No me urbanicen
Si el precio de la convivencia es el
silencio, si la manera de tener paz, es celebrar la "guerra fría", entonces
prefiero la asumida grosería de la verdad.
El hombre tiende a ofenderse por casi cualquier cosa. Sin embargo vivimos en una época en que
la falta de sensibilidad a los valores culturales, los antecedentes, y la más
elemental prudencia, se ha
comprendido como obstáculo a la comunicación armoniosa y a la búsqueda de
objetivos en común.
Esto dicho y admitido, pone de relieve
una verdad que no puede negarse: con la llegada del entendimiento de un asunto,
se generan nuevos conflictos a la par.
A fuerza de prudencia y respeto, se deja
la verdad de lado. Nos resignamos
a las apreciaciones relativas con tal de no ofender, aceptamos como tono de nuestras relaciones con los demás una
cordialidad ficticia, un respeto forzado pero no nacido de la afirmación real
de los esquemas que otro sostiene.
No, no me estoy abanderando de la
vulgaridad, simplemente protesto esta restricción ceremonial, esta camisa de
fuerza con la que se está vistiendo el lenguaje y me proclamo partidaria
incondicional de que la paz genuina, se base en principios superiores, como la
empatía, entendida ésta, no en el experimentar un sufrimiento en común, sino en
el respeto por la dignidad del otro y el interés profundo de apreciar el mundo
visto desde otros ojos.
En la actual sociedad globalizada, lo
políticamente correcto, ha generado un esquema de grandes ambigüedades.
Lo ambiguo es muy
frecuentemente un disfraz para la desfachatez. Una mal entendida tolerancia excusa las peores violaciones
al deber humano… porque mucho se habla de derechos pero poco de la obligación
natural que tenemos de hacer para que
los cambios dejen de ser solo palabras en el argot publicitario y en la promoción
de intereses egoístas.
Hablar del drama humano del hombre que se
traslada por océanos de incertidumbre para conseguirse el pan, quizás, pero no
en los términos en que se concibe esa realidad con sus denuncias y
reclamos.
Escribiré sobre el derecho a olvidar,
sobre el deber de recordar, sobre la injusticia como pecado, sobre el gato y el
perro, sobre el horizonte, sobre lo que sangro, mis temblores, las cosas que me
reconcilian con la vida, las cosas que me marcan.
En lo subjetivo también hay
universalidad.
Somos todos tan individuales que nos
conocemos, como dice la vieja samba argentina: "por el lejano mirar".
Entonces, escribir de forma políticamente
correcta, no ofrezco; desdibujar lo que soy, cómo veo las cosas, un tanto muy
subjetiva y libremente, no ofrezco.
No puedo… no sería coherente.
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