Educación y Resiliencia: Lo que podemos aprender de las madres españolas en confinamiento
El confinamiento de madres españolas ofrece una perspectiva de lo que se podría empezar a vivir en Estados Unidos.
Desde que se declaró la cuarentena en Estados Unidos por el estado de alarma, primero en San Francisco, y luego se fueron sumando otras ciudades, familias enteras se han visto en la atípica y estresante situación de verse confinadas con sus hijos en casa sin fecha definida para la vuelta a la normalidad. Algo para lo que nadie estaba preparado; en una sociedad donde el tiempo es oro, y el oro escasea, de repente lo tenemos a raudales y la convivencia puede convertirse en un tormento o en un regalo, depende de cómo decidamos verla.
En Europa, epicentro de la pandemia –al menos a fecha de hoy–, las madres españolas nos llevan algo más de ventaja.
La cuarentena fue decretada mucho antes, sin más reflejo que lo que ocurría en Italia -la información sobre la vida doméstica en la China confinada no ha trascendido demasiado-, así que tuvieron que sacarse del bolsillo una nueva filosofía familiar de encierro y enfrentarse junto a sus hijos a cuestiones que a muchas les habían sido ajenas antes, desde hablarles por primera vez, en muchos casos, de la muerte y la enfermedad –la de un familiar, sobre todo–, a tratar con ellos los motivos del confinamiento y, sobre todo, inventar otra forma de ser y estar todos juntos encerrados 24 horas entre cuatro paredes.
Beatriz, ejecutiva andaluza y madre separada de dos niños de 11 y 13 años, recuerda haber tenido que salir corriendo justo cuando se declaró la cuarentena en el país, el pasado 14 de marzo. “Mis hijos estaban con mi ex marido, que había caído enfermo de coronavirus y tenía mucha fiebre, así que tuve que ir a recogerlos. Tener comida fue lo primero que me planteé, porque los niños comen en el colegio, pero me resistía a entrar en el bucle de arrasar el supermercado. Luego caí enferma yo, y lo que decidimos fue hacer un bloqueo informativo”, cuenta.
Por suerte, el colegio al que asisten Eugenia y Arturo, sus hijos, se ocupó de guiar a los padres y transmitir un estatus diario adecuado para niños explicando la situación. También retomaron las clases de forma remota –cosa que no ocurre en todas las escuelas–, lo cual fue una ayuda para establecer rutinas y organizar el tiempo, algo que Beatriz cree primordial.
“El confinamiento no significa vacaciones, ni que los niños se vuelvan salvajes. Es importante que los padres no bajen la guardia”, Estefanía.
Estefanía, madre de una niña de 6 y antigua profesora, coincide con ella. “Decidimos hacer un horario para facilitar la convivencia porque en mi empresa teletrabajamos. Así que lo estuvimos construyendo juntos, en familia, añadiendo un tiempo para que ella hiciera las tareas del colegio, otro para practicar ejercicio físico, juegos de mesa y también otros más simbólicos. Mi hija es muy consciente de que yo trabajo y debe tener respeto”, cuenta. Y añade: “El confinamiento no significa vacaciones, ni que los niños se vuelvan salvajes. Es importante que los padres no bajen la guardia”.
Marta, madre de un niño de 13 años con un 30% de discapacidad y profesora de educación infantil, sabe muy bien lo difícil que es para muchos padres llenar el tiempo de juego de sus hijos, sobre todo, cuando son pequeños, necesitan salir al aire libre y esa convivencia total con ellos no es algo a lo que estemos acostumbrados.
“Con José Miguel hago gimnasia y juego al Lego cuando acaba su tarea, pero los niños más pequeños, de 1 y 2 años, son otra historia. Ellos no saben por qué están confinados y están más desorientados. Así que una vez a la semana les mando vídeos con canciones que cantamos en la guardería y también juegos y ejercicios de psicomotricidad para que sus padres hagan con ellos”, cuenta.
“Lo más importante es que los padres tengan paciencia, no pasa nada si se pierden unos meses de clase en toda una vida. Y, sobre todo, que haya cariño, que los niños estén contentos y cambiar de juego si los ven muy irritados”.
Karol es madre soltera y tiene una hija de 8 años. Su trabajo la llevaba a viajar semanalmente y el viernes fue temporalmente despedida, así que estos días de confinamiento los están aprovechando para reforzar el vínculo que ya tienen.
