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Nelson Díaz (Samantha Laub / AL DÍA News)
Nelson Díaz (Samantha Laub / AL DÍA News)

Nelson Díaz: El primero, pero no el último

Nelson Díaz, el primer juez latino en Filadelfia y defensor de la comunidad puertorriqueña sin voz, ha cimentado su carrera pionera con su próxima…

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Como uno de los líderes más prominentes de los Estados Unidos, ha llegado el momento de que el Juez Nelson Díaz refleje, evalúe e inspire el progreso de la nueva generación de jóvenes latinos, la más numerosa en la historia de los Estados Unidos.

“La historia no lo cuenta, pero el éxito tiene muchos padres, por lo que todos se atribuyen las cosas que nosotros, los latinos, hemos podido hacer en este país”, dijo Díaz durante una entrevista con AL DÍA. “Si no lo escribes, no lo dices, nadie lo sabrá jamás”.

Díaz fue el primer puertorriqueño en estudiar y graduarse en Temple Law School, también el primer latino en aprobar el examen de acceso a la abogacía (Bar) en Pensilvania. Fue el primero y, durante algún tiempo el único latino, en ejercer la abogacía en el estado. Fue el primer juez latino elegido en Pensilvania, sirviendo en el Tribunal de Causas Comunes en el Condado de Filadelfia durante 12 años. Fue el primer latino confirmado por el Senado como asesor general del ex secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano Henry Cisneros (durante la administración Clinton).

Díaz protagonizó un cambio real, tangible, que merece ser exhibido en museos y libros de texto, desde los Estados Unidos a la isla de Puerto Rico; y, por qué no, en todo el mundo. Una leyenda que ahora narra en primera persona, en forma de una autobiografía, ‘No soy de aquí ni de allá’, que se lanzará en septiembre.

Una vida de servicio, documentada para todos

Cuando Nelson Díaz llegó a Filadelfia para estudiar leyes en Temple University, los líderes latinos brillaban por su ausencia –la corrupción plagaba el departamento de policía y el sistema judicial, y había una marca división racial, a menudo violenta, entre los blancos y los residentes pertenecientes a minorías, especialmente en el norte y el noreste de la ciudad–. En sus años en Temple, Díaz fue testigo de un sistema de admisiones que daba preferencia a los blancos y, en respuesta, decidió cofundar la primera asociación de estudiantes de derecho afroamericanos y latinos. Convertido en uno de los líderes de las protestas en el campus, su defensa llevó a un aumento de personas de minorías matriculadas en Temple.

Díaz concede el crédito al Dr. Peter Liacouras, el fallecido presidente del Temple. Él fue quien inició la transformación al reclutar a Díaz como el primer puertorriqueño en estudiar en Temple Law; más tarde, lo alentó a regresar a la ciudad después de su White House Fellowship en 1978. En palabras de Díaz, Liacouras cambió el curso de su vida, instándolo a “terminar lo que comenzó” en Filadelfia.

Si Liacouras no lo hubiera incitado a ello, Díaz confiesa que habría preferido una vida tranquila y cómoda como contable, criando a su familia o regresando a la ciudad de Nueva York tras terminar la escuela de derecho. Pero no pudo dar la espalda a las injusticias raciales que presenció.

“Vine a Filadelfia, y cuando me di cuenta de la discriminación que existía, me resultó insoportable”, dijo Díaz. “Hubo solo 67 afroamericanos que pasaron el BAR antes de 1972, cuando yo lo hice. Eso fue inconcebible. Entonces no había ningún estudiante con mi misma procedencia que se hubiera graduado en ninguna de las facultades de derecho de la ciudad; ya fuera en la Universidad de Pensilvania o en Temple... Por ello sentí la responsabilidad de comenzar a abrir puertas”.

