Las palabras sí importan
Hasta
ahora, sin embargo, el cambio más notable desde la trágica masacre en Tucson
(Arizona) del 8 de enero ha sido el modesto resurgimiento de un discurso
político más cortés. La nueva sesión del Congreso, que debía comenzar con un
debate extremadamente contencioso en torno a la propuesta republicana de
revocar la reforma de salud del presidente Obama, empezó en cambio con llamados
a la unidad y la reanudación del bipartidismo.
Probablemente,
esa camaradería no dure mucho, pero es factible inferir que los políticos y sus
redactores de discursos serán mucho más cuidadosos con las palabras que usan
que lo fueron antes del 8 de enero. Y ese no es un tributo insignificante a la
memoria de los seis individuos que murieron y los 14 que resultaron heridos,
incluida la representante de Arizona, Gabrielle Giffords.
Digo
eso no porque crea que el lenguaje político agresivo necesariamente incita a la
violencia.
Si lo
hiciera, Venezuela habría hecho implosión durante los 11 años de mandato del
presidente Hugo Chávez. Durante ese lapso, el país – donde casi la mitad de la
población posee un arma – se ha convertido en uno de los países más polarizado
políticamente en la historia reciente. Líderes antichavistas han pedido el
asesinato del primer mandatario en los medios, mientras que el gobernante
venezolano ha amenazado con usar tanques militares para contener a sus rivales.
Apenas la semana pasada, Chávez recibió a los nuevos miembros de la oposición
en la Asamblea General con la promesa de "triturarlos". A pesar de la acalorada
retórica, Venezuela no ha visto tragedias como la de Arizona.
Tampoco
creo que modificar el discurso político aminore la violencia.
Del
otro lado de la frontera de Venezuela, en Colombia, la agresión política ha
sido un rasgo permanente desde la independencia. Entre las décadas de 1940 y
1950, liberales y conservadores se mataron unos a otros por sus diferencias
doctrinarias. Para poner fin al caos, líderes moderados de ambos bandos prometieron
bajar el tono de la retórica, elevarse por encima de las divisiones partidistas
y acordaron compartir el poder e intercalar su turno en la presidencia por casi
dos décadas. Si bien el sectarismo se superó y ningún cura católico desde
entonces le ha dicho a sus feligreses que matar liberales no es pecado, este
tipo de violencia persiste.
No
obstante, al cambiar el discurso y cultivar un tono más cortés se crean las
bases para elevarse por encima de la maldad detrás de una tragedia como la de
Arizona y enfrentar las consiguientes decisiones. Como afirmó Obama durante el
homenaje a las víctimas el 12 de enero: "Sólo un discurso público más cortés y
honesto podrá ayudarnos a enfrentar nuestros retos como nación en una forma que
enorgullecería" a las víctimas.
Algunos
han argüido que es difícil extraer algún tipo de lección de un acto de
violencia aislado – si bien despreciable, y que sugerir lo contrario es
simplemente politizar la situación y profundizar más la polarización del país.
De
hecho, algún día tal vez se demuestre que el presunto asesino, Jared Loughner,
era inmune al clima político del día, de alguna forma sordo ante el mundo que
lo rodea; y que Giffords, en realidad, no fue más que una persona en el momento
y lugar equivocado.
Pero
como advirtió en una entrevista Francisco Leal, sociólogo y profesor honorario
de las universidades Nacional y Los Andes en Colombia, una manera como las
sociedades ignoran retos graves es explicar masacres como la de Arizona en
términos de "manzanas podridas". Para Leal, hoy en día una acumulación de
factores en Estados Unidos – racismo, recesión económica, obstruccionismo
político, indulgentes leyes de control de armas – están creando un "caldo de
cultivo" para más actos de violencia.
Tras lo
que pasó en Tucson, algunos han lamentado que el poder de las palabras fuera
una gran influencia para una mente trastornada. Pero eso es como lamentar que
el sol brille.
La
palabra es poderosa por naturaleza. Para quienes escogimos ganarnos la vida
escribiendo, es precisamente esa capacidad de hacer bien lo que nos atrae.
Alguna vez el premio Nobel de literatura, Gabriel García Márquez, confesó que
eligió su oficio porque conduce "a lo único que me ha interesado desde niño:
que mis amigos me quieran más".
Imagínense
que maravilla sería que los políticos estadounidenses escogieran sus palabras
ahora con un objetivo similar: ganarse el respeto de sus amigos – y también de
sus rivales . Como lo sugirió Obama en su discurso en Tucson, si bien las
palabras pueden herir, también puede ser utilizadas para sanar.
[DESTACADO]
No
obstante, al cambiar el discurso y cultivar un tono más cortés se crean las
bases para elevarse por encima de la maldad detrás de una tragedia como la de
Arizona y enfrentar las consiguientes decisiones.
LEAVE A COMMENT:
Join the discussion! Leave a comment.