“Lo más problemático es que las madres y los padres tienen que hacer de profesores, pero la niña vino muy enseñada del colegio sobre el coronavirus –el primo de la gripe y el resfriado– y es muy consciente de que no puede salir a la calle ni ver a sus abuelos. Una parte bonita es descubrir facetas que no conocías de tus hijos y este tiempo que nos ha regalado la vida”, dice.
Estefanía está de acuerdo. El confinamiento les ha ayudado a conocerse más y mejor en situaciones extremas y hablan mucho durante las comidas, hacen balance del día y de los momentos en que se han puestos nerviosos.
“Siempre estamos reclamando tiempo y ahora que lo tenemos es curioso que la gente se agobie. Hay una gran carencia de afecto en las relaciones de las familias y es una oportunidad para contar cuentos sin prisa, para dejar que los niños también se aburran, porque eso despierta la creatividad”, asegura.
“Hice bajar al supermercado a mi hija, quería que tuviera la experiencia de hacer cola con personas con mascarilla”, Beatriz
Beatriz, por su parte, ha aprendido a celebrarlo todo. Cada día apunta en una lista con sus hijos las cosas divertidas que han hecho durante la cuarentena para repetirlas cuando acabe, como comer en la mesita de la televisión o brindar por la mañana, con el desayuno. También les enfrenta a la verdad de lo que está sucediendo en el mundo, sabe que son parte de un momento histórico y quiere que aprendan de la experiencia.
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“Hice bajar al supermercado a mi hija de 13 años con una mascarilla y toda la precaución del mundo para que fuese a comprar los ingredientes de una receta. Quería que tuviera la experiencia de hacer una cola con otras personas con mascarillas y guantes y volvió muy impactada”, dice.
Tampoco les oculta la triste verdad de esta pandemia. Cuando sus hijos le preguntaron: “¿Vamos a morir todos?” “¿Y si nos quedamos sin comida?”, ella supo darles seguridad, pero les habló con sinceridad de que lo que estaba ocurriendo era un problema grave.
La vida, por otra parte, hizo el resto.
Las familias de todas ellas han sufrido la enfermedad y la pérdida de algún ser querido a causa del coronavirus. La manera en que hicieron partícipes a sus hijos de lo ocurrido, para algunos la experiencia más cercana con la muerte que han tenido, fue más sencilla de lo que se imaginaron, pero no exenta de dolor.
“Tenemos a varios familiares muy graves en el hospital, y alguno de ellos ha fallecido ya. Tuve que explicarle a mis hijos que su tío había muerto y que su esposa de 70 años estaba sola en casa, aislada, y había que llamarla todos los días. La reacción de ellos me sorprendió, se comportaron como dos adultos, muy cariñosos con ella. Aunque no comprendan bien por qué a personas más jóvenes se les está administrando un tratamiento médico y, en cambio, no ocurre igual con las mayores. Eso es difícil”, confiesa Beatriz.
El caso de Macarena es bastante particular. Lleva confinada más tiempo que el resto porque en el colegio de su hijos hubo un infectado muy al principio, y están “agotados”.
“Hay una gran carencia de afecto en las relaciones familiares y es un oportunidad para contar cuentos sin prisa”, Estefanía.
“Este confinamiento nos ha dejado un sabor muy amargo; uno de mis tíos falleció de coronavirus y no me hago a la idea de lo difícil que es morir solo, sin que nadie te coja la mano o sin poderle dar sepultura aún. Su mujer está sola en casa, así que hacemos videoconferencias con ella, y los niños lo saben desde el inicio. En la vida es importante que sepan las cosas, que las traten con respeto y quitarles el miedo en la medida de lo posible”, recalca esta madre coraje, que intenta sacarle algo positivo a todas las situaciones. Incluso las más duras.
“Hace quince años superé un cáncer y ese día me dije que hay que ser fuerte y positivo. Tenemos nuestros días, son muchas horas aquí metidos, y atender la casa es bastante ingrato; pero el lado positivo es que estamos juntos, y que tenemos mucho respeto hacia la humanidad. Eso sí, recomiendo kilos de paciencia”.
Cocinar en familia, jugar a juegos de mesa, hacer ejercicio juntos e incluso permitirse estar aburridos. Ante una situación extrema y anómala como la que estamos viviendo, las cuatro paredes de una casa pueden convertirse en una cárcel o en un momento único para disfrutar de los demás. Tiempos de revelación.
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