Editorial -Matanza en Arizona: Cimiento del asesinato
Imaginémonos a Gabrielle Giffords luchando
titánicamente por recobrar sus habilidades mentales y físicas a fuerza de
determinación y del apoyo de su familia.
Podemos ver a la representante Giffords
liderando otra batalla, aquella en pos de acabar con la violencia con armas de
fuego y la vitriólica de odio.
Esto ha sucedido antes; otro sobreviviente famoso de la absurda
violencia fue el Secretario de Prensa Jim Brady, abaleado en marzo 31 de 1981
durante un atentado en contra del Presidente Ronald Reagan.
Desde mediados de los ochenta, además de
librar su personal batalla por recuperar su vida luego de quedar parcialmente
paralizado, Brady se sumó a y luego lideró los esfuerzos por implementar
control de armas de fuego.
Su propuesta de control de armas estaba
orientada a la seguridad pública, manteniendo a raya a los desquiciados, ó a
los criminales evitando su fácil e ilimitado acceso a las armas de alto
calibre. Una de tales iniciativas
tan solo requería revisión de antecedentes criminales previa a la venta de
armas, la iniciativa se denominó "Ley Brady de Protección contra la Violencia
con Armas de Fuego", sancionada como ley en noviembre de 1993 por el Presidente
Clinton.
Aún así, muchos estadounidenses ven al
"control de armas" como una forma de tiranía gubernamental y fervientemente
invocan la Segunda Enmienda para defenderse no del crimen y la intolerancia sino
contra su propio gobierno democráticamente electo.
Avizoramos a Giffords peleando en contra del
discurso de odio y el despotricar beligerante, porque aún antes de este último
atentado contra su vida, ella premonitoriamente advirtió cómo la acción del
Comité de Acción Política de Sarah Palin de pintarla como un blanco en la mira
de un rifle, podría traer serias consecuencias.
Sea que se trate de un degenerado y solitario
sicario, ó de una pandilla juvenil que opten por convertirse por cuenta propia
en verdugos, nuestra sociedad se ha convertido en una creciente chusma cómplice
sedienta de sangre.
Para los expertos y los historiadores que
documentan linchamientos y ataques de chusmas, el cuadro en que se pinta a un
verdugo junto a una enardecida no está completo sin tomar en cuenta a los
incitadores.
Los incitadores rara vez se ensucian las
manos, más bien aparecen un tanto distanciados. Ellos se limitan a nombrar y hábilmente retratar odiosamente
a sus víctimas.
Para una nación que se considera mayoritariamente
cristiana, quizá valga recordar uno de sus más preciados principios: la ira y
el habla injuriosa son el cimiento, la piedra angular, del asesinato.
LEAVE A COMMENT:
Join the discussion! Leave a comment.