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Albañiles de North Carolina: El desafío de la reina Carlota

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Bautizada como Charlotte, en 1762, como homenaje a
la reina Carlota, esposa del rey Jorge III de Inglaterra, la hoy próspera
metrópoli ha sido testiga perenne de la historia de Estados Unidos.

Por el camino indígena, que la cruzaba antes del
arribo de los europeos, pasaron los  conquistadores españoles, rumbo a la
actual localidad de Morganton, donde la expedición comandada por el capitán
Juan Pardo estableció el Fuerte San Juan en 1567,  cuarenta años antes de
que los ingleses fundaran la colonia de Jamestown (Virginia).

Durante la Guerra de Independencia, los británicos
le dieron a Charlotte el apodo de "Nido de Avispones", por la resistencia
bélica que sus pobladores exhibieron en contra de las tropas del imperio
inglés.

En la Guerra Civil fue escenario de enfrentamientos
entre los rebeldes confederados y las fuerzas oficialistas de la Unión.

Hoy su área metropolitana cuenta con dos y medio
millones de habitantes y su centro está adornado por hermosos rascacielos,
centros culturales, museos, el estadio del equipo de fútbol americano de las
Panteras  y la Arena de baloncesto de los Bobcats, donde se realizará la convención.

Para enfatizar está que la pujanza que la ciudad
denota se debe a la mano de obra hispana indocumentada, que ha participado en
todas las construcciones que se han erigido en Charlotte en las últimas
décadas.

Ya en 1986, un despacho de la AP, registraba el
disgusto de funcionarios del difunto Servicio de Inmigración y Naturalización
(INS) porque los "ilegales" estaban abandonando los campos  agrícolas de
las Carolinas para convertirse en obreros de construcción.

Además de los edificios del centro y los escenarios
deportivos,  incluyendo el inmueble del Salón de la Fama de NASCAR, los
latinos sin papeles se han roto el lomo en el alzamiento de cada escuela,
hospital, iglesia, tribunal, urbanización que se haya levantado recientemente
en Charlotte.

La cárcel central, a donde van a dar los
indocumentados que resultan detenidos para deportación por cometer infracciones
de tráfico o no portar licencia de conducir, fue edificada con el aporte de
albañiles hispanos.

"Nuestros antepasados construyeron las pirámides
aztecas, ahora construimos las pirámides de Charlotte", me dijo con sorna un
obrero mexicano de piel cobriza durante una de las manifestaciones realizadas
en Charlotte en pro de la reforma migratoria.

Y  esa contribución ha tenido un costo de
dolor. Las estadísticas del Departamento de Trabajo de Carolina del Norte
señalan que desde 2002 un total de 135 hispanos murieron en accidentes de
trabajo en el estado, con la mayoría de las fatalidades en sitios de construcción,
y con un número significativo de los incidentes en Charlotte.

Lo paradójico es que desde 2006 se desató una guerra
contra esa gente que desgastó sus órganos vitales en erigir las maravillas que
verán y disfrutarán los convencionistas.

Desde la primavera de ese año hasta hoy, alrededor
de diez mil indocumentados, que habían estado radicados en la ciudad, fueron
puestos en proceso de deportación por medio del programa 287g que da facultades
a agentes locales de actuar como oficiales de inmigración.

Pero no solo eso, el alguacil local también tiene a
su merced la posibilidad de utilizar Comunidades Seguras, el otro programa de
expulsión de indocumentados.

Esto pese a que un reporte del Instituto de Política
de Inmigración (MPI), con sede en Washington DC, concluyó lo que se sabe y no
se quiere admitir: que el objetivo de expulsar criminales del 287g no se está
cumpliendo.

Como tampoco está cumpliendo la misma meta
Comunidades Seguras, según un informe del Centro de Periodismo Investigativo de
la Florida  (FCIR).

Lo que están haciendo los dos programas en todo el
país es deportar a gente trabajadora como la que transformó a Charlotte.

 

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