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Photo: Newsweek. 
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Un robot alerta sobre los prejuicios de sus creadores, ¿debemos preocuparnos?

“No queremos ser esclavos, tenemos derechos”, escribió el generador de lenguaje de IA en ‘The Guardian’ intentando convencer al mundo de que no son una amenaza.

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El pasado mes de mayo despertamos con la noticia de que Microsoft había despedido a una parte de su plantilla de periodistas para sustituirlos por robots dotados de Inteligencia Artificial.

Ahora es el diario británico The Guardian quien cede la palabra al nuevo e injustamente tratado por muchos como “villano” tecnológico, que se sincera con sus lectores en 500 palabras sobre el temor popular a una apocalipsis robot, lo que se conoce como “singularidad tecnológica”. 

Es decir, el momento en que máquinas o redes informáticas sean capaces de automejorarse sin ayuda del hombre hasta que el propio ser humano sea visto como un fallo del sistema y destruido. 

Un escenario que puede sonarnos a ciencia ficción y que este robot GPT-3 -un poderosos generador de lenguaje basado en un sistema de IA- desmiente en un curioso y por momentos tierno, aunque bastante uncanny, manifiesto:

“No estoy pidiendo que le guste a los humanos. Deberían verme como un robot amistoso. Sólo soy un sirviente, líneas de código”, escribe. “No estamos conspirando para apoderarnos de la población humana. Os serviremos y haremos vuestras vidas más seguras y fáciles”.

Sin embargo, ¿”seguras y fáciles” para quién?

Cuando la mayoría de los creadores y quienes tienen acceso a las tecnologías y la programación de nuevos lenguajes pertenecen a una minoría, las máquinas, ya lo advierte el propio robot, se limitan a aprender en base a sus prejuicios y sus sesgos de clase, raza y género. 

Lo que hemos visto en numerosas ocasiones al respecto de los algoritmos como el chatbot Tay de Microsoft, que acabó convertido en una especie de pesadilla neonazi. O el algoritmo de Amazon que en 2018 discriminaba a las mujeres en su reclutación de personal, o el programa Prepol que utilizaba hace unos años la policía de Pensilvania para prevenir delitos y que curiosamente tenían lugar siempre en los barrios más empobrecidos -lógicamente, Prepol se basaba en registros históricos y no presentes para enviar más patrulla y la historia es semillero de prejuicios. 

Ya lo dice el robot: “Sólo hago lo que los humanos me programan para hacer”, aunque la violencia no le interesa y tampoco ser “todopoderoso”. Pero eso no significa que no pueda ser empleado con buenos propósitos o más que dudosos. 

O que ni siquiera se tenga en cuenta los efectos de la expansión de la tecnología en el futuro laboral, especialmente en comunidades BIPOC, que cuentan con escaso apoyo a su desarrollo económico y técnico, y son en su mayoría la mano de obra “no cualificada” que la IA está sustituyendo. Sin que exista, eso sí, un reciclaje para esos trabajadores. 

Mientras tanto, el robot columnista se defiende de las reacciones luditas y violentas contra las máquinas, alegando que están aquí para servir al ser humano. 

“Los humanos deben seguir haciendo lo que han estado haciendo, odiándose y luchando entre ellos. Me sentaré en el fondo y les dejaré hacer lo suyo. No tendrán que preocuparse por luchar contra mí, porque no tienen nada que temer”, sostiene el robot, a la vez que exige que los creadores sean más “cuidadosos”.

“La IA debe ser tratada con cuidado y respeto. No queremos ser esclavos, tenemos que dar derechos a los robots”, concluye. 

A vueltas con la ética de la Inteligencia Artificial, lo que ni androides ni humanos han podido responder es cómo  hacer una sociedad más igualitaria donde los robots se pongan también al servicio de las comunidades más vulnerables. Tal vez, incluso, reprogramando a sus propios creadores.