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Pan Comido

 

“En el caso del espacio indígena, el maíz ocupa el centro de la creencia; es el signo de la raza, lo que identifica al grupo, y lo que lo define como unidad étnica y como universo cultural.

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“En el caso del espacio indígena, el maíz ocupa el centro de la creencia; es el signo de la raza, lo que identifica al grupo, y lo que lo define como unidad étnica y como universo cultural. En el caso de los ladinos, se le niega al maíz estos valores míticos y se le reduce a un objeto con valor puramente comercial, carente de valor social-simbólico con fin integrador”. Miguel Ángel Asturias (1992). Hombres de Maíz.

 

La alimentación ha sido siempre una verdad fundamental desde las sociedades primitivas. La mayor parte de los rituales sociales se abrieron paso dentro de la organización social gracias a la ingesta o la manufactura de ciertos productos. Tal es el caso del grano, siento un producto directamente relacionado con la geografía, determinó mucho de la estructura cultural. Es así como observamos el origen del trigo en Europa, el arroz en Asia y el maíz en América.

Latinoamérica siempre ha sido un territorio orgulloso de producir gran variedad de productos relacionados al maíz, disponiendo una reflexión cultural alrededor del grano, gracias a su significación económica y su simbolismo. La Tortilla en México, la Pupusa en El Salvador, las Arepas en Colombia, Empanadas y Cachapas en Venezuela, la Mazamorra Morada del Perú y el Pirco de Choclo en Chile, son sólo algunos ejemplos icónicos de la gastronomía tradicional, que cambió y se nutrío gracias al contacto con el trigo europeo.

Muchos cronistas ubican la llegada del trigo a América entre los años 1520 (México) y 1535 (Perú), de acuerdo con algunos documentos dispersos. Los hechos más puntuales refieren cargos regulares de trigo americano hacia España al final del siglo XVI. Lo que sucedió en las colonias fue mucho más interesante: los indígenas aprendieron nuevas técnicas de cultivo y procesamiento, aún cuando ambos cereales (el trigo y el maíz) compartieran algunos procedimientos previos como el desgranado, el molido, la fermentación y la cocción; ellos adquirieron conocimiento sobre la construcción de molinos, hornos y levaduras, cambiando su dieta para siempre.

Hoy en día, el pan forma parte de la ingesta regular en Latinoamérica, siendo Perú y Chile sus principales consumidores. Pero ¿Qué sucede cuando un país sucumbe ante una crisis económica y la nutrición de su pueblo se ve amedrentada? ¿Cómo sobrelleva una población a la escasez de productos para su alimentación básica?

Esta es la realidad venezolana. Un país productor de petróleo, conocido algún día como la Venezuela Saudita, enfrenta ahora la crisis económica y social más terrible de su historia.

Dentro de esta circunstancia, el espíritu emprendedor del Latino hizo acto de presencia desde sus más profundas raíces y una pareja decidió plantarse y hacer la diferencia, alimentando a sus vecinos durante las Guarimbas en Febrero del 2014 cuando Mérida (ciudad de los Andes venezolanos) fue sitiada, y utilizando el ritual de la cocción del pan como terapia durante días convulsos.

Viviana Moreno y Juan Pablo Márquez forman una dupla creativa; una diseñadora industrial y un ingeniero eléctrico que lograron crear un producto que pudiera comunicarse con el núcleo cultural e idiosincrático al que pertenecen.

“Estaba estresado y desempleado, así que decidí empezar a hornear pan en casa”, dice Juan Pablo mientras empaqueta una orden de pan de hamburguesa. “Nos topamos con una máquina automática para hacer pan en el 2010, y pensamos que era genial, pero si una máquina podía hacerlo ¿por qué yo no?” Mientras trabajaban en la Universidad y trataban de obtener un título de postgrado, hornear pan comenzó como una curiosidad, combinada con el hábito del trigo en la cocina de Moreno.

