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Foto: rollingstones.com
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Recordar a Ray Charles, aleluya, te queremos tanto

El padre del soul dejó su huella con la creación de un género nuevo, bajó a los infiernos, conoció la gloria y fue halagado por los grandes de su tiempo.

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Sólo Ray Charles (23 de septiembre de 1930; 10 de junio de 2004) lleva las medallas de honor de haber sido llamado por Frank Sinatra como “el único genio en el negocio” y por Aretha Franklin “el reverendo adecuado”. Y es así porque, en efecto, Ray Charles tomó los ritmos y plegarias de la música góspel para hacer que la música sacra se uniera a la profana y creó el soul.

Uno de los momentos más evidentes y memorables en que eso ocurrió fue cuando nació What I’d Say, en diciembre de 1958, durante un toque de cuatro horas con su banda –una duración habitual para la época, según cuenta la Rolling Stone– y faltando los últimos quince minutos se quedaron sin repertorio.

Charles les dijo a sus músicos y a las Raelettes, las coristas que lo acompañaban, que le siguieran la corriente y se sentó al piano a improvisar la base de una melodía que al ser respondida por el baterista sería el germen de su primer disco de oro: una canción larga, de dos partes, grabada por Atlantic Records que no tiene modo de dejar a nadie indiferente.

Las Raelettes hicieron lo propio y siguiendo la estructura del gospel en que el predicador declama o canta un verso y la comunidad responde. Pero las prédicas de Charles no eran alabanazas a Dios, sino lo más cercano que pueda haber a un orgasmo coral.

Los “ummmmh” y “unnnnh” que al inicio son gemidos prolongados se acortan a medida que la canción avanza y Ray Charles y las Raelettes se responden mutualmente hasta el climax.

Charles contó por el resto de sus días que en el acto el público se paró a bailar y preguntarle dónde podían comprar ese disco, el milagro profano, el orgasmo coral.

Un año más tarde, cuando el LP fue prensado y puesto a la venta, fue un éxito.

Abundaron los comentarios sobre lo indecorosos que eran esos gemidos, sobre todas las mejillas que hacía sonrojar y Charles lo descartaba como una mojigatería. “Demonios, afrontémoslo, todo el mundo sabe lo del ummmmh, unnnnh. Así es como todos llegamos aquí”, le dijo a Rolling Stone en 1978.

En varias de sus canciones volvió al gospel para tomar expresiones que hicieron maravillas profanas, como convertir “This little light of mine” en “This little girl of mine” o referirse a su vecina en términos frecuentemente usados para hablar de la relación entre un fiel creyente y Jesucristo.

When I'm in trouble and I have no friends,
I know she’ll go with me until the end.
Ev'rybody asks me how I know.
I smile at them and say she told me so.
That's why I know, yes, I know,
Hallelujah, I just love her so.

 (Cuando estoy en problemas y no tengo amigos,
Sé que ella irá conmigo hasta el final.
Todo el mundo me pregunta cómo lo sé.
Les sonrío y les digo que ella me lo dijo.
Por eso lo sé, sí, lo sé,
Aleluya, la amo tanto.)


 

Es cierto que perdió la visión a los siete años, que quedó huérfano joven, pasó hambre, fue heroinómano y mujeriego, pero lo que lo hizo tan grande no fue su descenso al infierno, sino la manera en que –como han hecho tantos artistas– retomó su herencia cultural para dar paso a un lenguaje nuevo.

En las entrevistas se negaba a contar su historia de abuso de drogas porque no creía en las historias edificantes y no vale la pena insistir en ese aspecto. En lo que sí vale la pena insistir es en escucharlo, desde sus canciones más conocidas –como las ya mencionadas– a sus colaboraciones de jazz instrumental.

Y escuchar una y otra vez la forma en que los hombres han usado el lenguaje divino para decir lo mundano.