los electores latinos desean escribir la historia eligiendo al "Primer-Latino-lo-que-sea".
Y la inmigración, sin duda alguna, es un asunto importante para este grupo
minoritario. Pero el "voto latino" no se contentará con un candidato que no se
considere calificado para encarar todos los problemas preponderantes en sus
vidas, a pesar de la posición de ese candidato sobre la inmigración.

            Ésa
es la lección mientras nos preparamos para las elecciones de 2012. Es esencial
que los partidos políticos y los candidatos reevalúen el estereotipo del
elector latino y comprendan que los hispanos no se guían sólo por la
solidaridad étnica ni sus inquietudes sobre la inmigración. Están tan
interesados en la economía, y en los sistemas de salud y de educación, y en la
competitividad global como otros bloques de electores.

            Más
vale que todo candidato que quiera atraer un elector latino se concentre en ser
el mejor calificado y el más competente para abordar los retos de la nación,
antes de tratar de hacer un llamado a una supuesta identidad cultural.

© 2011, The Washington Post
Writers Group

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