LIVE STREAMING
La intérprete, productora y compositora venezolana dedicó su premio a "las figuras escondidas", personas que pasan desapercibidas en la industria de la música. Foto: Ella Bric Management.
La intérprete, productora y compositora venezolana dedicó su premio a "las figuras escondidas", personas que pasan desapercibidas en la industria de la música. Foto: Ella Bric Management.

Linda Briceño: rompiendo mitos, una nota a la vez

La artista venezolana se ha transformado en la primera mujer en recibir el premio Grammy Latino al mejor productor del año.

MÁS EN ESTA SECCIÓN

Manteniendo el clasicismo

La gira billonaria de Taylor

El lío de los Beatles

El show de American Railroad

Murió Quincy Jones

Paul McCartney en Concierto

Payne: una triste despedida

¡Nueva obra de Mozart!

COMPARTA ESTE CONTENIDO:

La historia de Linda Briceño se cuenta con dos voces en armonía.

Esta artista venezolana se ha transformado en un icono internacional después de ser la primera mujer en recibir el premio Grammy Latino a mejor productora del año, en el 2018.

Desde el sofá de su apartamento en Nueva York, Linda habló con AL DÍA sobre su trayectoria y sobre todas las mujeres que ha sido desde que tiene 16 años.

Todo comenzó en Caracas

Linda Briceño es uno de los testimonios vivos del fenómeno musical venezolano, llamado el Sistema de Orquestas. La historia de cómo se involucró en la música –de la mano de su padre, Andrés Eloy Briceño– se ha repetido constantemente. Sin embargo, la artista asegura que falta por contar otra muy importante.

Se trata del esfuerzo de su madre, quien impulsó a sus hijas a incorporarse a la Fundación Musical Simón Bolívar, también conocida como El Sistema, un programa de educación musical sistematizado, fundado en 1975, y en el que se han formado músicos como Diego Matheyz, Gustavo Dudamel y Pedro Eustache.

Junto a su hermana, Linda comenzó su formación musical a los ocho años, dividiéndose entre la educación en casa (de la mano de su padre) y el academicismo del núcleo La Rinconada, en Caracas.

“Empecé como percusionista clásica y fui la primera niña a la que le permitieron escoger dos instrumentos, y mi papá insistió en que tomara también la trompeta”, nos cuenta. “Desde muy pequeña crecí en ese lugar, y fue allí donde empezó mi viaje como músico”.

La influencia de su padre le permitió avanzar a pasos agigantados en su formación, pero pocas personas conocen los sacrificios que implica empezar una carrera de ese calibre a tan corta edad.

La gran mayoría de los niños que integran el Sistema de Orquestas en Venezuela dedican la totalidad de su tiempo a intentar formar parte de la Orquesta Nacional y poder viajar por el mundo, algo que Linda no pudo conseguir y que le llevó a su primera ruptura con la música.

“Dejé la música por un tiempo porque entre los 10 y los 12 años había perdido cosas muy importantes de mi niñez. No había quemado etapas, no sabía lo que era tener amigos en el edificio. Sabía mucho de la música pero poco sabía de la vida”.

Tiempo después, y gracias a la insistencia de su padre, retomó la trompeta y empezó su reconciliación con su pasión, que esta vez se vio alimentada con el surgimiento de la cultura pop –que llegó a Venezuela a través de la televisión por cable–, que hizo mella en la joven Linda. Así comenzó a componer sus primeras canciones, convenciéndose, cada vez más, de su vocación por el canto.

Fue entonces cuando encontró los primeros discos que cambiarían su vida.

“Si vas a mi casa, en Venezuela, te das cuenta de que la mayoría de las cosas son peroles y muchos son discos, instrumentos o libros”, recuerda. “Un día esculcando entre los discos de jazz encontré el disco de una cantante muy famosa de jazz que se llama Diane Reeves, una edición especial de Chet Baker y un disco de Tom Harrell”.

“Esos tres discos realmente marcaron mi vida”, asegura.

El solo de Triste de Diane Reeves le acompañaría por el resto de su vida, dando comienzo a su experiencia con la improvisación en el jazz.

“La improvisación es fundamental en el jazz. Si no hay improvisación, no hay jazz; si no hay swing, no hay jazz; si no hay blues, tampoco hay jazz. Esos son los tres principales ingredientes, y yo aprendí el primero a través de la imitación”.

Por azares de la vida, su primera presentación con la Orquesta de su padre fue también su primera experiencia como cantante y eso, según asegura, marcó un antes y un después en su carrera.

