La historia de dos Kensingtons
Mientras que una parte del barrio de Kensington experimenta un cambio de revitalización rápido, en otras áreas aun se esquivan las balas del notorio mercado de…
Algunos de los traficantes de drogas más cansados —los “viejos jefes”—, los que se iniciaron en esta actividad de adolescentes, estuvieron algún tiempo en prisión y por algún milagro estadístico sobrevivieron para llegar a los 30 o 40 años de edad, trabajando aún en el único comercio que conocen —intentan mantener sus desacuerdos al mínimo. Los tiroteos son malos para el negocio.
Hasta la primavera del año pasado, todos en el vecindario sabían que las calles D y Cambria eran las nuevas Kensington y Somerset. Era un bazar de drogas al aire libre y a toda hora, y mientras que las cosas no se volvieran muy polémicas, el comercio era bueno. Varios grupos podían operar en perfecta armonía. A tan solo una cuadra de distancia del tráfico masivo y a minutos de la carretera I-95, el lugar ofrece un ingreso y egreso casual para los adictos de todo tipo de condiciones socioeconómicas —una realidad desde hace varias décadas atrás para este vecindario.
Los automóviles Sedán de valor medio con placas y calcomanías suburbanas de distribuidor de Jersey se estacionan allí a lo largo del día para comprar heroína. Los adictos entran y salen del vecindario en un caudal sin fin. El olor a plástico quemado del ‘crack’ escapa por el aire durante las tardes del verano.
A mediados de agosto, luego de una erupción de tiroteos incitados por venganza alrededor de las calles D y Cambria, la policía se enteró que se preparaba una guerra más grande entre los grupos de narcotraficantes, e hizo lo único que podía hacer para asegurar que ningún transeúnte inocente se encontrara atrapado entre la balacera: retomó el bloque.
Actualmente la mayoría de los días, uno puede escuchar caer un alfiler en las calles D y Cambria. Las patrullas de la policía han estado rondando constantemente por la intersección de cinco vías, durante los últimos seis meses. Pero si uno camina una cuadra más de distancia, se encontrará de nuevo sobre la Wall Street de la heroína.
Kensington se ha vuelto realmente la historia de dos vecindarios. Desde la avenida Girard hasta la de Lehigh, la parte del área que históricamente ha sido de la clase trabajadora, ha presenciado un incremento de residentes y comercios nuevos, así como un aumento en la seguridad.
Las nuevas casas de tres pisos con terrazas en el techo se venden por más de $365,000 de un lado. Del otro, debajo de caballete del ferrocarril en la Avenida Lehigh, el valor de la propiedad cae a casi la mitad y el crimen aumenta exponencialmente.
Bienvenidos a la frontera clara de la elitización.
En octubre del año pasado, sin embargo, a una distancia corta del lugar en donde la policía había estado clausurando las esquinas de droga como la de las calles D y Cambria, una inversión cuantiosa vinculó esa línea fronteriza.
Una coalición de funcionarios electos, organizaciones de los vecindarios y oficiales de la policía prepararon el terreno para un proyecto de renovación de $16.2 millones que convertirá a la hace mucho tiempo abandonada fábrica Orinoka Mills en una casa cívica de múltiples usos. El proyecto marcó el inicio de la primera fase del plan de largo plazo conocido como “New of Lehigh Neighborhood Plan”, dirigido por la Corporación de Desarrollo Comunitario de North Kensington (NKDCD).
Para la primavera del próximo año, el edificio de 70.000 pies cuadrados habrá sido convertido en 51 unidades de alquiler para personas de ingresos mixtos. La planta baja contará con 1.000 pies cuadrados de espacio para ventas al por menor, incluyendo un espacio de oficinas nuevo para la NKDCD. Los planes también incluyen un salón comunitario, un espacio de estacionamiento para residentes y hasta un café. En el exterior, contará con un paisaje urbano mejorado con bloques más limpios, más árboles y mejor iluminación —todo lo cual es parte de la estrategia de prevención de delitos por medio del diseño ambiental.
Algunos observadores consideran el proyecto Orinoka Civic House como un terreno de pruebas. Para que haya más inversión del lado de la frontera de la Avenida Lehigh, la percepción del vecindario debe cambiar. Es una cuestión de confianza del inversionista.
Hasta este proyecto de Orinoka fue difícil de vender. En una de las primeras giras del área, Sandy Salzman, director de NKCDC, recordó que se le solicitó a la junta directiva comprar “obas” o agujas hipodérmicas. En la ceremonia de inicio de la construcción, los más de 100 ejecutivos situados al pie de Orinoka sugerían que algún tipo de depuración ya se había dado. Pero no ha sido así.
