Convulsión Oriente Medio: Ni justicia ni estabilidad
Me
he reunido con Jumblatt un par de veces en el Líbano y en Washington, y siempre
me pareció lúcido con respecto a los problemas de su país. Su honrada
declaración debe ser tomada en sentido literal: él y una parte considerable de
la sociedad libanesa ha llegado a la terrible conclusión de que la coexistencia
pacífica sólo es posible sacrificando a la justicia, es decir capitulando.
Traigo
esto a colación a la luz de los tumultuosos sucesos de Egipto, Túnez, Yemen,
Jordania y Argelia. Lo que estamos viendo desmiente la idea de que sacrificar
la justicia trae la estabilidad. Esa ha sido la política de Occidente hacia
Oriente Medio durante décadas. No obstante los retóricos pedidos de reforma
democrática, Estados Unidos y Europa han respaldado y financiado a corruptas
dictaduras árabes porque parecían un dique más sólido contra la gran ola del
fundamentalismo islámico que cualquier alternativa.
Las
dictaduras árabes, por supuesto, no lograron ni la justicia ni la estabilidad.
El fundamentalismo siguió creciendo. En unos muy amañados comicios
parlamentarios en Egipto, la Hermandad Musulmana logró un 20 por ciento de los
escaños en 2005. Varios años antes, en una sociedad tunecina más secularizada,
los fanáticos religiosos de En Nadah liderados por Rachid Ganuchi obtuvieron
oficialmente el 17 por ciento de los votos la última vez que se les permitió
participar, aunque la cifra real probablemente fue mayor. Y las primeras
elecciones democráticas de Gaza las ganó abrumadoramente Hamas. Para no
mencionar el fortalecimiento del fundamentalismo islámico en Arabia Saudita,
donde la asfixiante represión no ha sido capaz de evitar que distintas redes
dentro del reino proporcionen financiación así como apoyo ideológico y político
a terroristas antioccidentales.
Más
allá del mundo árabe, la disyuntiva entre estabilidad y justicia ha demostrado
ser igualmente ilusoria. Una prueba reciente es Pervez Musharraf, quien, junto
con el egipcio Mubarak, recibió miles de millones de dólares, armas y entrenamiento
en la última década. Durante su régimen militar, el fundamentalismo islámico
siguió creciendo en Pakistán y frustró gran parte del esfuerzo realizado por
algunas instituciones paquistaníes contra los talibanes afganos y al Qaeda.
Mientras
tanto, las noticias de los cambios que tenían lugar en el nuevo milenio fueron
llegando a millones de personas, especialmente los jóvenes, en el mundo árabe.
El lento ascenso de un gran número de árabes a la clase media baja por efecto
de la globalización –que esas autocracias no pudieron evitar que se les colara
por las rendijas— fue mucho más importante de lo que se percataron los
observadores del exterior. Una generación de árabes que entendía claramente que
la elección entre la estabilidad y la justicia es falsa cobró vida.
Ellos
vieron con frustración cómo las naciones más libres y más modernas de la Tierra
apuntalaban a sus dictadores porque las proclamas de libertad para el mundo
árabe sonaban ingenuas frente a las prioridades mucho más urgentes del orden
internacional. Pero ellos sabían mejor que nadie que la estabilidad era
engañosa porque la aparente aquiescencia social que décadas de brutal represión
habían conseguido se debía mayormente al miedo.
Los
estadounidenses y europeos que creían que las únicas opciones en el mundo árabe
eran los jeques lascivos y los generales asesinos, por una parte, y los
medievales barbudos por otra, de repente han descubierto que hay miles –no:
millones— de hombres y mujeres que no lucen tan distintos de los occidentales y
hablan el idioma cívico y político de sus propias democracias. "Cuando la gente
tiene voz, no have falta hacerse explosionar uno mismo," declaraba un
manifestante de 29 años al Washington Post el martes.
La
historia de Occidente indica que la estabilidad sólo se produjo cuando se logró
un mínimo de justicia. El orden pacífico se vio amenazado, en estas naciones,
cada vez que una generación percibió que la justicia se erosionaba de alguna
forma en nombre de la estabilidad. ¿Por qué nos sorprende que en otras partes
del mundo sientan lo mismo?
Alvaro Vargas Llosa es académico senior en el Independent Institute y
editor de "Lessons from the Poor". Su dirección electrónica es
AVLlosa@independent.org.
© 2011, The Washington Post Writers Group
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