Cómo sustentar una organización sin fines de lucro: Nilda Ruiz de Asociación de Puertoriqueños en Marcha para Todos
¿Qué lleva a una persona a dedicar su vida a una organización sin fines de lucro? Nilda Ruiz de la Asociación Puertorriqueños en Marcha para todos tiene la…
En 1960, una pareja puertorriqueña se mudó a Filadelfia. Él era mesero; ella, costurera. Nueve meses después,nació Nida Ruiz en la ciudad del amor fraterno.
La nueva integrante de los Ruiz fue diagnosticada con una enfermedad congénita leve que afecta al movimiento, postura y tono muscular, conocida como parálisis cerebral. Por ello pasó mucho tiempo en el hospital de pequeña.
Fue una niña feliz, criada en un hogar humilde, en un vecindario donde todos hablaban español e inglés no era tan necesario. El hospital era el único lugar en el que escuchaba la lengua anglosajona, en boca de enfermeras y médicos.
Con el tiempo, Ruiz llegó a entender el idioma mejor de lo que lo hablaba, pero eso no la salvó de las ¨bromas¨ de sus compañeros de clase, cuando empezó la escuela.
En una ocasión, Ruiz recordó que la incitaron a decir una palabrota, sin que ella supiese su significado. Ante la sugerencia, con toda la inocencia del caso la pequeña Nilda gritó la palabra en medio del salon.
Recibió un reporte.
“Pensé que le dirían a mi mamá que yo participaba en clase y que me iba muy bien. Pero le dijeron que constantemente decía malas palabras y yo pensaba “¿Malas palabras?, ni siquiera sé lo que estoy diciendo”, dice Ruiz.
El sistema escolar le permitió aprender inglés rápidamente y, en casa, sus padres le inculcaron el valor de la educación, entre otros.
Su madre era filántropa “a su manera”. Cada pequeña cantidad de dinero que ingresaba, lo destinaba a las personas en su iglesia.
“Ayudaba a un amigo mexicana, que era inmigrante. Pagaba por la casa y le daba trabajo, para que él pudiera ahorrar dinero. Cuando logró ahorrar lo suficiente, creo que se trasladó a Canadá. Yo heredé eso de ella”, recordó Ruiz.
Debido a la “tensión de estar aquí y… el machismo practicado por muchos hombres en ese entonces”, su madre dejó a su padre cuando Ruiz tenía ocho años de edad.
Aún cuando la situación era muy difícil. Ruiz orgullosamente alabó a su madre por estar “adelantada a su tiempo” y enseñarle que ella no necesitaba a un hombre, sino más bien necesitaba educación, para poder sobrevivir.
“Mija ponte a estudiar, porque es la única manera que no tienes que estar controlada por un hombre. Así tu tienes opciones,” le decia su madre.
l día de hoy, ella considera que fue el mejor consejo que jamás le dieron y su motor durante sus años de secundaria en Olney High y, después, en Temple University.
Ruiz fue aceptada en tres universidades pero decidió quedarse lo más cerca a casa posible.
“No me atrevía a ir a ninguna de ellas porque no sabía si mis padres sabrían [cómo] llegar allí. Todos viven dentro de su radio de ocho cuadras y no se mueven de allí, explicó Ruiz.
En ese entonces, dijo Ruiz, “todos los jóvenes blancos tenían la oportunidad de seguir de cerca a los directores. Nosotros [los Latinos] trabajamos en el grupo de mecanografía”.
Al esforzarse en su trabajo, Ruiz se convirtió en la directora del grupo de mecanografía y en secretaria suplente para el Director --un cargo que pronto daría frutos.
Mientras crecía Ruiz escuchaba a gente decir que no hablara español “porque a la gente no le gustaban los puertorriqueños, los Latinos en general, en esas partes”. Pero nunca se había enfrentado con una situación así cara a cara.
En la universidad conoció a estudiantes criados en Puerto Rico que no hablaban inglés. Como puertorriqueña bilingüe conversar con ellos nunca fue un problema.
"No quería obligarlos a hablar inglés. Hubieran pensado que yo era una creida y quería hacer que se sintieran cómodos”, dijo Ruiz.
Eso cambió después de las vacaciones de verano, cuando una nueva política escolar prohibió que se hablara español.
Alguien se había quejado con el director después de escucharlos hablar.
Cuando Ruiz se enteró, su mente empezó a dar vueltas.
Pensó en su abuelo trabajando en los campos de caña de azúcar de Puerto Rico y esa imagen no se equiparaba con la palabra ‘spic’ con la que describian a otros latinos .
“Culturalmente, los Latinos son personas que trabajan duro, ¿por qué nos dicen que no somos suficiente? Recuerda cuestionarse entonces.
Ruiz no permitió que eso la definiera.
“¡Eso me enfureció! Dije no. No aceptaré esa narrativa”, explica Ruiz.
Como secretaria, Ruiz tenía acceso al director.
“No se si lo ha notado pero mis padres nacieron en los EE. UU. hablando español. Este es un edificio público y ellos [los estudiantes] deberían poder hablar español cuando lo deseen”, recordó Ruiz que le dijo al director. “Es una buena respuesta”, respondió él.
Dos semanas más tarde, a los estudiantes se les permitió “hablar el idioma que quisieran”.
