Los mineros chilenos y el resto de nosotros
Han pasado más de seis semanas desde que el colapso de un túnel en la mina San José, en el norte de Chile, dejó a 33 mineros atrapados a una profundidad de casi 700 metros – equivalente a dos edificios Empire State.
Durante los primeros 17 días todos los esfuerzos para localizarlos resultaron inútiles. Y cuando la esperanza parecía extinguirse en la superficie, una nota apareció a través de una de las sondas de rescate. De repente, la tragedia se transformó en un evento sin precedentes.
Hasta ahora ha sido una historia extraordinaria de perseverancia ante una adversidad inimaginable. Los 33 mineros han asumido diferentes responsabilidades y estructurado su vida diaria en torno a tareas específicas, para mantener cierta apariencia de normalidad. También han podido hablar con sus seres queridos, enviar cartas e, incluso, disfrutar la transmisión en vivo de un partido de fútbol y la grabación del nacimiento de la hija de uno de los mineros, Esperanza.
Es obvio que en estos momentos su estabilidad sicológica tiene mucho que ver con el hecho de saber que hay un esfuerzo de rescate en marcha, del que ellos son parte importante. "Lo que fortalece el ánimo de la gente es la percepción de que hay esperanza, de que no están totalmente impotentes", afirmó Mark Reinecke, sicólogo en jefe del Hospital Northwestern Memorial en Chicago.
Si bien el ministro de Salud de Chile, Jaime Manalich, ha mencionado que hay casos de depresión entre algunas de las víctimas, expertos como T. Byram Karasu – autor y profesor de psiquiatría en la Escuela de Medicina Albert Einstein de Nueva York – lo consideran difícil de creer. "Presiento que ninguno de ellos está deprimido", dijo. "En este momento no hay ningún tipo de introspección; sería totalmente desestabilizador".
Al preguntar acerca de experiencias similares en la historia, varios expertos compararon la vivencia traumática de estos trabajadores con el Holocausto. Según Karasu, las personas en campos de concentración nazi "sufrían de ansiedad, pero nunca de depresión" y siempre mantuvieron la ilusión de que serían liberados.
Equipos de rescate en Chile están excavando conductos lo suficientemente anchos para extraer a los mineros uno a uno hasta la superficie, en un proceso meticuloso y tenso que tomará varios días. Sin embargo, ninguna de estas salidas estará lista antes de dos meses.
Entre tanto, Karasu y otros expertos coinciden en que seguramente la experiencia hará que los afectados revelen lo mejor de sí mismos. Formarán un equipo como nunca antes, su actitud humanitaria y compasiva emergerá, incluso si antes no la revelaban con facilidad. "Cuando la posibilidad sicológicamente aplastante de morir pasa de ser un concepto a ser una realidad inmediata, eso transforma el contexto desde donde alguna vez vieron la vida. Eso cambia a la gente", según lo expresa Robin H-C, autora experta en comportamiento humano, en un mensaje electrónico.
Como tiende a ocurrir con la mayoría de sobrevivientes de catástrofes, todos habrán madurado y llegado a valorar la vida como no lo hacen quienes no han estado ante el riesgo inminente de morir. Jonathan Alpert, un psicoterapeuta en Manhattan que ha trabajado con sobrevivientes de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, explicó en una entrevista que cuando se afronta la muerte cara a cara, los individuos "luego tienen la capacidad de apreciar lo que es realmente importante y tienden a no estresarse ante detalles menores; reconocen que la vida es increíblemente frágil y sujeta a cambiar en cualquier segundo".
Alpert comentó que algunos de las víctimas del ataque al World Trade Center de Nueva York eran ejecutivos, cuyos cargos requerían 12 horas diarias de trabajo estresante. Después de los ataques, muchos cambiaron sus vidas por completo. Algunos se convirtieron en maestros de escuela, otros ingresaron a academias culinarias para ser chefs y algunos padres de familia decidieron quedarse en casa. Todos tienen "una conciencia más aguda sobre sí mismos", agregó.
Robin H-C cita investigaciones científicas recientes que han descubierto que la mayoría de nosotros vive en una rutina mental y funcionamos en un nivel subconsciente más de 90 por ciento del tiempo. En otras palabras, pasamos el tiempo sintiendo que la vida diaria es algo que nos ocurre espontáneamente, en vez de participar en ella más consciente y activamente.
Esa pasividad impide que revelemos lo mejor en cada uno. En cambio, somos más propensos a tener miedo, sospechar más del prójimo y apreciar menos lo que tenemos.
Situaciones extremas, como las enfrentadas por los supervivientes del 11 de septiembre o los mineros chilenos, tienden a despertar a las personas y transformarlas en individuos más conscientes y con vidas más enriquecedoras. En estos tiempos de divisiones, amargura y desconfianza, la pregunta para el resto de nosotros debiera ser cómo alcanzar tales cimas sin tener que haber estado atrapados cientos de metros bajo tierra.
(Marcela Sánchez ha sido periodista en Washington desde comienzos de los noventa y ha escrito una columna semanal hace siete años.)
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