A una distancia de tan solo dos cuadras hacia el occidente de las patrullas que rondan las Calles D y Cambria, se encuentra la Iglesia del Barrio ubicada sobre la esquina de un sitio conflictivo perene para el tráfico de drogas del área. Durante los últimos cinco años, la pastora “Cookie” Sánchez ha sido la santa patrona de las calles Cambria y Kip. Ella ofrece alimentos gratuitos para los adictos transeúntes, reza por los narcotraficantes y ofrece programas extracurriculares para las familias predominantemente latinas del vecindario, la mayoría de las cuales vive con menos de $15.000 al año.
“No puedo esperar ver el día en que realmente acaben con el tráfico en Kip y Cambria”, dijo Sanchez. “Sigo escuchando que eso es imposible, y me rehúso a creerlo. Pero, a la vez, no solo queremos sacar a las personas y trasladar el tráfico de drogas a la siguiente cuadra”.
Este ciclo de desplazamiento del narcotráfico es demasiado conocido para quienes residen allí desde hace mucho tiempo. Han visto como cierran las esquinas concurridas una y otra vez, especialmente durante el último par de años. El tráfico se mueve hacia los bloques contiguos.
“Cuando cerraron el negocio de los traficantes en Somerset y Swanson, ellos se trasladaron a Cambria y Swanson”, dijo el reverendo Billy Cortes, otro pastor y organizador comunitario en el área. “No se irán. Esta área representa mucho dinero para ellos”.
Estrategias similares continúan dándose en las cuadras contiguas, como en el caso de la calle Cambria. Dan MacDonado, inspector general de la Fuerza de ataque contra narcóticos de la municipalidad, dice que la meta es “tomar una cuadra y conservarla”, enfocándose en aquellas en donde las drogas se unen con la violencia con armas.
En agosto de 2012, hubo un enfrentamiento armado uviolento, que involucró un rifle de asalto, sobre la cuadra 3000 de la calle Hartville, tan solo una cuadra al norte de las calles D y Cambria. La policía ya había advertido sobre la violencia alimentada por las drogas que se daba allí, y este tiroteo incauto fue el acabose. La vida de personas inocentes estaba en juego. Así que el distrito 24, dirigido en ese entonces por el Capitán Charles Voigt, estableció un patrullaje a toda hora en una recién lanzada iniciativa denominada Cuadra por Cuadra para retomar el vecindario de los traficantes, una esquina de tráfico de drogas a la vez.
El distrito colaboró con el programa PhillyRising, una iniciativa que empezó bajo la dirección del ex alcalde Michael Nutter. En ese entonces, Voigt se pronunciaba de forma optimista sobre la colaboración y la vigilancia policial cuadra por cuadra. Podrían crear más confianza entre la policía y la comunidad, y reducir el crimen para atraer el desarrollo en el extremo sur de Kensington.
“Miren lo que ocurrió en Fishtown”, declaró Voigt al Daily News en ese momento. “No veo porqué eso no puede seguir avanzando hacia el norte si demostramos que podemos controlar el crimen y la venta de drogas. Tenemos la misma totalidad de viviendas. El mismo acceso al transporte público. Sólo tenemos que continuar construyendo ese puente con la comunidad”.
En noviembre, la policía realizó un esfuerzo común para retomar la E1. La esquina notoria de Kensington y Somerset había adquirido la reputación de ser una meca poco vigilada para los consumidores de heroína.
La presión para tomar medidas ha estado aumentado desde que un asesino en serie apodado “el estrangulador de Kensington” puso el foco nacional sobre el área. La medida represiva fue elogiada. La Policía de SEPTA pregonaba que la medida había “apagado el incendio” cuando en realidad, solo distribuyó las llamas a otros bloques
La presencia de la policía en un bloque ofrece un alivio temporal para los residentes inmediatos. Al principio es inquietante. Durante la noche, la calle se transforma en un circo para un pueblo fantasma. Pero a las pocas horas, luego de que recogen las agujas, los niños vuelven a jugar sanos y salvos en las calles.
Esta es la vida en el ojo del huracán
En las semanas y años siguientes, la guerra se trasladó hacia los bloques contiguos, y en algunos casos completa el círculo de vuelta a donde empezó. En 2013, un hombre de 51 años fue asesinado a tiros sobre la calle Hartville. En 2014, fue un joven de 17 años de edad. De forma similar, tan solo una semana después del cierre de las calles D y Cambria, tres personas fueron lesionadas en aún otro tiroteo con rifle de asalto en Boudinot, entre las calles de Somerset y Cambria.
Durante los últimos seis meses, hubo tres homicidios en la Avenida Indiana y más de una docena de asaltos con agravantes, la mayoría con armas de fuego, todos a pocos pasos de distancia de estas esquinas controladas por la policía. “Aunque saben que hay una patrulla a una cuadra, empezarán a dispararse unos a otros”, dijo un policía de distrito, quien pidió no ser nombrado.
