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Exhiben pesebre de hace 3 siglos en Ecuador

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Guardado durante 306 años entre los gruesos
muros del convento de clausura del Carmen Bajo de Quito, un pesebre de
unas 500 piezas hechas en el siglo XVIII se ha convertido en una de las
principales atracciones en la capital y en el pretexto para un
acercamiento a la vida contemplativa de las carmelitas.

Las
monjas carmelitas han abierto las puertas del convento al público para
que aprecien las figuras en una sala dedicada completamente al pesebre
navideño, también llamado "belén" o nacimiento en algunos países.

La escena que representa a Herodes y sus bailarinas comprende muñecas
de madera con las que jugaban las novicias que, en el siglo XVIII,
entraban muy temprano en la orden, según explica Lorena Albán, guía de
la exposición.

"Ingresaban las niñas de 13 ó 15 años como una
dote que daba la familia a la iglesia. Llegaban con sus muñecas de
madera y ellas las vestían", relató.

No obstante, debido
a la austeridad exigida en las celdas, las novicias no podían tener
consigo sus muñecas, por lo que pasaron a formar parte del pesebre.

Aparte de esas muñecas y de las piezas en madera de la Escuela
Quiteña, de alto perfeccionismo, también aparecen figuras donadas de
brillante porcelana que desentonan con el conjunto.

El belén
escenifica la anunciación del arcángel Gabriel a la Virgen María, la
visita de María a su prima Isabel, el nacimiento de Jesús, su
presentación en el templo y su pérdida en ese mismo templo años después.

Todas estas escenas son recreadas en distintas regiones de Ecuador y
ofrecen una muestra de los distintos estilos arquitectónicos.

"Ha sido una oportunidad para poder compartir todo este tesoro que
nuestras hermanas han cuidado en generaciones pasadas. Nos llena de
alegría que los demás puedan apreciar toda esta habilidad", dijo a Efe
Raquel de Santa Teresita que, a sus 52 años (aunque aparenta 20 menos),
ha superado su timidez ante las cámaras de la prensa.

La
religiosa, que ha pasado 33 años en clausura, contó que el belén
"siempre ha estado bien resguardado" pero le afectó el paso del tiempo y
la polilla y ha requerido una restauración.

La visita de
cientos de personas ha alterado la vida de las trece monjas, la menor de
18 años y la mayor de 91, pues han abierto al público parte del
convento, construido en el siglo XVII, aunque se han reservado el
claustro de los naranjos para su vida contemplativa.

Los
visitantes pueden apreciar el belén que está en una sala sobre un
pequeño graderío y cubierto por un cristal, pero también han podido
descubrir algo sobre el estilo de vida de las monjas, gracias a un
recorrido guiado.

A la salida de esa sala, un corredor de
tablones enmarcado por gruesos muros y arcos que dejan ver un pequeño
jardín lleva a una habitación.

En esa fría celda se aprecia
una cama pequeña, un velador con la biblia y otros libros, un costurero,
un pequeño jarrón para el agua del aseo, cilicios colgados en la pared y
un maniquí con la vestimenta tradicional de las monjas carmelitas.

El recorrido por el silencioso convento continúa, entre esculturas y cuadros también del siglo XVIII, hacia el coro alto.

Los colores pastel usados en el mural del coro recuerdan a los
artistas del siglo XIX que pintaron la iniciación de la orden de los
carmelos en el siglo XII.

Desde el coro, que cuenta con un
órgano italiano del siglo XIX, que ya no usan, se observa la iglesia del
Carmen Bajo, situada en el centro histórico de Quito, catalogado como
Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco.

Las
religiosas también han abierto al público su comedor despojado de
muebles y decorado con otro pesebre elaborado hace medio siglo en madera
y papel. Allí las monjas venden productos elaborados por ellas como
escapularios, rosarios, galletas, cremas y aguas para la limpieza
facial.

El recorrido también lleva a la entrada del cementerio
donde se entierra a las religiosas de la orden. "Cabe la frase de que
de aquí ni muerta me sacan", comentó Albán.

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