'Sanctuary': Cuando el camino del héroe se hace saltando zanjas y sorteando minas
Podría ser 2032 o el año siguiente a las elecciones. La distopía migrante de Paola Mendoza y Abby Sher es una brillante llamada a la acción trepidante,…
Vermont, 2032. Imaginen un futuro no muy lejano en que las personas deben llevar chips de identificación en sus muñecas para borrar del mapa a los ciudadanos indocumentados. Un futuro avizorado ya por las mentes más conservadoras del país, con una policía fronteriza que ejerce un férreo control sobre los migrantes hasta el punto de que a las insistentes redadas de deportación se les suman minas antipersona que estallan bajo los pies de quienes traten de cruzar la frontera entre México y Estados Unidos.
Un segundo antes eres una joven migrante tratando de conseguir una migaja del sueño americano; al siguiente, carne de cañón.
Este es el agorero contexto en que nos sitúa Sanctuary, una distopía tan cercana a los tiempos que vivimos que actúa a la vez como una urgente llamada de atención sobre el presente y futuro de las políticas migratorias.
La novela, obra de la activista colombiana Paola Mendoza y la escritora Abby Sher, sigue las peripecias de Valentina, una joven latina hija de migrantes colombianos en su desesperada huida a California, convertida en el único bastión de libertad en el país, su postrero santuario.
Una de las grandezas de Sanctuary (Penguin Random House) es que obra el milagro de la mejor ciencia ficción, despertando un escalofrío en el lector porque el futuro que describe es, a todas luces, un ejercicio de “futurología”. Una prospección hacia dónde vamos con un pie puesto en el meollo de los problemas sociales que pesan sobre Estados Unidos y la comunidad latinx.
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Algo que ubica a sus autoras en la tradición de sensacionales damas de la CIFI más contestataria en cuanto a la realidad política y racial del país como Octavia Butler. Solo que Mendoza y Sher no recrean, como a menudo hizo Butler, un universo metáfora de este en donde actúan vampiros o razas extraterrestres, sino que roza el hoy, se avanza un par de pasos hacia el futuro en su especulación.
Lo que convierte a su protagonista en la palanca de cambio de ese “tornado que ya está a la vista”, que se cierne sobre nosotros; un régimen totalitario y censor al que ella, con toda la clarividencia y el idealismo de una adolescente, cree que puede vencer. A la vez que nos invita a hacerlo nosotros, en tanto viajamos con ella, a través de los campos, haciendo la misma ruta que otros miles de migrantes hoy y siempre, envueltos por las vívidas y atroces descripciones de la dureza de una travesía que abisma con la muerte. Tan real, tan actual, que es imposible que durante la lectura uno se detenga y no piense por un momento en sacudirse el polvo de los hombros.
Sanctuary no sólo despierta al lector, si no que es uno de los ejemplos más claros de la gran calidad de la literatura escrita por latinxs en Estados Unidos y un faro hacia el que debería de apuntar la industria editorial en su búsqueda de nuevas perspectivas y voces plurales más allá de caminos manidos y discursos doctrinarios.
Ni la ciencia ficción es un subgénero menor, ni la distopías son futuros “imaginarios” -sino advertencias-, ni los autores latinx son narradores menores, sino que a poco abren la puerta, como ocurre con Sanctuary, a reflexiones tan profundas en la forma y en el fondo que llamarlo literatura política es quedarse corto.
¿Cuál es la respuesta al mundo oscuro que nos presentan Mendoza y Sher? Lean, tiemblen, ármense como Vali González, su protagonista, de todo el coraje y mediten si van a ser meros espectadores o parte del relato.
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