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La Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia fue vendida por la berlinesa Lilly Cassirer a los nazis en 1939 por unos 300 dólares para evitar acabar en un campo de exterminio. 
La Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia fue vendida por la berlinesa Lilly Cassirer a los nazis en 1939 por unos 300 dólares para evitar acabar en un campo de exterminio. 

La “buena fe” vuelve a salvar a los Thyssen de sus vínculos con el nazismo

Tras 15 años de batalla legal entre una familia de California y el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, el Pissarro expoliado por los nazis se quedará en España…

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El barón Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza, coleccionista de arte afincado en España y sobrino del industrial alemán que financió al Partido Nazi en sus primeros años, no vivió lo suficiente para defenderse de la polémica que lleva más de una década sacudiendo al mundo del arte y que se zanjó hace una semana, cuando la Corte de Apelaciones de San Francisco dictaminó que el famoso cuadro de Pissarro que fue robado por los nazis iba a quedarse por fin en España. 

La Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia, valorada hoy en 30 millones de dólares y perteneciente a la colección Thyssen, hoy propiedad de España, tiene una historia con tantos nubarrones como el día representado en el lienzo del pintor impresionista.

Empezó con Lilly Cassirer, una mujer berlinesa de origen judío que tuvo que malvender el cuadro por unos 355 dólares a los nazis en 1939 para pagar su visado y huir de Alemania para evitar dar con sus huesos en un campo de concentración -los nazis fueron grandes coleccionistas de arte; de hecho, la familia Pissarro hizo un listado de las obras del artista expoliadas por Hitler. 

Los Cassirer jamás se olvidaron de la obra, como tampoco del horror nazi -la hermana de Lilly Cassirer, Hannah, falleció en un campo de concentración-. Desde su exilio estadounidense, la familia trató por todos los medios de recuperarlo. Incluso Lilly se querelló en 1958 con el gobierno alemán y consiguió una indemnización de alrededor de 72.000 dólares. Pero no el codiciado Pissarro, al que parecía que se lo hubiese tragado la tierra. 

España se había comprometido a devolver las obras de arte robadas por los nazis. 

Aquí es cuando entra en la historia Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza, más conocido como el barón Thyssen. En 1976, el barón compra la Rue Saint-Honoré por la tarde a la Stephen Hanh Gallery de Nueva York, lo lleva a Suiza y lo exhibe en numerosas revistas. Más tarde, en 1993, la colección Thyssen pasa a manos del Estado español, donde el cuadro se exhibe hasta día de hoy en el conocido Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. 

Un amigo de la familia Cassirer visita el museo, descubre la obra robada e informa a la familia. A partir de ese momento, los Cassirer luchan de nuevo para recuperar el cuadro robado por los nazis. La batalla legal les toma 15 años durante los cuales Claude, el nieto de Lilly, coge el relevo. 

España no sólo había firmado varios tratados como los Principios de Washington, por los que toda obra fruto del expolio nazi debía ser devuelta a sus legítimos propietarios, sino que la Fundación empieza a ampararse en un fleco legal que no acabó de resolverse el pasado año, cuando el Tribunal de Apelación de California dictaminó en favor del Thyssen: ¿Sabía o no el barón Thyssen en 1976 que estaba comprando arte robado por los nazis? Lo que se conoce en terminología legal por “principio de buena fe”.

Las etiquetas delatoras

Según los demandantes, el barón, gran conocedor del arte, tuvo que fijarse en algunas etiquetas arrancadas de los cuadros -los nazis solían borrar el rastro de su expolio de esta forma. En una de ellas, podía leerse la dirección de la galería de los Cassirer en Berlín. Asimismo, el abogado David Boies, que llevó el caso, esgrimía otro argumento más grave: “El barón, un sofisticado coleccionista de arte involucrado en los crímenes de los nazis, sin duda sabía lo que estaba comprando. Arte robado por los nazis”, figuraba en la demanda. 

El letrado de los Cassirer se referían a un asunto que aún hoy y en determinados círculos se evita mencionar. La relación histórica de la familia Thyssen con el régimen nazi, que el mismo Fritz Thyssen reconoció en sus memorias, aunque tratase de ampararse de alguna forma en su “buena fe”.

“Yo sostuve a Hitler y a su partido. Hitler me engañó a mí, lo mismo que ha engañado al pueblo alemán y a todos los hombres de buena voluntad”, confesó el acaudalado industrial alemán Fritz Thyssen en el arranque de sus memorias, reconociendo que había financiado al partido del Führer hasta 1938 y que había mantenido con él una amistad de conveniencia.

Por declaraciones de este tipo, Thyssen, que antes de la guerra ya había roto sus vínculos con Hitler y había sido considerado enemigo del régimen -incluso estuvo en un campo de concentración-, se libró de condenas penales por haber financiado a los nazis, pero tuvo que compensar económicamente a las víctimas. 

“Yo sostuve a Hitler y a su partido", Fritz Thyssen.

Sin embargo, no pudo negar el despido de sus trabajadores judíos de sus fábricas bajo las leyes nazis, que él mismo amparó en su lucha feroz contra el avance del comunismo. 

Ahora que la sociedad trata de reconstruir un pasado que no sólo sea la narración de los vencedores y caen las estatuas de héroes que no lo fueron, todos y no sólo los muertos deberían saldar cuentas con la historia. Especialmente quienes han salido favorecidos de sus lagunas, de sus etiquetas arrancadas. 

Llámenlo caso cerrado, pero si los cuadros son, como dicen los poetas, “puertas y ventanas”, el Pissarro robado es una “puerta entreabierta” y debería como mínimo figurar en el museo junto a un cartel que diga: “Obra robada por los nazis a la familia Cassirer, víctima del Holocausto”.

No hay ni buena ni mala fe en ello, simplemente la verdad.