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ODESSA, TX - 1 DE SEPTIEMBRE: Un mural en una pared fuera de un campo de tiro después de un tiroteo mortal el 1 de septiembre de 2019 en Odessa, Texas. Siete personas fueron asesinadas, además del hombre armado y al menos otras 21 resultaron heridas, incluidos tres agentes del orden público, después de que un hombre armado abriera fuego. (Foto por Cengiz Yar/Getty Images)
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En los últimos años los tiroteos masivos han sido noticia frecuente en los medios, en especial en Estados Unidos, donde tan sólo en el 2019 han habido más de 200 episodios con un aproximado de 300 muertes.

Aunque hay quienes se preguntan si es que realmente se han incrementado los crímenes masivos o se sabe más de ellos por el acceso a los medios de difusión, las cifras siguen siendo alarmantes.

Un falso debate

Desde Columbine, Colorado en 1999 hasta El Paso y Odessa, Texas y Dayton, Ohio en 2019 se sigue rondando la discusión acerca de las causas y posibles soluciones a tan impactante fenómeno. Sin embargo, hasta la fecha, seguimos sin consenso.

Ante el horror de estas matanzas se levantan voces y dirigen sus dedos acusadores en todas las direcciones posibles: el uso de videojuegos violentos o la difusión de información que promueve la violencia; la polarización de los medios de comunicación o la disponibilidad de armas; el supremacismo blanco, el terrorismo doméstico o la enfermedad mental. Pero al final del día persiste el fenómeno en aumento y no aparece la solución.

En Estados Unidos, portar armas es un derecho contemplado en la constitución y está tan arraigado en la cultura que se contabilizan más de 250 armas de fuego por 1000 habitantes - una cifra superior a países en constante conflicto armado como Yemen. El arma más común es la pistola en un 72% y la muerte por armas de fuego es la 11ava causa en la lista de fallecimientos dentro de las estadísticas de salud.

Si bien el presidente Trump hizo mención all supremacismo blanco después del tiroteo de El Paso, también asomó nuevamente la enfermedad mental entre las posibles causas de estos tiroteos. De una u otra manera, la retórica de la Casa Blanca sigue omitiendo el terrorismo doméstico como concepto que pareciera renacer después de más de 150 años de la aparición del Klu Klux Klan como medida de control social y político sobre las minorías de color.

En el siglo XXI, las diferencias de color, género, raza o religión son promovidas como argumentos de rechazo y se han convertido en una motivación abierta para la agresión, tal como se evidenció en El Paso, Texas. Según las estadísticas del FBI, un 58% de los crímenes de odio responden a “odio racial”, por ejemplo, y este problema es mucho más grave en un país con una mixtura de razas como la que existe en Estados Unidos.

Pero cuando el presidente señala la enfermedad mental como posible responsable de los tiroteos masivos, está también alimentando otro tipo de discriminación.

Los pacientes psiquiátricos no tienen la culpa

No es un secreto que ser portador de esquizofrenia, trastorno bipolar o depresión puede ser un atenuante de la culpa al momento de un juicio, pero el uso indiscriminado de enfermedades psiquiátricas como etiquetas de estos atacantes pueden conducirnos más a un error que a una solución real.

Quienes hemos trabajado de cerca con la enfermedad mental podemos dar fe de la mayor vulnerabilidad del paciente psiquiátrico a sufrir agresiones y discriminación, antes que a propiciar la violencia sobre todo a nivel masivo. Tal vez el recuerdo de la amenaza infantil del “loco del saco” que nos llevaría si nos portábamos mal o la imagen del cine del loco asesino en serie se ha anclado en el inconsciente colectivo y nos obliga a pensar que todo atacante masivo es un “loco peligroso”.

En el 2012 Inés Geipel hizo un análisis bastante amplio de los tiroteos masivos desde la visión antropológica, coincidiendo con lo que se ha definido como el Sindrome de Amok o “Locura asesina”.

Descrita como una enfermedad entre los malayos, este sindrome se presenta en hombres entre los 20 y 45 años, y generalmente va acompañada de cambios de conducta previos a un fenómeno de agitación seguido de irrupción de ira homicida acabando con cuanto ser vivo u objeto se pase por delante. Es frecuente que el individuo se suicide o le den muerte sus captores.

La OMS ha descrito el Sindrome de Amok como un fenómeno cultural, característico de grupos o personas que han sido víctimas de algún tipo de agresión o segregación. Pero podríamos preguntarnos si el rechazo social por ser diferentes en una comunidad escolar, no hablar el mismo idioma, no tener el mismo color de piel, no profesar la misma religión, o simplemente haber sido judicializado en algún momento por algún delito y no haber sido rehabilitado, hacen a estos individuos lo suficientemente “primitivos” como para perder el control y arremeter en un ataque de ira contra otros seres humanos y causar la muerte.

Pareciera que la discusión sobre los tiroteos masivos se ha convertido en una diatriba política entre el derecho a portar armas en los Estados Unidos o el control del acceso a las mismas, y se ha dejado de lado la importancia del odio racial que ha derivado en un ataque personalizado a la comunidad Latina, como fue el caso de El Paso hace tan sólo unas semanas.

Pretender señalar a los responsables como enfermos mentales puede ser muy peligroso no sólo por la desviación de la culpa y la omisión de las verdaderas razones, sino que podría alimentar aún más la discriminación contra los pacientes psiquiátricos.