La autobiografía de Díaz documenta la discriminación desenfrenada y los crímenes de odio contra los residentes puertorriqueños que el propio Díaz presenció como abogado, por no hablar de los ataques personales contra la casa de su familia en Kensington, y más tarde cuando se mudaron a Nueva Jersey. A él fue a quien recurrió la comunidad hispana en 1973, cuando un puertorriqueño de 14 años, Julio Osorio, perseguido cuando regresaba a casa desde Penn Treaty Junior High, falleció ahogado.

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Cuando en 1975 los Santiago, una familia puertorriqueña que residía en un bloque de mayoría blanca en Feltonville, sufrió un ataque racial a manos de un hombre vinculado al partido demócrata, Díaz, junto con la Coalición por la Justicia, llevó la investigación hasta el final. Como consecuencia de ello, el autor del ataque y varios miembros del departamento de policía fueron llevados ante la justicia. En el incendio que calcinó la casa de los Santiago acabó con vida de los tres hijos de la familia, su madre y otro niño que había estado viviendo con ellos. El único testigo del crimen fue un joven puertorriqueño llamado, casualmente, Nelson.

El caso estaba plagado de inconsistencias, y el continuo trabajo de investigación de Díaz y la coalición destapó que, después de los asesinatos, los sospechosos y los testigos habían sido golpeados e incriminados por la policía para proteger al agresor real, que tenía conexiones políticas. Díaz consoló y cuestionado al testigo principal (Nelson), quien también había sido intimidado para que mintiera en su declaración. No fue hasta más de cuatro años después cuando seis detectives fueron arrestados por sus crímenes.

Este hecho perfiló la visión que Díaz tenía sobre el gobierno y la élite estadounidense, basada en un juego de favores; una crítica que mantiene a día de hoy. En palabras de Díaz, ese fue un período en el que “la conveniencia política y el amiguismo de poca monta eran más importantes que las vidas de cuatro niños inocentes y una madre. Fue un sorprendente error judicial, incluso para Filadelfia”. Sin embargo, Díaz asegura que en  este caso definió su afán de servicio público basado en la integridad y en la defensa de las necesidades de la comunidad.

‘No soy de aquí ni de allá’ rememora la historia, a menudo no contada, de la carrera de Díaz, una de las únicas voces legales y políticas para la comunidad puertorriqueña y latina de Filadelfia, que entonces carecía de voz. El libro cuenta su inspiradora historia desde su infancia en una vivienda de Harlem e incluye anécdotas que no conocen ni algunos de sus familiares más cercanos.

Díaz marchó y luchó junto a figuras de derechos civiles, como Charlie Bowser; salvó el Bloque de Oro, el distrito comercial de la comunidad latina a lo largo de la calle 5th; ayudó a redactar e implementar la Ley de Equidad de la Vivienda en 1988; y reformó el sistema judicial de Filadelfia. Se abrió camino en círculos autoritarios donde no era bienvenido y logró soluciones que mejoraron la calidad de vida tanto de la ciudad como de los más vulnerables de la nación.

Que el progreso sea una prioridad

Díaz aunó su liderazgo y experiencia con su pasión por el activismo y el servicio público, convirtiéndose en un “luchador de por vida”, en palabras de Cisneros, y logrando una serie de primeros pasos para los hispanos.

Y todo comenzó con la madre de Díaz, María, dejando Puerto Rico por Nueva York en 1947, con Nelson en su vientre. Ella no estaba casada y crió a Díaz sola, hasta que conoció a su padrastro. Fue María quien logró que Díaz entrara en la escuela católica e impuso un estricto toque de queda (a las 6 p.m.), con el fin de evitar los peligros de Harlem; llegando incluso a golpearlo con un bate cuando vio que su comportamiento no era el adecuado. También fue ella quien inspiró su fe en Dios y en sí mismo.

“Ella siempre me sobornaba… Y fue una técnica muy útil”, cuenta Díaz. “Entender que Dios no hace basura y que nada es imposible... Mi opinión es parte de la teoría de Pigmalión, que es que si realmente crees que las expectativas son muy altas, puedes lograr incluso mucho más“.

