“Beatriz at Dinner”: cuando una película vale por cien titulares
La última protagonización de Salma Hayek que habla claramente de la realidad social y cultural de Estados Unidos frente a la inmigración latina.
Confieso que después de Traffic y Frida, no pensé que Salma Hayek pudiera sorprender nuevamente en la gran pantalla. Pero estaba completamente equivocada.
Hace algunos meses me tropecé el tráiler de “Beatriz at Dinner” y al ver la cara de John Lithgow (mi querido Dick Solomon), supe que era algo que había que ver.
Entre el onirismo y las secuelas del realismo mágico, Miguel Arteta (The Good Girl, Cedar Rapids) logra dirigir no sólo a sus actores, sino a quienes nos enganchamos desde el primer plano a una realidad cultural que está justo en el jardín de enfrente.
Beatriz (Hayek) es una mexicana terapeuta de masajes y sanadora de Altadena, California, que mezcla el esoterismo occidental con las tradiciones ancestrales mexicanas, y quien tiene un nexo muy profundo con el sentir de la tierra, los animales y la naturaleza.
Hayek abandona el estereotipo de bomba latina para incorporar una mujer humilde, sin maquillaje que pueda cubrir sus ojos llenos de tristeza y un cabello recogido en una simple coleta. Con las manos siempre en los bolsillos y una copa de vino blanco en la mano, Beatriz se transforma en un personaje con el que todos nos sentimos identificados.
Una de sus clientas es Kathy (Connie Britton), una mujer con dinero y cuya hija fue muy cercana a Beatriz después de ser diagnosticada con cáncer. Beatriz se quedará accidentada en casa de Kathy tras su sesión de masajes en un rico vecindario de Newport Beach y deberá quedarse a una cena de negocios con los socios del marido de su clienta, Grant (David Warshofsky), entre quienes se encuentra el magnate Doug Strutt, conocido por su empresa inmobiliaria y por los hoteles que maneja en todas partes del mundo. ¿Les suena familiar el personaje?
Beatriz deberá enfrentarse a ser confundida con una empleada doméstica, a la verborrea de Strutt y su pasión por la cacería, por el dinero y por la separación de clases. Incluso deberá responder si está de manera legal en el país.
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A partir de ese momento, la noche se desarrolla en picada, entre la efervescencia de los sentimientos de Beatriz y la incomodidad de sus anfitriones.
Aunque la película fue escrita antes del inicio de la presidencia de Donald Trump, su manera de aproximarse a los temas álgidos en Estados Unidos el día de hoy, es casi premonitoria.
Por su parte, Hayek declaró en una entrevista durante el Sundance London que Beatriz at Dinner plantea un problema que “fue importante hace 10 años y seguirá siendo importante dentro de 10 años más”: “Creo que en el clima político actual, no sólo en Estados Unidos sino en el mundo entero, vemos cada vez más a países divididos por filosofías, y esta película surge en el momento preciso, porque trata de dos puntos de vista que se encuentran por casualidad, y que no logran comunicarse”, aseguró la actriz.
Una de las escenas más poderosas de la película es el momento en el que Strutt hace alarde de su cacería de animales salvajes en África, mostrando las fotografías y terminando de desestabilizar a Beatriz. Tanto el director Miguel Arteta como el guionista Mike White, han asegurado que el caso del león Cecil – quien murió en manos de un dentista estadounidense en Zimbabue en julio de 2015 – fue una de sus inspiraciones para el film.
Esta es sin duda una de las mejores producciones cinematográficas del año, y su coincidencia en el devenir social estadounidense le transformará con seguridad en la representación más importante de la era Trump.
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