Pero la alternativa suena aún peor. Sólo veamos el caso de las calles D y Cambria.
“En cuanto nos vayamos de allí, la violencia con armas volverá a empezar”, dice el Capitán del Distrito 24, Daniel O’Connor. “Hasta que contemos con las garantías de que la violencia con armas va a cesar, no puedo, a consciencia, sacar esa vigilancia policial”.
O’Connor, MacDonald, y el Capitán de la policía del Distrito 25, Michael Kram, reconocen las fallas del enfoque de bombardeo a la vigilancia policial de las drogas. El enfoque basado en los números, las grandes incautaciones, los arrestos de dos dígitos—no hace mella en la oferta y demanda. Pero el Departamento de Policía de Filadelfia continúa haciendo igual número de arrestos en estos vecindarios. El año pasado, los distritos 24 y 25, en conjunto, hicieron 5.824 arrestos, solo una pequeña reducción en los números comparado con los años anteriores, aún después que las nuevas leyes de despenalización de la marihuana entrarán en vigor en 2014. Para hacer una comparación, el Distrito 26 —que cubre Fishtown y otras áreas de Kensington— reportó sólo 529 arrestos relacionados con narcóticos, el año pasado.
Políticos en todo el país empiezan a darse cuenta que no se puede arrancar la droga de estos vecindarios a la fuerza. La concejal del Distrito Siete María Quiñones-Sánchez. dijo que la estrategia de bloque por bloque no es más que una curita. Sin abordar los problemas estructurales de la pobreza profunda y el desempleo, estos mercados de droga arraigados no se irán a ninguna parte.
Docenas de grupos y organizaciones independientes han intentado hacer algo por mejorar la calidad de vida en Kensington, sobre todo en los últimos cinco años.
Impact Services Corporation se unió con los vecinos para ayudar a devolverle al notorio “Needle Park” (Parque de las agujas) su nombre oficial de McPhearson Square (Plaza McPhearson).
Prevention Point, una clínica de servicios múltiples, ofrece un programa de cambio de agujas, servicios médicos y hasta una dirección de correo a la población adicta del vecindario. Y por supuesto, docenas de iglesias y grupos comunitarios han ofrecido apoyo constante tanto a los vecinos como a los transeúntes.
Quiñones-Sánchez ha estado reuniendo a funcionarios clave —el Departamento de Calles, Oficinas de Salud Conductual y Apoyo a la Vivienda, y hasta representantes de Conrail— para que tomen medidas respecto al campamento de las personas sin hogar de Tent City.
¿La casa cívica Orinoka constituye una señal de posible cambio?
Entre los líderes de la policía, líderes comunitarios y funcionarios electos, existe un optimismo transparente y grande respecto a llevar a residentes nuevos a toda la Avenida Lehigh. Después de todo, es un excelente lugar para vender drogas por la misma razón que es un excelente lugar para vivir. La ubicación es clave.
“Los oficiales de la policía son quienes tienen que poner la mesa” dijo MacDonald. “Podemos mover a los malhechores y hacer que sea un lugar más seguro. Entonces esas almas valientes, esos pioneros, se trasladan a los vecindarios y hacen que los mismos sean mejores. Luego se convierte en un esfuerzo comunitario, y de esa forma se repara a sí misma. La policía apoya ese esfuerzo”.
Pero ¿por qué ahora?
“Realmente no está empezando ahora”, dice Andrew Goodman, director de alcance comunitario de NKCDC. “Es solo que por la cantidad de atención y comunidades que se están uniendo, se siente como si se está dando ahora.
Cualquier transformación importante en West Kensington no será algo que se logre de la noche a la mañana. Sin embargo, las partes interesadas en todos los sectores dijeron que ya no hay vuelta atrás. Una cosa que está clara: no se darán por vencidos respecto a Somerset y las cuadras circundantes. La decisión oficial de ahora en adelante es progreso, sin importar qué apariencia tenga.
“No vamos a retroceder en nada”, dijo O’Connor. “Nuestro plan avanza de la manera en que lo hemos envisionado, y seguiremos luchando por una buena causa y ayudando a que la comunidad regrese. Alguien probablemente estará aquí sentado dentro de 10 años quejándose sobre cómo están sacándolos de sus vecindarios porque el valor de la propiedad subió, al igual que los impuestos y todo lo demás”.
Por supuesto, la revitalización de los vecindarios conlleva un conjunto diferente de preocupaciones. Como reportó AL DÍA News el mes pasado, el costo de la vida en otras partes de Kensington se ha disparado en el último par de años, y algunos residentes han tenido más dificultades que otros para adaptarse a los cambios.
A futuro, la gran pregunta podría muy bien cambiar de “¿qué es lo que sucede?” a “¿para quién está sucediendo?”.
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