¿Cómo resistir ante el horror que arrincona? Esa pregunta se la hizo Ernesto Sabato en su carta “La resistencia”, se la hizo la Comunidad de Paz de San José de Apartadó en 1997 y tal vez sea una pregunta que todos nos estemos haciendo ahora. “Uno no se atreve cuando está solo y aislado, pero sí puede hacerlo si se ha hundido tanto en la realidad de los otros que no puede volverse atrás”, respondió Sabato, y lo mismo dijo la Comunidad de Paz.

La Comunidad de Paz de San José de Apartadó nació el 23 de marzo de 1997, en un momento en que la violencia del conflicto armado tenía asediado al país, en las zonas rurales especialmente, y más todavía allí, al ser una zona estratégica para el narcotráfico.

En un azote incesante, guerrilla y paramilitares recorrían el territorio intentando controlarlo y acusando a las comunidades de colaborar con el enemigo, cualquiera que fuera. A esas acusaciones se sucedían toda clase de agresiones.

Ese 23 de marzo marcó el día en que unos 500 campesinos decidieron desmarcarse de esa lógica macabra y oponerse a toda costa a estar de uno u otro lado. Se declararon comunidad de paz, completamente neutra y ajena a cualquier actor armado, incluso al Ejército Nacional, si era necesario.

Resistir no fue fácil, nunca lo es. Aún así, a pesar de las amenazas, asesinatos y masacres, a pesar de que los actores armados siguieron y siguen azotando la región, la Comunidad de Paz logró algo muy escaso en la historia del conflicto colombiano: conservar su territorio. Y lo hicieron sin armas, sin más armadura que su declaración de principios, teniéndose en una ética de la libertad, el diálogo transparente, la resolución de conflictos a través del diálogo y el trabajo comunitario. Así han resistido 22 años y lo seguirán haciendo.

El documental de Aljazeera “En territorio enemigo”, publicado este mes, es el testimonio de un peregrinaje que hizo la Comunidad por su territorio visitando aquellos lugares en que miembros de la comunidad han sido asesinados.

Este peregrinaje es una forma de reencontrarse con los miembros geográficamente más distantes, de reclamar su territorio ante los actores armados, de sacudirle a la tierra los fantasmas del horror y el miedo.

El documental de Aljazeera no embellece nada, tampoco es sórdido. Es simplemente un acompañamiento discreto y respetuoso. En el documental vemos las preocupaciones de la Comunidad, sus angustias, las amenazas que aún hoy reciben, pese al Acuerdo de Paz firmado en el 2016. Pero también se vislumbra la manera en que resisten y es un consuelo enorme atestiguarlo.

“El ser humano sabe hacer de los obstáculos nuevos caminos porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer. En esta tarea lo primordial es negarse a asfixiar cuanto de vida podamos alumbrar. Defender, como lo han hecho heroicamente los pueblos ocupados, la tradición que nos dice cuánto de sagrado tiene el hombre. No permitir que se nos desperdicie la gracia de los pequeños momentos de libertad que podemos gozar: una mesa compartida con gente que queremos, unas criaturas a las que demos amparo, una caminata entre los árboles, la gratitud de un abrazo. Un acto de arrojo como saltar de una casa en llamas. Éstos no son hechos racionales, pero no es importante que lo sean, nos salvaremos por los afectos”, dijo Ernesto Sabato en su carta.

La Comunidad de Paz lleva veintidos años salvándose por los afectos y gracias a Alzajeera, a Ramón Campos Iriarte y Alejandro Bernal Rueda, quienes hicieron el documental, tenemos una oportunidad para verlo.