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"Seven Days - Birthday Party" (2003) por Chuck Ramírez. Photo: Hyperallergic. 
"Seven Days - Birthday Party" (2003) por Chuck Ramírez. Photo: Hyperallergic. 

Chuck Ramírez: Buscando el sentido de la vida y la identidad en la basura

Cuando se cumplen 10 años de la muerte del artista texano, una exposición descubre la habilidad de Ramírez para interpelar a través de su cámara a los objetos…

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Somos tanto lo que guardamos como lo que desechamos; el palo roto de una fregona, un mantel manchado de maíz y basuras a rebosar de aquello que sobró de nuestros platos, de lo que se pudre silencioso en las neveras. Incluso el polvo que se arracima en la alacena. Si hablase… 

El artista chicano Chuck Ramírez fue una institución en el arte de hacer hablar a los objetos, de rescatar los secretos que guarda aquellas cosas a las que aparentemente no damos valor pero que nos definen. Cuando se cumple una década del accidente de bicicleta que acabó con su vida, una exposición en el Ruiz-Healy Art de San Antonio, Texas, rinde homenaje hasta el 9 de enero a uno de sus genios más queridos. 

Identidad chicana

La ironía y la reflexión sobre la identidad siempre fueron el motor de la inspiración de Ramírez. En series como Santos (1996), exploró los reveses de su doble identidad en tanto que hijo de mexicoamericano y anglosajona, a través de fotografías que muestran la base desportillada de efigies religiosas en las que puede leerse en pegatinas “Hecho en México”, y otras veces “Hecho en Italia”. Pues aunque fue criado en el catolicismo, jamás lo sintió suyo y tampoco aprendió nunca a hablar en español. “ "Fui criado como un chico blanco, con la televisión, no el arte”, dijo una vez.

El vínculo con su herencia hispana lo heredó de su abuela paterna, Lydia, que influyó su gusto por la cocina típica y el interiorismo kitsch y cálido, mezcla de la cultura de dos países, el de nacimiento y el de ascendencia. 

Sus comienzos en el arte fueron tardíos. Con 30 años y tras una carrera prolífica como diseñador gráfico, Ramírez, quien vivía encima del local de su amigo Franco Mondini-Ruiz, un espacio mitad galería y mitad tienda de curiosidades mexicanas, descubrió la belleza de los objetos rotos y desportillados de su país de ascendencia y acabó formando parte de la joven generación que sucedió a los grandes luchadores chicanos por los derechos civiles. Entonces existía un movimiento formado por pintores figurativos como César Martínez o Mel Casas, pero Chuck Ramírez y su grupo querían darle un giro a esas raíces mexicanas, no deshacerse de ellas sino verlas desde otra perspectiva mucho más transgresora y llena de humor. Lo que no agradó demasiado a algunos de los artistas ya asentados en Texas, pero el arte que es amable rara vez es el mejor. 

Obras como Día de los Muertos, con sus restos mole y cigarros sobre la mesa, y Seven Days, su obra más autobiográfica, beben de esa doble vertiente de Chuck Ramírez por reflejar los desechos como parte de la identidad al mismo tiempo que dejarse influir por la vanguardia internacional y los grandes maestros de la historia del arte, como los genios holandeses que conoció durante un viaje a Europa. 

Mirar a la muerte a los ojos

Tras descubrir que tenía VIH y más tarde sobrevivir a una cirugía cardiaca, en 2008, la muerte se convirtió en una preocupación constante en la obra de Chuck Ramírez. En proyectos como Long-Term Survivor, de 1999, Chuck, que era homosexual, recogió en imágenes algunos de los objetos que reflejaban su lucha, como pastilleros o un anillo para el pene. Pasado por el tamiz de su cámaras, la muerte y la enfermedad eran parte de un proceso mayor de autodescubrimiento y honestidad. 

También en Cuarentena, Ramírez muestra ramos de flores marchitas que encontró mientras visitaba a su abuela en el hospital y que, según su hermana Trish Marcus, el artista no veía como basura abandonada en los cuartos de los enfermos, sino como un tesoro.

En realidad, todos esos desperdicios que fueron las musas del mexicoamericano son tanto una crítica a la cultura americana basada en el consumismo como una suerte de meditación sobre la vida y su inminente final. Pero, cuidado, porque al tiempo que todo marchita, el arte lo eterniza. 

Humano incluso en lo conceptual, con un pie en la América en la que creció y el otro en el México de sus raíces, Chuck Ramírez es un artista indispensable para entender la complejidad identitaria de los mexicoamericanos en Estados Unidos y un soplo de  libertad creativa, de humor y de esencialidad en tiempos en que la frivolidad se ha vuelto la norma.