Los cowboys negros de Compton: Una historia de racismo, violencia y amor a los caballos
El periodista Walter Thompson-Hernández convivió un año con los Cowboys de Compton, que cabalgan las calles de una de las ciudades del condado de Los Ángeles…
Pensar en el Lejano Oeste es imaginarse a John Wayne acodado en la barra de un saloon o al mítico cowboy de Marlboro, símbolos clásicos de la “verdadera” América. Sin embargo, en la ciudad de Compton, en el condado de Los Ángeles, hace ya dos décadas que cowboys negros y mestizos galopan por el área rural de Richlands Farms, donde los famosos Cowboys de Compton han reescrito el legado cultural de este país, echado el lazo a los estereotipos raciales y culturales e impuesto la paz como verdaderos sheriffs entre las jóvenes generaciones para salvarlas de las pandillas.
El pasado y presente de estos rancheros no puede desligarse de la violenta historia de una ciudad azotada entre los años 80 y los 90 por la epidemia del crack, las batallas entre pandillas y la no menos vergonzosa forma en que la policía quiso callarlos a todos, empezando por los rapsodas callejeros, el movimiento de “rap gansta” que desde mediados de los 80 y a través de grupos como N.W.A quiso cantarle al mundo la forma en que se vivía y se moría en Compton.
El periodista y fotógrafo Walter Thompson-Hernández recuerda la primera vez que vió a cowboys negros trotar por las calles de la ciudad. Tenía 6 años y acompañaba a su madre de compras a Compton Swap Meet, no muy lejos de su casa en Huntington Park: “Mientras los veía cabalgar al atardecer”, escribe, “reconocí algo inherente a los vaqueros de los Westerns y las canciones de hip hop: estos hombres negros eran inconformistas, independientes y fuertes”.
Años más tarde, cuando ya era curtido reportero del NYT, la imagen seguía arraigada a su memoria; la obsesión por dibujar esa otra cara invisible de Estados Unidos que tiene tanto que ver con su origen y con la forma en que le explicaron en la escuela qué hace a alguien ser un verdadero norteamericano.
El lema de los Cowboys de Compton es: "Las calles nos hicieron. Los caballos nos salvaron".
“Soy mitad mexicano y crecí yendo a México cada verano, así que sabía que los mexicanos pueden ser vaqueros. También sabía que la cultura vaquera americana en el Oeste era de gente blanca. (Cuando los vi) me quedé en plan ‘Oh, shit! ¿Los negros pueden ser vaqueros? Eso me jodió de una forma confusa y genial”, cuenta Thompson-Hernández.
Siguiendo los pasos de su tocayo, Hunter S. Thompson, el latino se lanzó a la aventura del viejo Oeste y convivió durante más de un año con los herederos de los Cowboys de Compton, plasmando una increíble historia de pertenencia, comunidad y amor por los caballos en el libro The New Generation of Cowboys in America's Urban Heartland (HarperCollins, 2020).
En el libro, Thompson-Hernández retrata a diez jinetes con los que convivió durante más de un año; sin embargo, de todos ellos, la verdadera protagonista es una mujer, Mayisha Akbar, que en 1988 decidió fundar un rancho con caballos en Richland Farms, una de las últimas zonas agrícolas de lo que en otro tiempo fue la agraria Compton.
Mayisha trabajaba como agente inmobiliaria, pero tenía el sueño de criar a sus hijos entre caballos, llevando una verdadera vida rural; las calles en aquel entonces eran muy peligrosas, la ciudad estaba a la cabeza del país en homicidios y el crack y los tiroteos estaban sembrando la muerte entre los más jóvenes.
Esta agente de Los Ángeles retorció un poco más su idea, pensó que si sus hijos podían ser educados en la naturaleza, tal vez los caballos podían ayudar también a los niños de sus vecinos en Compton, en su mayoría afroamericanos y latinos para los que el sueño migratorio se había convertido en una pesadilla.
Así fue como nació la Compton Junior Posse -hoy conocida como los Cowboys de Compton-, cuyo lema lo dice todo: “Las calles nos hicieron. Los caballos nos salvaron”.
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“Los niños tenían que decidir entre la versión de Compton que NWA describía y el Compton que ella quería crear”, explicaba Thompson-Hernández. “Cuando los niños negros empezaron a montar a caballo en Caldwell, cambió el vecindario y sus vidas para siempre".
La ciudad de Compton ha cambiado mucho en los últimos años, ya no es el hervidero de delincuencia y disturbios que eran los 70’, ni el desolador paisaje de violencia y crack que cantaba el ‘rap gansta’ de los NWA. Si bien cuando los black cowboys empezaron a dar servicio a la comunidad en su rancho la población era en su mayoría afroamericana, tras el éxódo negro el 70% de los habitantes de esta urbe son latinos y también los chicos a quienes suele ayudar el programa educativo y ecuestre del rancho de Akbar y sus jinetes.
Sólo si vives en Compton los has visto cabalgar; para la mayoría de los ciudadanos del Oeste, la multiculturalidad no viaja a lomos de un caballo. La violencia racial fuera del rancho sigue siendo habitual.
“Fuera de estas granjas, los negros y los morenos siguen lidiando con la violencia racial entre ellos”, cuenta el periodista, para quien ser mestizo ha marcado la diferencia a la hora de acercarse a esta historia ya que al ser negro y mexicano tiene un pie en cada estribo de la montura.
"La mayoría de los blancos han hecho un gran trabajo borrando las experiencias de la gente de color a lo largo del tiempo”, W. Thompson-Hernández.
“Como gente de color, crecemos muchas veces albergando sentimientos anti-negros. Como negros, también podemos discriminar a los negros. Para ambos, la raíz de este racismo es a menudo infundada. Se basa en falsos estereotipos y ciclos de violencia, generalmente en los medios de comunicación, que no se basan en la completa honestidad y la verdad”, añade.
Lo que hace excepcional a este libro no sólo es la historia que cuenta sobre cómo el amor por los caballos y la naturaleza supera los problemas raciales y es curativa a muchos niveles, sino que también arroja luz sobre “cómo la mayoría de los blancos han hecho un gran trabajo borrando las experiencias de la gente de color a lo largo del tiempo”, concluye Thompson-Hernández.
Como dijo Clint Eastwood en el Bueno, el feo y el malo: “El mundo está dividido en dos partes, amigo, los que tienen la soga al cuello y los que la cortan”. Y este escritor de Los Ángeles que durante año y medio fue un cowboy mestizo de ciudad es, como sus compañeros jinetes, de los que cortan la soga.
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