“En Venezuela se habla mucho de la hija de Andrés o de la solista del Big Band, o de la líder de adoración de tal o cual iglesia, pero entre estos tres títulos que se me dieron durante esa época, había una Linda que quería salir”.

Nace Ella Bric

“Yo quería ser reconocida por mis propios méritos, quería salir adelante sin esa figura de mi papá, porque, si bien le debo casi todo en términos de influencia, la mayor parte de los procesos creativos en cuanto a la composición fueron momentos en los que estuve sola”.

De esta manera empieza a surgir una nueva voz dentro del caparazón de la joven artista que, más que nada, ansiaba contar su verdad.

Después de una importante experiencia con la Big Band del Conservatorio Simón Bolívar –donde tuvo la posibilidad de trabajar con artistas como Wynton Marsalis– Linda descubrió el camino entre el academicismo y la música popular, así como la necesidad que tenía de salir y encontrar su propia ruta.

“En ese momento tenía 16 o 17 años, y era una figura importante en el proyecto”, recuerda. “Era la única cantante y la única que improvisaba”.

“La improvisación es fundamental en el jazz. Si no hay improvisación, no hay jazz"

Al mismo tiempo, Linda formaba parte de una iglesia de adoración y dividía su tiempo entre cumplir sus responsabilidades y hacer malabares con su vocación.

Fue en este momento cuando decidió romper con ataduras impuestas y abrir la puerta a esa persona que siempre estuvo dentro de ella.

Entre desencuentros personales, rupturas y separaciones, Linda eligió abrazar una independencia desconocida, que finalmente le llevaría a Nueva York en el 2013.

“Empecé a tomar las decisiones sobre cómo quería verme, cómo me quería vestir. Ya no tenía que vestirme como una cantante de ópera para un concierto de jazz”.

Y como un Ziggy Stardust, la imagen de la artista empezó a salir a flote.

“Al mudarme a Nueva York entré en un proceso de depresión tan fuerte que mi propio cabello me lo hizo saber, y fue cuando lo corté. Fue un momento de liberación”.

Es así como nace Ella Bric, un alter ego que protagoniza su nueva producción musical.

Cantándole al exilio

Para nadie es un secreto que la realidad venezolana es sufrimiento, crisis y desplazamiento.

Al preguntarle a Linda qué significa formar parte de la diáspora actual venezolana, asegura con admiración y respeto que la verdadera diáspora la conforman “los valientes jóvenes que se van caminando desde Barquisimeto hasta Perú”.

“Yo creo que son ellos realmente quienes forman parte de esa diáspora, porque, a pesar de que viví momentos muy difíciles en Nueva York, siempre tuve un lugar privilegiado comparado con el resto de los venezolanos. Es por eso que cada vez que hablo de los emigrantes de Venezuela, lo digo con muchísimo respeto, porque muchos de nosotros no sabemos ni tenemos idea por lo que los venezolanos están pasando ahorita”.

Linda tuvo la suerte de contar con quienes llama sus “cuatro ángeles”: Mireya Cisneros, Alberto Vollmer, Juan Luis Guerra y Arturo Sandoval, las personas que le ayudaron a llegar a Nueva York.

Fue entonces cuando comenzó a componer Eleven, la producción que le hizo meritoria de un premio Grammy.

“Eleven viene a mí hace un año”, nos cuenta. “Estaba pasando por una ruptura muy difícil que me llevó a conectarme con mi primera pareja, a reevaluar ese primer amor”.

Mientras experimentaba con su alter ego, surge una historia y una melodía que Fernando Osorio, un escritor de gran trayectoria, le ayudó a poner en papel.

“Gracias a su humildad, y al gran maestro que es, fuimos quitando poco a poco las capas de la historia y logramos contar la verdad”, asegura. “El producto fue una canción de exilio”.

De artista a productora

La misma noche en la que conversó con Osorio, Linda hizo los arreglos y produjo la canción por la que es hoy en día reconocida.

Simultáneamente, colaboraba con la producción del disco de MV Caldera, una cantante venezolana y cuyo trabajo Segundo Piso también le mereció a Briceño el premio como productora.

“Este ha sido un año de transformaciones, de separaciones y es por ello que este premio significó tanto. Ha sido un año de justicia a todos esos años de trabajo”.

Para muchos, es difícil determinar en qué consiste el trabajo de producción de un material musical y, por ende, la importancia de ser reconocido por ello.

Para la artista, el rol de un productor “es un acto de renuncia, porque no se trata de ti”.