Díaz asegura que su madre y su traslado a una vivienda pública son los responsables del giro radical que dio cuando era adolescente: de alborotador a un joven líder que se preocupaba por su educación y su comunidad; mientras otros en su vecindario terminaron en pandillas o eran víctimas de la adicción a la drogas y la crisis de VIH/SIDA. Al igual que María, Díaz quiere ser la gracia salvadora de los jóvenes en apuros que se comportan mal, se enfrentan a circunstancias difíciles o sufren porque el sistema les ha fallado.

“Siento su dolor. Si no reciben una educación, ¿dónde van a terminar? La mayoría de ellos está en la cárcel, en las drogas o en algún otro lugar”, dijo Díaz. “Si pudieran ver que no deben rendirse, que tiene que luchar y seguir adelante… ¡Podrían cambiar el mundo! Me conformo con poder inspirar ese cambio en tan solo uno de ellos”.

Díaz explica que realmente se dio cuenta de la importancia de María en su educación y su futuro cuando comenzó a escribir su autobiografía, antes de que ella falleciese en 2016. Para él fue gratificante documentar su viaje y Puerto Rico a través de sus ojos en los primeros capítulos de ‘No soy de aquí ni de allá’. María era su conexión con la isla, y se aseguró de que experimentara la vida allí con la familia, compartiendo su identidad y fomentando su comprensión de la complicada diáspora puertorriqueña.

María llegó a tierra firme en los Estados Unidos durante un tiempo en el que decenas de miles de puertorriqueños estaban desembarcando en el país, como parte de la mayor oleada de inmigración, aparte del éxodo más reciente (después de la otra María, en referencia al catastrófico huracán).

Con su libro, Díaz también quiere contar la historia de Puerto Rico, el territorio latinoamericano, pero estadounidense; de ciudadanos estadounidenses, quienes, dijo, rara vez son tratados como tales y que acepta lo que describió como una “mentalidad colonial” de sucumbir a lo que los funcionarios de la parte continental piensan que es mejor.

De nuevo, Díaz se convierte en una voz entre unos pocos dispuestos a criticar a los líderes en la isla y a los latinos con poder en el continente. Dijo que hay demasiadas luchas internas y no hay suficiente esfuerzo para el avance de la comunidad, y que los latinos necesitan reconocer su voto y poder económico, una oportunidad para movilizarse, especialmente con su enorme fuerza en número.

A buen seguro Díaz no simpatiza con un gobierno que designa a los puertorriqueños, y a los latinos en general, como personas sin valor –tal y como demuestra la deslucida respuesta de la Casa Blanca a la reciente devastación de la isla y sus despectivas políticas fronterizas_.

Él también definió a los puertorriqueños como únicos para otros grupos hispanos. Los cubanos entienden la democracia, dijo, porque aprendieron la dura lección de la experimentación autorizada y finalmente alcanzaron la independencia. Las naciones de Centro y Sudamérica son soberanas.

Puerto Rico, sin embargo, ha sido durante mucho tiempo una colonia estadounidense, sometida pasivamente al control de legisladores que no representan los intereses de la isla, y el reciente huracán es el mejor ejemplo. Como alguien que se ha negado a doblegarse ante las injusticias toda su vida, Díaz se pregunta quién está dispuesto a inculcar el cambio para Puerto Rico y para todos los latinos en los Estados Unidos, especialmente cuando son testigos de un gobierno desinteresado.

“Ese es el verdadero problema de nuestra comunidad: que no hemos estado dispuestos, aquí a nivel provincial, a mover y seleccionar a nuestros propios líderes y saber cómo trabajar en el liderazgo”, dijo Díaz. “Hasta que seamos lo suficientemente maduros, no obtendremos el liderazgo que necesitamos para ascender... Si [los latinos] no votan, si nos quedamos sentados, obtendremos otros cuatro años de muro. Ya sea en sentido figurado o real”.