El soldado Juan Sebástian ‘Doc’ Restrepo murió como un héroe en las trincheras de Afganistán defendiendo la bandera de los Estados Unidos.

Su valentía en un arduo combate en el inhóspito Valle de Korangal llevó a su pelotón, la Brigada 173 del Ejército de los EE.UU., a bautizar su pedregosa trinchera simplemente como ‘OP Restrepo’, y a defenderla aguerridamente a lo largo de un año, como si fuera el más precioso pedazo de tierra Americana, así consagrada de repente por la sangre derramada por Restrepo.

El sacrificio final de Juan Restrepo fue conmemorado en un film de National Geographic que ganó una nominación a mejor documental en el año 2010.

Cuando ví la película no pude evitar pensar en Felipe —nuestro Restrepo aquí en Filadelfia—, también un ciudadano naturalizado nacido en Colombia que en ese momento estaba a punto de empezar su carrera como juez de la Corte Federal del Distrito del Este de Pensilvania, antes de ser ascendido como Juez de la influyente Corte de Apelaciones de los Estados Unidos, Tercer Circuito.

Restrepo es un apellido muy común en Sudamérica, particularmente en Colombia, el país del que estos dos ciudadanos norteamericanos vinieron, desde dos ciudades diferentes allá en el sur, procedentes de dos familias diferentes y no relacionadas.

El terreno común, sin embargo, no era la casual coincidencia de sus apellidos, sino algo mucho más importante: su experiencia común en la América del Norte.

Esa experiencia vital que empieza en el momento en que pisamos tierra en los Estados Unidos, confrontados por los mismos rigurosos desafíos; y desafiados también, trás vencerlos, a tratar lo inimaginable. 

Juan ‘Doc’ Restrepo se convirtió, en ese empeño excepcional, en un héroe.

Luis Felipe Restrepo, un estimado miembro de la poderosa Corte de Apelaciones de los Estados Unidos, quizá destinado a ser en un futuro no muy lejano un meritorio candidato la Corte Suprema de los Estados Unidos, es ya uno más para mí.