“Yo tuve la necesidad de convertirme en productora porque me ha tocado entender que, si bien tengo la idea muy clara en la cabeza, a la hora de delegar, el producto no se parece en lo más mínimo a lo que yo había concebido”.

Se trata entonces de proteger las ideas, y eso será un factor fundamental en toda su trayectoria.

Su trabajo personal con Eleven, por ejemplo, se trató de dejar su impronta en cada paso del proceso. “Quería que el arreglo fuera como la Quinta de Mahler. Quería que Eleven causara la misma emoción”.

A la hora de trabajar con MV Caldera, su trabajo fue el de delegar a quienes sabían de música latina.

“La producción fue más estratégica”, explica. “Ese disco es un regalo para Venezuela”.

Rindiendo homenaje a las figuras escondidas

Pocos saben lo que sucede después de que ganas un Grammy.

Durante la edición del 2018, Linda recibió un homenaje único, pero después de elevar la estatuilla, el siguiente paso no es tan evidente.

“El Grammy fue una sorpresa para todos, pero sobre todo para mí”, asegura. “Yo fui la primera sorprendida porque es la categoría más difícil en los premios porque la primera ronda para lograr la nominación es un comité especializado de solamente productores e ingenieros. Ahí no pueden votar los miembros normales”.

El peso de su logro tiene dimensiones más profundas.

En una industria aún controlada en su mayoría por figuras masculinas y por una maquinaria que opaca a quienes luchan por hacerse un lugar, existen miles de personas que pasan desapercibidas en el trabajo.

“Este ha sido un año de transformaciones, de separaciones y es por ello que este premio significó tanto. Ha sido un año de justicia a todos esos años de trabajo”.

Es a ellos a quienes Linda llama “las figuras escondidas”.

“Yo soy la productora ejecutiva de todos mis productos. Me he sentado con tanta gente con tanto dinero, que lo único que tienen es eso”.

La falta de Fe en su proyecto no le sorprende pues, según explica, “invertir en música es un riesgo muy alto”, y de una u otra manera agradece que sea así.

“Yo creo que de alguna manera el universo no está permitiendo que lleguen otras ofertas porque cuando hay tanto dinero de por medio se ponen en juego la creatividad y la integridad del trabajo”, asegura.

Y en este punto, es inevitable hablar del elefante en la habitación cuando de música latina se trata: el reggaetón.

Linda prefirió pasar por encima del prejuicio y se tomó el tiempo de observar de cerca el proceso creativo de esta mega industria, considerando especialmente el trabajo de los compositores y de los mismos artistas.

“El problema que yo veo es que no se hace una diferenciación. Artistas como J Balvin o Maluma son entertainers, son personas que están allí para entretener. Los compositores están ahí para escribirle los hits a estos muchachos que en su mayoría viene de una realidad social bien compleja”.

La productora reconoce el esfuerzo y el arduo trabajo de estos artistas para llegar a donde están hoy en día, pero asegura que el problema de fondo se trata de “una responsabilidad social”.

“Yo nunca he sido partícipe de la censura. Creo que el arte, así como debe ser accesible para todo el mundo, no debe censurarse, sea cual sea la manera en la que venga. Pero sí existe un tema de responsabilidad social muy importante al que hay que ponerle el ojo.

Aquí no entran en juego ni el compositor ni el artista. La discusión se centra en los ejecutivos que distribuyen esta música. ¿Quiénes son los que tienen el poder en la industria de la música? Las disqueras”.

De una u otra manera, lo que Linda llama “la globalización del género” es lo que afecta profundamente a los nuevos artistas que se atreven a hacerse un lugar en la industria y, sin embargo, cree que este año “se hizo justicia”.

“Creo que hubo justicia cuando ves a un Jorge Drexler ganando un Grammy y agradeciendo a todos los artistas de todos los géneros. Como artistas que estamos dentro, debemos reconocer que el problema no es el reggaetón sino la globalización y el exceso de los ejecutivos que están en esa industria. Es por eso que cuando di mi discurso insistí en la representación femenina. En la industria a nivel latinoamericano, no hay ni una figura de mujer que esté dirigiendo las disqueras”.

La artista cuenta que después de recibir el premio muchísimas mujeres le contactaron por las redes sociales para felicitarle por su trabajo y para compartir con ella sus propias experiencias como productoras en el medio.

“La retribución de este premio no es sólo para mí sino para todas las mujeres alrededor del mundo que no sabemos cómo enfrentar al monstruo. Lo que este premio les hizo pensar fue que ‘si ella puede, yo también puedo’”.