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Que hable el dinero de la educación

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 Una
consecuencia beneficiosa de esta colaboración es que asuntos de educación que
quizás ahora no se consideren como una emergencia obtienen la atención
necesaria.

            Por
ejemplo, el año pasado escribí sobre el enorme desafío de educar a alumnos que
necesitan aprender inglés (ELL, siglas en inglés), y me lamenté de que las
discusiones pocas veces se centraran en la investigación y cedieran,
frecuentemente, a opiniones partidarias relativas a la reforma migratoria.
Expresé lo siguiente: "Esos argumentos ignoran la realidad de que el desempeño
de los estudiantes que no hablan inglés competentemente afecta el desempeño
general de casi todas las escuelas públicas del país".

            La
semana pasada, una red nacional de más de 260 organizaciones de financiación
privadas y públicas, Grantmakers for Education, publicó nuevas investigaciones
esbozando por qué es tan importante reforzar la educación ELL en nuestras
escuelas siempre diversas.

            En
su informe "Invertir en nuestra próxima generación", nos enteramos de que se ha
determinado que más de uno de cada 10 estudiantes, entre pre-Jardín de Infantes
y 12 grado, en Estados Unidos —más de 5,3 millones— necesita aprender inglés, y
que existe una brecha considerable en logros entre este grupo y sus pares que
dominan el inglés. La Evaluación Nacional sobre el Progreso de la Educación de
2009 mostró que sólo el 6 por ciento de los estudiantes de ELL de cuarto grado
alcanzó o superó el nivel de "competencia" en lectura en inglés, mientras que
entre sus pares de cuarto grado, que no son ELL, el 34 por ciento alcanzó ese
nivel.   

            Los
autores señalan algo que nos hemos negado a reconocer durante años: el grupo de
estudiantes ELL es el de mayor crecimiento en las escuelas de la nación, pero
no todos esos estudiantes cuyo desempeño es inferior son inmigrantes. De hecho,
más del 75 por ciento de estudiantes ELL de escuela primaria son
estadounidenses en segunda o tercera generación.

            Absorban
eso por un minuto. Las necesidades de aprendizaje de los estudiantes cuya
lengua materna no es el inglés se han visto tan trágicamente insatisfechas que
hay niños en las escuelas públicas, hoy en día, cuyas familias han estado en
Estados Unidos por tres generaciones, y aún así no se puede decir que sean
competentes en inglés.

            Ese
solo hecho debería constituir una señal de alerta para distritos escolares de
todo el país, que los lleve a preguntarse si se les han pasado por alto otros
elocuentes indicios que señala este informe —como que los alumnos de inglés
están repartidos por todo el país, en lugares que no esperaríamos.

            Las
zonas con mayor incremento de estudiantes de inglés no son los lugares que ya
cuentan con numerosas poblaciones de ELL ya establecidas como California,
Texas, Nueva York, Florida y Arizona. Y como resultado, las escuelas y
comunidades donde el número de estudiantes ELL está creciendo más velozmente
—Carolina del Sur, Indiana, Nevada, Arkansas, Carolina del Norte, Virginia y
Delaware— a menudo tienen poca experiencia en servir a este tipo de
estudiantes.

            Y
lo que es aún más complejo, los estudiantes de inglés no se concentran en las
ciudades; asisten a escuelas tanto rurales como urbanas, cada una de las cuales
presenta distintos problemas que requieren métodos de enseñanza apropiados. E
independientemente de la similitud geográfica, los distritos en que los
estudiantes provienen de hogares diversos, en que se hablan docenas o incluso
cientos de idiomas, enfrentan problemas logísticos y culturales muy diferentes
de los distritos en que los estudiantes hablan principalmente entre uno y tres
idiomas.

            Un
factor final esencial radica en el nivel de educación de la familia —no hay
reglas homogéneas sobre el nivel de educación de los padres de los estudiantes
ELL, incluso si limitamos el grupo a los inmigrantes recientes. El informe
establece: "Aunque los inmigrantes dan cuenta de un número desproporcionado de
estadounidenses sin diploma de escuela secundaria, casi un tercio de los
estadounidenses con diplomas doctorales en 2009 fueron inmigrantes".

            Grantmakers
for Education realizó muchas sugerencias para que los que proporcionan
financiación a las organizaciones estimulen el rendimiento de los estudiantes
—convertir el éxito de ELL en prioridad, lograr que los directivos de escuelas
y distritos destaquen asuntos relativos a ELL y replicar críticamente estrategias
comprobadas con estudiantes que no son ELL. Pero la sugerencia de mayor impacto
fue "llevar a cabo las 'valientes conversaciones' sobre cómo el prejuicio y las
bajas expectativas" disminuyen las posibilidades de éxito de los estudiantes
que necesitan aprender inglés.

            Los
que suministran el dinero tienen la oportunidad de hacer comprender que el
progreso dependerá de que las escuelas y distritos logren su objetivo para el
porcentaje de estudiantes que alcance o supere el nivel "competente" en los
exámenes de lectura y matemática del estado. Si el dinero puede ayudar a
mejorar el actual lamentable desempeño de los alumnos que necesitan aprender
inglés, las posibilidades de lograr un progreso anual adecuado para todos los
estudiantes cobrará el impulso necesario.

            El
dinero habla, y si los que tienen el dinero están dispuestos a convencer a los
demás de que el desafío de cómo educar de la mejor manera a los alumnos que
necesitan aprender inglés va más allá de las consabidas suposiciones y del tema
políticamente candente de la inmigración, habremos recorrido la mitad del
camino.

            La
dirección electrónica de Esther Cepeda es estherjcepeda@washpost.com.

© 2011, The Washington Post Writers Group

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