La experiencia cambió su vida.
“No hay nada que la comunidad esté viviendo o haya vivido que mi familia o yo no hayamos vivido personalmente”, dice Ruiz.
Luego de obtener su título universitario en Recursos Humanos, Ruiz fue contratada por la Asociación Puertorriqueños en Marcha (APM).
Acababan de concluir un proyecto de vivienda para familias de bajos ingresos, y necesitaban un administrador de propiedades.
“Aún no logro controlar mis cosas, y quieren que yo le enseñe a la comunidad cómo hacer las cosas mejor”, pensó en ese entonces.
Ruiz no sólo logró descifrar lo que tenía que hacer sino que encontró una pasión en su trabajo. Después de un par de años, dejó la APM para trabajar en el desarrollo de un proyecto de vivienda comunitaria en Nueva Esperanza.
Tres años más tarde, Ruiz hizo circular su hoja de vida y recibió una oferta del National Council of La Raza en Washington D.C.
“¿Quiero ser un gran pez en un estanque pequeño, o ir a Washington D.C. y convertirme en un pez pequeño en un mar enorme?”, recuerda que se preguntó.
Ruiz trabajó allí durante seis años, aprendiendo sobre otras organizaciones sin fines de lucro en todo el país. Su experiencia la ayudó a darse cuenta que a veces establecer una organización sin fines de lucro es cuestión del momento y el enfoque. Conforme los tiempos cambian, muchos no pueden seguir el ritmo de las necesidades de la comunidad a la que inicialmente se propusieron servir.
“¡Eso es!”, recuerda Ruiz que pensó. Eso es lo que le pasaba a la APM.
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Sin saber si estaba tomando la dirección correcta, dejó su puesto de trabajo seguro en DC y se fue de vuelta a Filadelfia.
“Si no lo logro nadie jamás querrá volver a contratarme. Pero si me va bien, no habrá límite alguno”, dijo Ruiz. “Sentía que si la APM fracasaba y yo no hacía algo, siempre lo lamentaría, porque yo sabía lo que significaba para la comunidad, para mí”, le dijo Ruiz a sus amigos.
Lo primero que hizo al regresar a la organización fue ampliar sus servicios para no sólo atender a la comunidad puertorriqueña.
Fue una batalla de un año entero, pero Ruiz finalmente logró que los líderes entendieran que hablar español no bastaba para que los Latinos no puertorriqueños se sintieran acogidos.
Gracias a sus esfuerzos, surgió el hombre Asociación Puertorriqueños en Marcha para Todos, y por los últimos 14 años Nilda Ruiz a sido su Presidente y Directora ejecutiva.
Cómo dirigir una organización sin fines de lucro y no morir en el intento
APM atiende a la diversa comunidad latina de Filadelfia. Ayudan a cualquier persona, dice Ruiz, pero los residentes de los distritos policiales 24 y 26, son su enfoque principal.
Su proceso de compromiso inicia al preguntarle a la comunidad qué es lo que necesita. Primero, dijeron “no encontramos alimentos”. Entonces, la APM ayudó a crear un supermercado que atendía las necesidades de la comunidad.
Con la satisfacción de una necesidad, surgieron otras, y el proceso para encontrar soluciones empezó.
“Querían reducir el crimen, un mejor sistema educativo, poder transitar a pie y un entorno ecológico”, dijo Ruiz.
La APM intenta abordar las necesidades comunitarias, una por una, siempre con el cambio constante y la diversidad de las personas de Filadelfia en mente.
Pero dirigir una organización sin fines de lucro no es nada fácil, especialmente cuando se trata del financiamiento.
Del presupuesto anual de 55 millones de dólares,“el 90% del presupuesto de la APM es subvencionado por el gobierno”, dijo Ruiz.
Por eso se asegura de elegir una línea de crédito que sea autosostenible.
“A veces me ofrecen 1 millón de dólares, pero la construcción del proyecto cuesta 1.5 millones de dólares. No lo acepto, sencillamente porque no puedo”, explicó Ruiz.
No obstante, el dinero no es suficiente si uno no cuenta con buenas personas que apoyen el trabajo.
Ruiz dijo que cuenta con “un excelente equipo” de personas que sienten pasión por lo que hacen, aunque a veces se sienten desalentados por la inmensidad de problemas que enfrentan.
“Uno recibe muchos golpes de quienes le dicen que uno no es suficiente”, dijo Ruiz.
Ella se asegurar decirle “Eres suficiente” a los miembros de su personal, en cada oportunidad que tiene para hacerlo.
Es su trabajo, después de todo, el que hace posible que la APM pueda ofrecer cuatro programas de Pre Kinder, cuatro clínicas de salud conductual sin cobro, programas de educación y desarrollo financiero para viviendas asequibles, un proceso para ayudar a los niños que se encuentran en el sistema de hogares de acogida, y certificaciones de hogares de acogida, entre otras iniciativas, dice Ruiz.
Y esto ha dado grandes resultados.
“En el 2020 cumplirémos 50 años de existencia. Así que, al mirar hacia atrás, se siente bien haber realizado [el trabajo]”, dice Ruiz sonriendo.
Ahora, su única preocupación es encontrar a las personas idóneas para el trabajo al momento en que se retire.
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