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Un debate enconado por el significado del enfrentamiento en Ecuador

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El reloj marcó las 9 p.m. el jueves pasado. El presidente Rafael Correa estuvo refugiado en el tercer piso del hospital de la policía en esta ciudad por más de 10 horas tras haber sido atacado por un montón de policías rebeldes. Docenas aún merodeaban cerca de la entrada y peleaban con las fuerzas de seguridad que habían llegado para liberar al Presidente.

En medio del estruendo de los tiros, un escuadrón de elite de operaciones especiales entró en el hospital con rifles de asalto M-16. Sus voces crepitantes apagaban a los radios Motorola. Al llegar al cuarto 302, le pusieron un casco a Correa. Se fue la luz en partes del hospital. Con gafas de visión nocturna, los soldados lo guiaron hasta su vehículo.

"¡Dios! Hay un intenso intercambio de balas, estoy atorada en un baño", escribió frenéticamente Susana Morán, una reportera del periódico El Comercio, en un mensaje de Twitter poco después de las 9 p.pm. Sus seguidores en Twitter subieron a más de seis mil de 600 mientras enviaba actualizaciones del interior del hospital.

Para cuando terminó la operación de rescate, habían muerto cinco hombres a balazos: un policía, dos soldados, un oficial de la policía que escoltaba al Presidente y un estudiante que se presentó a apoyar a Correa. Al menos 38 personas resultaron heridas. La camioneta todo terreno, blindada, Nissan, del Presidente tenía impactos de bala, incluido uno en el parabrisas.

Mientras las aguas regresan a su cauce tras el incidente, muchos en esta ciudad todavía tratan de encontrarle sentido a lo que sucedió, incluidos algunos de los que presenciaron el enfrentamiento con la policía amotinada y la subsecuente balacera.

El enconado debate es sobre si el alzamiento, que parecía cristalizar como una protesta en contra de una ley por la cual se reducirían las prestaciones para las fuerzas de seguridad, como los bonos de fin de año, tenía el propósito de derrocar a Correa. Más allá de eso, algunos en esta ciudad preguntan si acaso Correa no incrementó la tensión al abrirse paso entre la melé que protestaba, y, en un momento, al desafiar a los policías a que lo mataran. No obstante, su osadía parece haber reforzado su popularidad.

En una entrevista en esta ciudad el domingo, Doris Soliz, una importante asesora de Correa y su ministra de políticas públicas, dijo que, el levantamiento fue "claramente un intento de golpe de Estado". Soliz dijo que comunicaciones interceptadas en semanas recientes dentro de la fuerza policial indicaban que se estaban planeando campañas de desestabilización y que las protestas proporcionaron la chispa que las activó.

"Nos despertamos con todas las barracas tomadas por la policía y cerrados varios aeropuertos del país", declaró.

"Esto fue algo que fue más allá de una mera protesta por salarios, hasta el reino de desestabilizar al sistema e intentar asesinar al Presidente", agregó. "Pero fue la acción inesperada del Presidente de ir a las barracas y confrontarlos lo que frustró este proyecto".

Otros sienten no estar de acuerdo, y señalan que el alto comando de las fuerzas armadas no rompió con Correa, incluso después que altos generales le sugirieron que considerara revisar la ley de austeridad. "Correa no perdió el control del Gobierno en ningún momento, ni nadie intentó sucederlo", señaló César Montufar, un importante legislador de oposición.

Aunque Correa surgió políticamente fortalecido, Soliz dijo que el Gobierno consideraría revisar la ley de austeridad. Y, a pesar de la polarización que persiste en el país, importantes dirigentes de oposición, como Jaime Nebot, el alcalde de Guayaquil, apoyaron al Gobierno mientras se desarrollaban los caóticos acontecimientos del jueves.

No obstante, la neblina de los sucesos de ese día hace que sean posibles diversas interpretaciones. Gustavo Larrea, un ex ministro de seguridad de Correa, dijo que se podía calificar al levantamiento como intento de golpe de Estado porque los involucrados trataron de matar al Presidente en un momento dado e "interrumpir el imperio de la ley".

"Pero el propio temperamento del Presidente es en parte responsable de esta situación", dijo Larrea. "Incluso después de que le lanzaron gas, insistió en regresar a la escena después de que sus guardaespaldas lo habían sacado. Ese error puso en riesgo a nuestra democracia".

Oscar Bonilla, un funcionario de Correa, acompañó al Presidente durante gran parte del jueves. Los acontecimientos incluyeron la confrontación esa mañana con policias, la convalecencia del Presidente en el hospital de la policía después de que le arrojaron gas y agua, y los momentos tensos que llevaron al rescate. Bonilla dijo que la beligerancia de los policías rebeldes hacía que una salida suave fuera imposible.

"Algunos de los policías estaban borrachos y muchos, armados", dijo Bonilla. "Evitaron que aterrizara un helicóptero y rápidamente lograron bloquear las posibles rutas de escape. Nos sentimos atrapados dentro del hospital y amenazados por los hombres afuera".

Lo que es más, policías cerca del hospital se enfrentaron con partidarios de Correa, quienes se habían congregado en la cercanía, golpeándolos con bastones y lanzando botes de gas lacrimógeno hacia donde estaban. En un momento del caos afuera, los policías que protestaban hirieron al ministro de Relaciones Exteriores Ricardo Patiño hasta que le sangró la cabeza, cuando abandonaba el hospital.

A medida que descendió la noche sobre Quito, Correa y sus asesores sopesaron sus opciones y decidieron un rescate con las fuerzas especiales. Las balas pasaban volando, presumiblemente de los tiradores certeros de la policía, para el momento en el que llegaron las fuerzas que participaron en la operación. Los reporteros gráficos capturaron imágenes de los oficiales de policía rebeldes ocultos entre los árboles.

Dentro del hospital, médicos, enfermeras, pacientes y periodistas yacían en el piso esperando que no les dieran. Cuando la camioneta de Correa se alejó, una descarga de fuego cayó sobre la escena.

Cámaras de televisión capturaron el asesinato de Froilán Jiménez, de 29 años, un  uniformado de seguridad del Presidente, a quien dispararon cuando trotaba junto al vehículo. Mismo que no se detuvo hasta llegar al Palacio Carondelet, donde Correa pronunció un discurso rotundo en el que reprendió a sus críticos.

Sin embargo, todavía no terminaba la masacre en el hospital. Aún sonaban los disparos, según el relato de El Comercio. La gente afuera del hospital oyó que gritaba la policía, incluido: "Maten a los chuspangos", un modismo para referirse a los militares, antes de que finalmente pasara el tiroteo.

En los días posteriores al enfrentamiento, ha prevalecido una sensación de calma en las calles de Quito, y los soldados hacen cumplir un estado de emergencia. Pareciera que surgen lecciones para la frágil democracia de Ecuador, aunque en forma titubeante.

Las autoridades detuvieron a tres coroneles de la policía en relación al levantamiento. Después, un juez ordenó su liberación a condición de que permanezcan en el país y se reporten con él cada 15 días.

Otros consideraron las razones por las que hubo muertos.

"Mi hermano murió salvando al presidente Rafael Correa", dijo Carlota Jiménez, la hermana de Froilán, el guardia caído. "Es un héroe".

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