Lupe Vélez, la “dinamita mexicana” que extendió el tópico de la latina explosiva y “letal”
El paso de la actriz por Hollywood fue tan arrollador que casi lleva a la tumba al propio Gary Cooper.
“¿La historia de mi vida? Es la historia de un demonio”, dijo con bastante sinceridad Vélez en una entrevista. ¿Para qué ocultarlo? No sólo era una de las femme fatales más populares del Hollywood de finales de los años 20’, sino que en la industria se la adoraba a la vez que se la temía por su temperamento fiero. Tanto que muchos compañeros de reparto, e incluso las celebridades que pasaron por su vida, sufrieron el envite de su violenta forma de ser y amar, granjeándose el apodo de “la dinamita mexicana”.
Casada con el Tarzán más famoso, Johnny Weissmuller, el equipo de maquillaje no daba abasto para ocultar los mordiscos que Vélez dejaba en el cuerpo del actor. Incluso en una ocasión, cuando la actriz se ennovió con el galán de los galanes, Gary Cooper, le disparó con una pistola para evitar que la abandonase.
Sus celos y su furos pugilístico eran vox populi en la industria, pero Lupe Vélez fue mucho más que una mujer de armas tomar, fue una de las primeras grandes actrices latinas de Hollywood.
La dureza de su vida antes del estrellato puede explicar algo de su temible, a la par que divertida, personalidad.
Nacida como María Guadalupe en San Luis de Potosí, México, e hija de un general, Lupe empezó a trabajar de muy niña para ayudar a su familia, e incluso salió a pegar tiros con su padre durante la Revolución Mexicana.
Así se lo contó a su biógrafa, Michelle Vogel:
“Cuando los niños americanos iban al jardín, yo cabalgaba con mi padre en la milicia mexicana. Vi a muchos hombres intentar matar a mi padre. Vi a mi padre matar a muchos. No tengo miedo a las balas”.
Si bien su carácter explosivo, depresivo a veces y otras tantas chispeante, podría deberse, según especulan, a un trastorno bipolar. Sin embargo, hay que reconocer que Lupe no lo tuvo fácil: estuvo viviendo en Texas, donde aprendió inglés, y al volver al hogar descubrió que su familia ya no tenía ningún dinero -su padre había desaparecido en la guerra-, así que comenzó a trabajar en tanto se abría camino en el mundo del espectáculo.
Sus primeros trabajos en Estados Unidos fueron en el burlesque, pero enseguida empezó a triunfar en cortos de El Gordo y el Flaco, y como protagonista en La Montañesa (1929), papel que consiguió gracias a ese mismo temperamento que fue el azote de Hollywood.
“Yo no soy salvaje. Sólo soy Lupe”, dijo en una ocasión la actriz, que trabajó con celebridades como Victor Fleming o D.W Griffith, y a quien la prensa apodó también de una forma bastante ofensiva como “la señorita tamal caliente” o “la pantera mexicana”.
De todos los hombres que pasaron por su vida, quien más le marcó fue Gary Cooper. Su amorío, previo a conocer a Weissmuller, duró tres tormentosos años en lo que Cooper vivía dominado por la larga y explosiva figura de Vélez. Es más, si el actor no perdió la vida junto a ella fue de milagro:
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Una vez Lupe lo apuñaló con un cuchillo de cocina durante una pelea, también intentó romper la ventana de un tren para poder abrazarlo y hasta se encaró públicamente con la madre del galán.
En 1931, cuando Cooper se marchaba a Europa, ella fue a su encuentro en la estación de trenes con una arma en la mano y la bala casi rozó al actor. Ese fue el fin.
La carrera de Lupe Vélez fue bastante mejor que su vida sentimental. Su fuerte acento mexicano no le impidió sobrevivir el paso del cine mudo al sonoro, e incluso introducía palabras en español en las películas.
Su interpretación cumbre le llegó en 1939 con The Girl from Mexico, donde interpretaba a una fogosa cantante casada con un estadounidense. Un papel que acabó tan unido a ella, y por extensión a las actrices latinas, que ayudó a cimentar el tópico de la latina de armas tomar en una industria que produce estereotipos lo mismo que películas.
Su final dramático llegó en 1944, cuando se quedó embarazada de un extra austriaco que tenía una doble vida y Lupe se resistió a ser madre soltera. Ofuscada por la repercusión que podía tener en su carrera y su reputación que una mujer religiosa como ella abortase, decidió suicidarse.
Ese día, el 13 de diciembre, tras dar una fiesta en su casa, escribió una carta de despedida, se vistió con su pijama de seda y se rodeó de flores. 64 pastillas de un potente sedante la hicieron dormir para nunca más despertar.
Historia original de Valeria Martinez para Yahoo.
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