Paradoja de un asunto migratorio
El
activista anti-inmigración en cuestión expresó que el cartel era "una lacra y
afrenta a nuestro idioma" y exigió que la empresa "cesara su divisiva campaña
de erigir carteles en español en tierra estadounidense", según un artículo en
el Victorville Daily Press.
La
parte notable es que este activista —un veterano de Vietnam de 61 años,
desempleado, que teme que la inmigración ilegal esté matando al país que él ama
tan entrañablemente— es un latino en segunda generación, nacido en los Estados
Unidos, quien por un lado alardea de que su abuelo cabalgó con Pancho Villa y
al mismo tiempo se autodenomina "quizás el mayor Miliciano de Estados Unidos".
Raymond
Herrera se identifica con dos grupos que ocupan posiciones muy diferentes en la
batalla por la reforma de la ley migratoria.
Ha
tenido la dolorosa experiencia de ser un obrero especializado que ha perdido
trabajo destinado a inmigrantes ilegales, preferidos por los empleadores que
buscan la mano de obra más barata y desechable.
"Yo
era un carpintero estadounidense que me ganaba la vida con cantidad de
trabajo", me dijo Herrera, describiendo lo que lo llevó a su papel de fundador
de "Nosotros, el Pueblo, Cruzada de California", grupo de activistas que se
opone a la inmigración ilegal. "Estaba casado, tenía mi primer hijo, una casa,
dos carros, dos gatos, una cerca, todo el asunto".
"Entonces
en 1980, cuando vinieron cruzando la frontera, perdí mis trabajos, perdí mi
casa, finalmente perdí mi familia —perdí mi camino en Estados Unidos. Como
muchos otros obreros estadounidenses, perdí mi Sueño Americano. El padre que me
reemplazó, sus hijos ahora están en competencia con mis hijos. Ahora también se
están llevando el Sueño Americano de mis hijos."
Sin
embargo, Herrera es un latino bilingüe de tez oscura, que siguiendo la gran
tradición del crisol de culturas de Estados Unidos, se considera primero estadounidense
y por último, miembro de una minoría étnica. Como otros hispanos, está
orgulloso de sus raíces inmigrantes mexicanas y deplora la explotación de los
inmigrantes ilegales.
Quizás
el grupo con el cual Herrera tenga más cosas en común sea el 31 por ciento de
los latinos que, en el otoño de 2010, creyeron que el impacto de la inmigración
ilegal en los hispanos que ya viven en Estados Unidos es negativo. Comparemos
eso con sólo el 20 por ciento que pensó de esa manera en 2007, cuando el Pew
Hispanic Center midió por primera vez esas actitudes.
Esta
creciente ansiedad no es algo que la mayoría de los latinos quiera discutir
públicamente, porque la inmigración ilegal es tan compleja como las familias
hispanas que pueden ser una mezcla diversa de residentes legales, inmigrantes
ilegales y nativos de Estados Unidos. Los múltiples problemas que el cartel
trae a colación son un buen ejemplo.
Según
Herrera, su indignación se inicia con la erosión de una cultura estadounidense
común. Cree que las generaciones de inmigrantes previas se vieron unidas,
finalmente, por el idioma inglés pero que este ideal se está erosionando porque
unos cuatro de cada cinco inmigrantes ilegales vienen de países
latinoamericanos que comparten el español.
Después
expresa su temor por la seguridad pública. "Ponen avisos en español para vender
seguro de carros a inmigrantes ilegales diciéndoles 'No necesitan licencia para
manejar en Estados Unidos, sólo necesitan seguro'", expresó Herrera. "No
importa que no puedan leer las señales ni sepan las reglas de California para
la carretera. Ponen en peligro la seguridad pública".
El
argumento final de Herrera es el de la explotación tanto de consumidores que
son residentes legales como inmigrantes ilegales. Señala que Adriana's Insurance
fue calificada con una "F" por la Oficina de las Mejores Empresas del Sur de
California, después de que 47 personas se quejaran porque la empresa no respetó
las tarifas que dio, canceló pólizas sin notificación, envió facturas
no-autorizadas, y porque no pagó reclamos legítimos.
Aún
así, a pesar de sus preocupaciones relativas a la política oficial sobre las
que él trata de llamar la atención, tener tez oscura en un grupo del movimiento
anti-inmigrantes ilegales, en su mayoría compuesto por blancos, no ha sido
fácil. Aunque a veces recibe abrazos de inmigrantes ilegales que admiran su
opinión de que el gobierno mexicano debería ser responsable de crear una
economía de trabajo que no exporte sus trabajadores, más a menudo se acusa a
Herrera de traicionar sus raíces.
Ya
sea que uno ame u odie las complicadas opiniones de Herrera sobre la
inmigración ilegal, su historia es un reflejo de Estados Unidos en toda su
diversa tragedia y gloria.
La
dirección electrónica de Esther Cepeda es estherjcepeda@washpost.com
© 2011, The Washington Post
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