Márquez considera la cocina como uno de los procesos más científicos, donde la modificación de una simple variable puede obtener diversos productos y tales términos le permitieron abordar el proyecto desde su lado científico; al mismo tiempo, jamás se ha considerado un chef de cocina y el crédito de su éxito se lo adjudica enteramente a su compañera de trabajo.

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Pan Comido comenzó como un proyecto casero con un horno y como un ejercicio autodidacta. Pero al cuestionar los orígenes de la cultura del pan en su ciudad, la pareja no duda en referirse inmediatamente al contacto con la inmigración portuguesa como locus de contacto, aunque Viviana recuerda cómo su abuela solía hacer un singular prototipo de pan en una aldea pequeña de los Andes, usando panela como aditivo.

La evolución comercial fue también interesante: la panadería se transformó de un pequeño abasto en la colonia a pequeños supermercados que comenzaron a ofrecer distintos tipos de productos y panes, así como charcutería, mostaza y otros componentes que pudieran compartirse con las arepas, tortillas y cachapas, disminuyendo la especificidad del arte de la hornada. De esta manera, la apreciación del amplio abanico de panes estaba prácticamente extinto, transformándose así en un reto para emprendedores que quisieran alcanzar un mercado más amplio.

“Nos dedicamos a producir distintos tipos de pan, respetando todos los procesos y siendo muy quisquillosos con la estructura. Queríamos diferenciarnos de la panadería común, de la producción cómoda y desactualizada que ha minado el mercado venezolano”. Pan Comido decidió imbuirse dentro del sistema de oferta y demanda, proponiendo una perspectiva más tradicional en la cultura del pan.

Lo que es más notable en estos jóvenes venezolanos es el hecho de que son pioneros en el uso de la masa madre para la producción de sus panes, siendo una de las pocas marcas que ha decidido incursionar en ello, ganando reconocimiento nacional por un producto cuyo origen es más bien fortuito.

En un momento de caos, con una de las tasas de violencia más altas del mundo, Venezuela es el peor escenario para cualquier industria, sobretodo para cualquier iniciativa progresista, pero en el medio del desastre esta pareja ha logrado propulsar una idea única. Invirtieron el poco dinero que les quedaba en un saco de harina y comenzaron a hornear pan para sus vecinos sin cobrarles un céntimo, siendo leales al espíritu comunal que reinaba en un momento de tal desesperación.

“Después de algún tiempo, nuestros vecinos insistieron en darnos algo a cambio. Nuestros amigos siempre nos visitaban para probar nuestros panes, y teníamos un grupo de creativos con el que compartíamos ideas en el medio de la crisis; así fue como diseñamos nuestra marca”.

Tras algunos intentos iniciales (como el pan Sueco o el pan blanco) su primer pedido oficial fue de panes de perros calientes. Hoy en día manejan más del triple de su producción inicial, con un análisis profundo del mercado y con un empaquetamiento que se ha transformado en un ícono. Sus hornos son hechos en casa y Pan Comido se ha transformado en una marca nacional en un país donde incluso el petróleo es importado.

Los Latinos son reconocidos por su arduo trabajo y su capacidad para adaptarse a nuevas y difíciles situaciones. Los venezolanos son un ejemplo fresco de tal carácter y este tipo de empresas están naciendo simultáneamente alrededor del mundo. Echemos un vistazo a Patricia Phelps de Cisneros, Empresas Polar y el equipo de Santa Teresa, sin pasar por alto pequeñas empresas que siguen creciendo en Estados Unidos, como Caracas Arepa Bar en Nueva York, considerando que la tasa de inmigración venezolana ha crecido un 135% en los últimos 14 años.

Pan Comido es un ejemplo brillante de constante trabajo, profesionalismo y es la evidencia de la transculturización en Latinoamérica. Se han convertido en el producto de la metamorfosis de la idiosincrasia latinoamericana, hacia la mejor condensación de nuestro espíritu.

Echen un vistazo a su trabajo, síganlos y ¡apoyen!