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Una muerte que no corresponde a un héroe

El trágico fin de este educador y músico hispano es aún más difícil de contemplar para una de las muchas personas que él ayudó.

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Joaquín Rivera murió abandonado el pasado 29 de noviembre en la sala de espera del Aria-Frankford, donde además fue asaltado. 

Cuando estaba a punto de graduarme de Olney High School, un consejero me dijo que, en esencia, era demasiado estúpida para ir a la universidad. Haciendo caso omiso de las A y B en mi libreta de calificaciones, el asesor me dijo que debería convertirme en una enfermera no titulada, diciendo que era el único programa de la escuela al que sería ser capaz de entrar. Supongo que era su idea preconcebida de la aspiración para una chica puertorriqueña.

Hoy en día soy directora de  la Asociación Puertorriqueños en Marcha (APM), con sede en Filadelfia, una organización sin fines de lucro que cuenta con un presupuesto anual de $20 millones y 142 trabajadores, y que proporciona asistencia médica, servicios humanos, además de desarrollo económico y comunitario en toda la ciudad. Estoy haciendo esto por un hombre, Joaquín Rivera.

Cuando Rivera, un asistente de consejería bilingüe en Olney, oyó hablar del pronunciamiento que aquel consejero me había dicho, él me dijo: “Nilda, si deseas ir a la universidad, es absolutamente posible. Yo te ayudaré”. Con su gran talento en la comunicación, Rivera, como uno de los espíritus de “Cuentos de Navidad”, de Charles Dickens, pintó un retrato de mi futuro académico. Yo lo vi y por lo tanto fui capaz de lograrlo.

Dos títulos universitarios más tarde, le debo mi vida profesional a este hombre que murió entre extraños el mes pasado en la sala de emergencia del Centro de Salud Aria-Frankford. Ignorado por el personal, más tarde fue hallado muerto sólo porque estaba siendo despojado de su reloj.

En mi trabajo he ayudado a miles de personas en crisis todos los años, he visto un montón de situaciones devastadoras. No soy una extraña a la adversidad. Pero nunca espere oír tal historia acerca de la muerte de uno de mis héroes personales y mentores.

Rivera era un tesoro americano. Él me dio un verdadero  futuro e hizo lo mismo por un sinnúmero de estudiantes en el día a día, durante décadas en Olney High. Fue un educador extraordinario, cuya energía, humanidad y cuidado parecían ilimitados hasta la noche terrible de invierno donde efectivamente hubo negligencia y por descuido abandonado a su muerte.

Charles Dickens escribió un “Cuento de Navidad” con la intención de resaltar el peligro de la vida debido a las injusticias sociales y la sombría realidad que enfrentaba la clase obrera de Inglaterra. Usó los espíritus de la “Navidad del pasado” y la “Navidad del futuro” para pintar las visiones necesarias para despertar a los ricos acerca de lo que enfermaba la sociedad. Él defendió abiertamente una reforma y advirtió que, sin ella, la “avaricia” y “la ignorancia”, que personifica como  demonios amenazadores, conducirían a la “catástrofe” para todos, incluyendo a los ricos.

Esta temporada de vacaciones es también muestra de algunas imágenes que no queremos ver. Pero voy a estar buscando en ellas. Tal vez este es el legado de Rivera, el centro de atención que necesitamos realmente buscar en el personal de los hospitales, la dureza del trabajo, la enfermedad de las personas que abusaron de él, las decisiones basadas en prejuicios étnicos y económicos y las desigualdades en la atención médica entre los suburbios y el interior los hospitales de la ciudad.