Mucho más que servir mesas
En ‘A Place in the Nayarit’, Natalia Molina narra cómo el restaurante fundado por su abuela se convirtió en punto de unión para los migrantes mexicanos de L.A
Cuando era niña, Natalia Molina se pasaba las tardes en el Nayarit, un restaurante mexicano que su abuela Doña Natalia Barraza abrió en 1951 en el barrio de Echo Park, en Los Ángeles.
Muy pronto, el Nayarit se convirtió en establecimiento de referencia para los inmigrantes latinos de la zona, un espacio de reunión donde los trabajadores y clientes de origen mexicano conectaban con su añorada patria.
Después de un largo periodo de investigación, Molina recupera en un libro (A Place in the Nayarit, University of California Press, 2022) la historia del restaurante y aborda múltiples facetas de la experiencia migratoria.
"La línea que une mi trabajo como historiadora es pensar en cómo se forma la raza en Estados Unidos, y cómo la gente hace retroceder las categorías que se les imponen, las estructuras en las que se supone que deben operar", explicó Natalia Molina en una entrevista con AL DIA.
Profesora distinguida de Estudios Americanos y Etnicidad por la Universidad del Sur de California y becaria MacArthur "Genius" en 2020, Molina decidió escribir sobre el restaurante de su abuela “porque fue una de esas personas que se opuso al sistema”.
"Mi abuela emigró a Estados Unidos tras la Revolución Mexicana. Al llegar a Los Ángeles dijo: ‘Bueno, tengo unas cinco opciones de trabajo y todas implican trabajar para alguien, ya sea limpiando su casa, cuidando a sus hijos, cosiendo su ropa, recogiendo su comida o cocinando y sirviendo su comida. Creo que quiero algo más. Voy a hacer frente a ello’. Se puso a cocinar para levantar su propio negocio y formar un espacio en el que la gente pudiera experimentar la alegría y la conexión, comiendo comida con sabor a hogar, hablando en español y cantando con música en directo”, recordó Molina.
Un lugar único
El Nayarit estaba en Echo Park, el barrio donde la autora creció. "Siempre supe que era un lugar único. El barrio no estaba dominado por un solo grupo étnico: era interracial, intercultural, y la gente sentía vínculos más allá de la barrera del color, el género, la sexualidad, la clase. Pero no hay historias escritas en forma de libro sobre Echo Park, así que quise cambiar eso", dijo.
"Me propuse escribir sobre cómo los restaurantes son lugares donde la gente puede reunirse y formar una comunidad", añadió.
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Una de las anécdotas que recordar es la de aquella noche en la que su familia celebraba el aniversario de la muerte de su tío. "Cuando miré a mi alrededor, vi que los que llegaban a casa para homenajear a mi tío no eran necesariamente mis parientes de sangre, sino esos parientes ficticios que habían nacido en el restaurante. Esos lazos se formaron no sólo porque somos del mismo estado de México, sino porque éramos de Echo Park, éramos del restaurante. Ese sentido de parentesco basado en el lugar ha sido esencial para mi forma de entender la familia y la comunidad", recuerda.
La abuela murió antes de que ella naciera, pero la autora está convencida de que le habría encantado la idea de contar su historia en un libro.
"Mi abuela emigró a Estados Unidos sin hablar inglés. Nunca aprendió a leer y escribir en inglés ni en español, pero sabía defenderse por sí misma”, contó.
Asimismo, señaló que “como mucha gente de mi familia, no entendería demasiado mi trabajo como profesora y escritora. Pero me diría lo que les digo a mis estudiantes: cuenta tu historia. Y ahora que he contado la suya, probablemente también diría: ¡Cuenta mi historia con voz más fuerte!".
Descubrió que su abuela utilizaba el restaurante para inmigrar legalmente a amigos y familiares de su ciudad natal. Después de que vinieran a trabajar al restaurante, podían dejarlo para trabajar en otro lugar. También quería que disfrutaran de Los Ángeles.
Poncho, uno de los camareros entrevistados para el libro, le contó que una noche había salido con dos hermanos recién llegados de Zacatecas (México), para celebrar el cumpleaños de uno de ellos. Se pusieron guapos y se fueron al West Side, a Casa Escobar, bailaron y cenaron...
La escritora advierte que "ese es el tipo de cosas que mi abuela fomentaba, no sólo emigrar a Los Ángeles para ganar un salario, sino para divertirse y ver la ciudad como un lugar en el que merecían estar, que no tenían que quedarse en un barrio segregado".
"Cuando pensamos en los lugares que son significativos para nosotros, solemos pensar en donde nos ven, donde sentimos que podemos ser nosotros mismos y donde conectamos con la gente. En ese sentido, los restaurantes son fundamentales para esa construcción de la comunidad: espacios públicos donde todo el objetivo es reunirse", concluyó Molina, convencida de que restaurantes como el Nayarit son ahora más necesarios que nunca.
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