El saldo tras 200 años de independencia
A partir de 2010 y durante los próximos 14 años, a lo largo de Latinoamérica habrán extensas festividades para conmemorar el segundo centenario del fin del colonialismo español y el advenimiento de la independencia.
En muchos aspectos, las celebraciones del bicentenario no pudieron llegar en un momento más apropiado. América Latina enfrentó con éxito la peor crisis financiera en décadas y salió adelante en mejor condición que muchas otras regiones, incluso mucho mejor aún que en crisis anteriores.
Por ello, no sólo puede darse el lujo de gastar en los desfiles militares, multitudinarios eventos y celebraciones culturales que se acostumbran para estas ocasiones, sino que ahora lo puede hacer como una región mucho más autodependiente y segura de sí misma. De hecho, la secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, recientemente admitió ante una audiencia en Quito, Ecuador, que líderes europeos y estadounidenses podrían recibir "consejo bien merecido sobre gestión económica de algunas de nuestras contrapartes en Latinoamérica".
El camino desde la independencia hasta el punto de convertirse en modelo de éxito no ha sido fácil, por supuesto. En términos económicos, romper el yugo del imperialismo, liberarse de los impuestos de la corona y eliminar el monopolio comercial ibérico no fue siempre motivo de celebración.
Historiadores económicos como Jeffrey G. Williamson afirman que la ruptura con España significó años de retroceso económico para la región. Entre 1822 y 1860, los gastos militares consumían hasta un 77 por ciento de los presupuestos nacionales para financiar esfuerzos de reunificación de territorios que se habían independizado.
Los conflictos, la violencia y la inestabilidad resultante tuvieron un efecto muy negativo en el crecimiento económico. Algunos historiadores económicos calculan que la tasa de crecimiento del producto interno bruto per capita alcanzó un promedio de 0,07 por ciento entre 1820 y 1870. Ese virtual estancamiento económico ha llevado a declarar el período de la post emancipación como "décadas perdidas".
Algunos historiadores como Leandro Prados de la Escosura, de la Universidad Carlos III de Madrid, consideran que tal calificación es demasiado extrema. Por ejemplo, Prados de la Escosura señala que "factores exógenos tales como el clima o la ubicación" geográfica hicieron imposible que América Latina tuviera un desempeño semejante al de los países del norte.
En 1800, por ejemplo, Estados Unidos contaba ya con un excelente sistema fluvial y ningún lugar en Inglaterra estaba a más de 50 kilómetros del océano. En América Latina, en cambio, la mayoría de recursos naturales estaba localizados en terrenos difíciles y apartados de mar abierto..
Sin importar las razones que motivaron esta realidad, lo cierto es que el crecimiento económico se frustró y recuperó el aliento a finales del siglo 19, sólo cuando los conflictos terminaron y la estabilidad regresó. Sin embargo, a partir de ese momento las circunstancias sociales y políticas aseguraron que el éxito económico llevará una mayor concentración de la riqueza y los ingresos, mucho más que en las antiguas colonias inglesas.
"Cuando la tierra fértil pasó a estar disponible para la explotación comercial con el avance en vías férreas, se dio una masiva redistribución de la riqueza a favor de las clases altas, a la vez que los campesinos fueron inducidos a entregar sus tierras", dijo John H. Coatsworth, ex director del Centro de Estudios Latinoamericanos David Rockefeller de la Universidad de Harvard, ahora en la Universidad de Columbia.
Niveles de educación en la población persistentemente bajos también ampliaron la inequidad en las antiguas colonias españolas. Como lo destacó Coatsworth en una entrevista, la tasa de alfabetismo estadounidense en 1820 era superior a la de México en 1960. "Si hubiera habido tasas más altas de alfabetismo y educación secundaria y universitaria, la estructura salarial no habría sido tan desigual".
Aunque no hay forma fácil de cuantificar la inequidad desde la independencia hasta hoy, se puede afirmar con certeza que la experiencia latinoamericana al servicio de las mayorías ha sido pésima. De hecho, en estos momentos de celebración de la independencia, la región sigue siendo la más desigual del planeta. Hoy en día, 10 de los 15 países más desiguales en el mundo están en Latinoamérica.
Claro que existe evidencia de que en las últimas décadas los ingresos abultados provenientes de la exportación de materias primas, sumados a mejores niveles educativos y nuevos programas de protección social, han reducido la inequidad de cierta manera.
No obstante, hay dudas serias sobre la sostenibilidad de tales ganancias. Los precios de las materias primas son naturalmente volátiles y los productores permanecen sujetos a la voluntad de los importadores. Entre tanto, subsidios otorgados a los pobres bajo la condición de mantener a los niños en la escuela todavía no han demostrado ser útiles para romper el ciclo de la pobreza.
La continuación de disparidades también ha inspirado la exhumación de modelos económicos que parecían haber quedado bajo tierra. Venezuela y, en parte, Bolivia, Ecuador y Nicaragua han adoptado un nuevo socialismo que debería cerrar la brecha entre ricos y pobres al incrementar, por ejemplo, la nacionalización de la producción.Sin embargo, lo que han logrado con esto es ahuyentar el capital privado, erosionar la productividad e, incluso, generar la escasez de alimentos y electricidad. Estas nuevas políticas están en riesgo de iniciar un colapso económico que representaría un retroceso lamentable en la larga lucha de la región contra la pobreza y la inequidad.
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